/ martes 9 de enero de 2018

2018, ¿La decena trágica?

Las emociones, las pasiones y las fobias siempre han invadido las urnas; por supuesto que la frivolidad se pasea en la política. Pero había una mínima correspondencia entre asuntos fundamentales. Si la economía va bien, si a los hogares llega el bienestar, lo básico, seguridad, alimento, vivienda, salud, educación, si hay mejoría, la gente no debería votar en contra de quien se encuentre en el poder. Por el contrario, si los salarios se deterioran, si las carencias avanzaban, la población harta se manifiesta en las urnas.

Claro que hace falta imaginación para gobernar, imaginación para no volver sobre las antiguas propuestas que arrancan las mismas viejas cicatrices, imaginación para vernos como el país que queremos y podemos ser, para obviar los debates insulsos y estériles y enfocarnos en los que sí valen la pena, para crear normas claras que sí puedan cumplirse y hacerse cumplir.

Emle  Durkheim, sociólogo, una disciplina por desgracia en desuso, estableció una correlación entre la cohesión social y el grado de amenaza o peligro que sufre una sociedad: a mayor amenaza, mayor cohesión.

Una sociedad que se sabe en peligro, la inseguridad, por ejemplo, no genera más conflictividad. Es un mecanismo de autodefensa. Eso no está ocurriendo en las sociedades desarrolladas. Pero tampoco en las que sufren amenazas considerables como la mexicana. Algo muy grave ha ocurrido en nuestra forma de convivencia que no protegemos lo básico.

Mucho me temo que hemos entrado ya en un periodo especial y que todo cuanto se diga puede ser interpretado en clase electoral, pero hay vida antes y después de las elecciones, antes de que todo se vuelva bofetones, amenazas y pastelazos; abramos el diálogo pensando en ese margen de certeza y seguridad que es nuestra identidad y nuestra cultura, que contendientes y ciudadanos podamos volver a él como un sitio abierto en el que saldemos nuestras diferencias civilizada y constructivamente.

Henri Rousseau, el aduanero, fue un pintor francés que llenó lienzos fantásticos de animales, frutas y selvas tropicales, siempre creíamos que había estado en México con los ejércitos de Napoleón III, no fue así, su retrato es un sueño de un país que siempre quiso y no pudo conocer, sin embargo, ese deseo creativo llenó de vida el arte de su tiempo e inspiró fuentes de diálogo entre generaciones de artistas de ambos lados del océano; eso es crear, a partir de la imaginación, mundos posibles. Antes de alzar la mano o la bala, antes de lanzar como piedra la palabra, pensemos en este año delicado, si podemos imaginar juntos una manera mejor de hacer las cosas en esta rica identidad donde cabemos todos.

El domingo 1 de julio se celebrarán las elecciones  más complejas y trascendentales de nuestra historia  contemporánea. Así  será por el número de cargos de representación popular en disputa, la concurrencia de nueve elecciones para gobernador y decenas de elecciones locales. Más que la Presidencia de la República, estarán en juego un proyecto de nación, un orden institucional construido en los últimos lustros y un régimen de libertades y derechos conquistados por los mexicanos a lo largo de décadas.

Se imponen algunas reflexiones sobre el significado de la elección de 2018 y el papel de los actores políticos y de los ciudadanos que participan en este proceso.

Las emociones, las pasiones y las fobias siempre han invadido las urnas; por supuesto que la frivolidad se pasea en la política. Pero había una mínima correspondencia entre asuntos fundamentales. Si la economía va bien, si a los hogares llega el bienestar, lo básico, seguridad, alimento, vivienda, salud, educación, si hay mejoría, la gente no debería votar en contra de quien se encuentre en el poder. Por el contrario, si los salarios se deterioran, si las carencias avanzaban, la población harta se manifiesta en las urnas.

Claro que hace falta imaginación para gobernar, imaginación para no volver sobre las antiguas propuestas que arrancan las mismas viejas cicatrices, imaginación para vernos como el país que queremos y podemos ser, para obviar los debates insulsos y estériles y enfocarnos en los que sí valen la pena, para crear normas claras que sí puedan cumplirse y hacerse cumplir.

Emle  Durkheim, sociólogo, una disciplina por desgracia en desuso, estableció una correlación entre la cohesión social y el grado de amenaza o peligro que sufre una sociedad: a mayor amenaza, mayor cohesión.

Una sociedad que se sabe en peligro, la inseguridad, por ejemplo, no genera más conflictividad. Es un mecanismo de autodefensa. Eso no está ocurriendo en las sociedades desarrolladas. Pero tampoco en las que sufren amenazas considerables como la mexicana. Algo muy grave ha ocurrido en nuestra forma de convivencia que no protegemos lo básico.

Mucho me temo que hemos entrado ya en un periodo especial y que todo cuanto se diga puede ser interpretado en clase electoral, pero hay vida antes y después de las elecciones, antes de que todo se vuelva bofetones, amenazas y pastelazos; abramos el diálogo pensando en ese margen de certeza y seguridad que es nuestra identidad y nuestra cultura, que contendientes y ciudadanos podamos volver a él como un sitio abierto en el que saldemos nuestras diferencias civilizada y constructivamente.

Henri Rousseau, el aduanero, fue un pintor francés que llenó lienzos fantásticos de animales, frutas y selvas tropicales, siempre creíamos que había estado en México con los ejércitos de Napoleón III, no fue así, su retrato es un sueño de un país que siempre quiso y no pudo conocer, sin embargo, ese deseo creativo llenó de vida el arte de su tiempo e inspiró fuentes de diálogo entre generaciones de artistas de ambos lados del océano; eso es crear, a partir de la imaginación, mundos posibles. Antes de alzar la mano o la bala, antes de lanzar como piedra la palabra, pensemos en este año delicado, si podemos imaginar juntos una manera mejor de hacer las cosas en esta rica identidad donde cabemos todos.

El domingo 1 de julio se celebrarán las elecciones  más complejas y trascendentales de nuestra historia  contemporánea. Así  será por el número de cargos de representación popular en disputa, la concurrencia de nueve elecciones para gobernador y decenas de elecciones locales. Más que la Presidencia de la República, estarán en juego un proyecto de nación, un orden institucional construido en los últimos lustros y un régimen de libertades y derechos conquistados por los mexicanos a lo largo de décadas.

Se imponen algunas reflexiones sobre el significado de la elección de 2018 y el papel de los actores políticos y de los ciudadanos que participan en este proceso.