/ miércoles 22 de diciembre de 2021

2022: Lo mejor y peor de nosotros

Cuando se determinó que la Tierra era redonda, mucha gente se murió de risa. "¡Qué absurdo!", pensó. "Si la Tierra fuera redonda, los que viven en el hemisferio sur se caerían al espacio". ¿Cómo es posible que haya gente tan insensata que piense de ese modo. Pues sí. El sentido común nos decía que no éramos arañas y que no podiámos caminar de cabeza con los pies pegados a la superficie.

Pero sucede que la Tierra es redonda y hasta los habitantes de la Antártida (así sean exploradores o pingüinos) sienten que tienen los pies bien puestos sobre la tierra, o mejor dicho, el hielo.

El sentido común es útil para muchas cosas, pero para otras es un desastre. Como bien sabemos todos, sin considerar la Navidad, que es prácticamente universal, la fecha de mayor festividad y celebración para los mexicanos es el 12 de diciembre. Esta es tan antigua como en nacimiento mismo de la Nación.

La traducción empieza a formarse apenas diez años después de la conquista española. Y su símbolo atraviesa todas las páginas de nuestro devenir. Hasta el presente.

Dice una frase por ahí de Yuri Gorbaneff que "si el modelo contradice la realidad, peor para la realidad". Por más que se vendan expectativas y se pretenda negar la realidad una y otra vez, ésta se impondrá y nos dará un revés.

Hace algunos años, cuando se llevaban a cabo las llamadas reformas estructurales, millones de mexicanos pensaron que se estaba destruyendo al extranjero, y que esto lo hacía un gobierno incapaz y corrupto. Del mismo modo que hoy millones de mexicanos creen que el gobierno actual está destruyendo al país pauperizándolo y que esta labor la lleva a cabo un gobierno falaz y corrupto. Los que entonces apoyamos las reformas estructurales no fuimos empáticos con los que se oponían al cambio. Nos parecía que teníamos la razón, que México necesitaba modernizarse y que los cambios eran legales, obra de la alianza legislativa conocida como Pacto por México.

Hoy reclamamos falta de empatía de quienes creen tener la razón, de quienes piensan que México necesita con urgencia aliviar la pobreza y que los cambios que están emprendiendo son legales, fruto de la mayoría legislativa que consiguieron en las urnas.

No hay empatía alguna entre los diversos sectores sociales. Pero ¿se hizo algún intento durante los gobiernos de la transición, de conciliar clases sociales? Cada quien ve lo que quiere ver según el cristal con que se mira. Cada sector que a sus razones las ampara la razón y la justicia.

Ni los liberales quisimos destruir el país ni entregarlo al extranjero, ni los populistas quieren destruir las instalaciones e instaurar una dictadura militar. Pero nos cuesta mucho aceptarlo. Ser conciliador es ser un tibio, al que ambos bandos consideran sospechoso. No nos damos cuenta que esa polarización terminará por destrozarnos.

En democracia es común que se alteren proyectos de distinta ideología. Llega un gobierno, emprende acciones, acierta en unas y se equivoca en otras. El siguiente gobierno, de signo opuesto, hará lo propio. No podemos seguir con un corazón dividido. No hace falta generosidad y amplitud de miras. Los otros no son nuestros enemigos.

A estas alturas sabemos que la Cuarta Transformación no era el fin de la historia sino un eslogan electoral. El actual gobierno cree que está refundando al país pero esto se debe a que no conocían la experiencia de gobierno. Gobernar desgasta. Ya se dieron cuenta que no es lo mismo prometer que ejecutar. Ojalá que hayamos comprendido lo esencial: que unos y otros, liberales y populistas, queremos lo mismo: el bien de los mexicanos.

Joseph Goebbels sabía que cuanto mayor era la mentira más fácil era la posibilidad de que el pueblo se la creyese. El político alemán también nos enseñó que para que las mentiras acaben siendo verdades es necesario repetirlas constantemente, sin permitirse jamás dudar sobre si uno sabía que estaba en lo cierto o no. Pará lograrlo simplemente es necesario decir, transmitir y repetir lo que uno piensa o siente en un momento determinado a pesar de que todo demuestre que nuestro punto o posición es falsa, que se aleja de la realidad o que es lo contrario de lo que se nos prometió. En ese sentido, este extraño año se va despidiendo siendo toda una prueba de resistencia para los pueblos.

Pero la verdad es que aquí, a nivel de tierra y a nivel de lo que vemos, no sólo estamos en medio de la improvisación, la incertidumbre o en medio de un panorama en el que los líderes imponen sus ideas y agendas a costa de nuestra seguridad, sino que estamos siendo testigos de cómo los caballos del apocalipsis se refrescan, se comen el pasto y se preparan para la siguiente carrera con una indiferencia que empieza a ser peligrosa y suicida en todo el mundo.

Cuando se determinó que la Tierra era redonda, mucha gente se murió de risa. "¡Qué absurdo!", pensó. "Si la Tierra fuera redonda, los que viven en el hemisferio sur se caerían al espacio". ¿Cómo es posible que haya gente tan insensata que piense de ese modo. Pues sí. El sentido común nos decía que no éramos arañas y que no podiámos caminar de cabeza con los pies pegados a la superficie.

Pero sucede que la Tierra es redonda y hasta los habitantes de la Antártida (así sean exploradores o pingüinos) sienten que tienen los pies bien puestos sobre la tierra, o mejor dicho, el hielo.

El sentido común es útil para muchas cosas, pero para otras es un desastre. Como bien sabemos todos, sin considerar la Navidad, que es prácticamente universal, la fecha de mayor festividad y celebración para los mexicanos es el 12 de diciembre. Esta es tan antigua como en nacimiento mismo de la Nación.

La traducción empieza a formarse apenas diez años después de la conquista española. Y su símbolo atraviesa todas las páginas de nuestro devenir. Hasta el presente.

Dice una frase por ahí de Yuri Gorbaneff que "si el modelo contradice la realidad, peor para la realidad". Por más que se vendan expectativas y se pretenda negar la realidad una y otra vez, ésta se impondrá y nos dará un revés.

Hace algunos años, cuando se llevaban a cabo las llamadas reformas estructurales, millones de mexicanos pensaron que se estaba destruyendo al extranjero, y que esto lo hacía un gobierno incapaz y corrupto. Del mismo modo que hoy millones de mexicanos creen que el gobierno actual está destruyendo al país pauperizándolo y que esta labor la lleva a cabo un gobierno falaz y corrupto. Los que entonces apoyamos las reformas estructurales no fuimos empáticos con los que se oponían al cambio. Nos parecía que teníamos la razón, que México necesitaba modernizarse y que los cambios eran legales, obra de la alianza legislativa conocida como Pacto por México.

Hoy reclamamos falta de empatía de quienes creen tener la razón, de quienes piensan que México necesita con urgencia aliviar la pobreza y que los cambios que están emprendiendo son legales, fruto de la mayoría legislativa que consiguieron en las urnas.

No hay empatía alguna entre los diversos sectores sociales. Pero ¿se hizo algún intento durante los gobiernos de la transición, de conciliar clases sociales? Cada quien ve lo que quiere ver según el cristal con que se mira. Cada sector que a sus razones las ampara la razón y la justicia.

Ni los liberales quisimos destruir el país ni entregarlo al extranjero, ni los populistas quieren destruir las instalaciones e instaurar una dictadura militar. Pero nos cuesta mucho aceptarlo. Ser conciliador es ser un tibio, al que ambos bandos consideran sospechoso. No nos damos cuenta que esa polarización terminará por destrozarnos.

En democracia es común que se alteren proyectos de distinta ideología. Llega un gobierno, emprende acciones, acierta en unas y se equivoca en otras. El siguiente gobierno, de signo opuesto, hará lo propio. No podemos seguir con un corazón dividido. No hace falta generosidad y amplitud de miras. Los otros no son nuestros enemigos.

A estas alturas sabemos que la Cuarta Transformación no era el fin de la historia sino un eslogan electoral. El actual gobierno cree que está refundando al país pero esto se debe a que no conocían la experiencia de gobierno. Gobernar desgasta. Ya se dieron cuenta que no es lo mismo prometer que ejecutar. Ojalá que hayamos comprendido lo esencial: que unos y otros, liberales y populistas, queremos lo mismo: el bien de los mexicanos.

Joseph Goebbels sabía que cuanto mayor era la mentira más fácil era la posibilidad de que el pueblo se la creyese. El político alemán también nos enseñó que para que las mentiras acaben siendo verdades es necesario repetirlas constantemente, sin permitirse jamás dudar sobre si uno sabía que estaba en lo cierto o no. Pará lograrlo simplemente es necesario decir, transmitir y repetir lo que uno piensa o siente en un momento determinado a pesar de que todo demuestre que nuestro punto o posición es falsa, que se aleja de la realidad o que es lo contrario de lo que se nos prometió. En ese sentido, este extraño año se va despidiendo siendo toda una prueba de resistencia para los pueblos.

Pero la verdad es que aquí, a nivel de tierra y a nivel de lo que vemos, no sólo estamos en medio de la improvisación, la incertidumbre o en medio de un panorama en el que los líderes imponen sus ideas y agendas a costa de nuestra seguridad, sino que estamos siendo testigos de cómo los caballos del apocalipsis se refrescan, se comen el pasto y se preparan para la siguiente carrera con una indiferencia que empieza a ser peligrosa y suicida en todo el mundo.