/ viernes 23 de agosto de 2019

Abrazar la vida con gratitud 

Los escenarios que nos rodean son, por demás, sombríos y terriblemente tormentosos: muertes, desaparecidos, destrucción, nepotismo, violencia, inseguridad, pobreza, mala educación, falta de compromiso por parte de la autoridad, evasión, migrantes, abortos, problemas económicos. En fin, una serie de calamidades que se siguen una a la otra en una especie de cadena sin fin, que amenaza con devorarnos.

Según lo que nos enseñó Platón, en su famoso mito de los habitantes de la caverna, aquellos que se conforman con ver las sombras y pensar que en eso está el objetivo de la vida, todo cambia y pinta mejor cuando uno se decide ir más allá y encontrar la salida a esa vida de sombras y tiniebla. ¡Todo mejora cuando uno decide dejar de mirar la pared!

Ahora nos damos cuenta que únicamente podemos salir de esa vida de sombras y oscuridad cuando nos cansemos, por fin, de la vida de sombras, cuando el hartazgo nos mueva salir de la caverna y encontrar la luz que nos da la vida. La luz que se traduce en un compromiso serio y sincero en favor de la vida, de la familia, de la seguridad, del cuidado y de la promoción del desarrollo de todos. Sólo así, rompiendo las ataduras de la muerte y saliendo de la esclavitud de una vida que se conforma con ver las sombras, es como todos podremos gozar de la savia de la vida. Entonces podremos disfrutar de la vida por la cual estamos en el mundo y no alcanzaremos sosiego hasta vibrar con una vida abundante, generosa y honesta.

El camino se empieza a andar con pasos muy pequeños pero firmes y decididos, uno de estos pasos, el primero, consiste en ver la vida con gratitud y en abrazar lo que esta vida nos está dando. Esto es, agradecer los susurros de vida con los que a diario somos distinguidos y con los que nos sale al paso lo bueno de esta vida. No todo es malo, de hecho, hay más bien que mal. Más dulzura que amargura. Más sonrisa que llanto, más vida que muerte…

Si ponemos atención, nos daremos cuenta que la grandeza con la que la vida nos sale al paso, del gran número de bendiciones con las que nos distingue y con las que a diario nos invita a ser más humanos, a ser mejores personas; a reconocer que nuestro paso por el mundo es la oportunidad perfecta de hacer el bien a los demás, porque precisamente para eso estamos en el mundo, no para ser profetas apocalípticos y trasnochados, sino para moler el trigo de lo bueno, para anunciar y extender lo noble de la vida que nos ha sido confiada.

Los escenarios que nos rodean son, por demás, sombríos y terriblemente tormentosos: muertes, desaparecidos, destrucción, nepotismo, violencia, inseguridad, pobreza, mala educación, falta de compromiso por parte de la autoridad, evasión, migrantes, abortos, problemas económicos. En fin, una serie de calamidades que se siguen una a la otra en una especie de cadena sin fin, que amenaza con devorarnos.

Según lo que nos enseñó Platón, en su famoso mito de los habitantes de la caverna, aquellos que se conforman con ver las sombras y pensar que en eso está el objetivo de la vida, todo cambia y pinta mejor cuando uno se decide ir más allá y encontrar la salida a esa vida de sombras y tiniebla. ¡Todo mejora cuando uno decide dejar de mirar la pared!

Ahora nos damos cuenta que únicamente podemos salir de esa vida de sombras y oscuridad cuando nos cansemos, por fin, de la vida de sombras, cuando el hartazgo nos mueva salir de la caverna y encontrar la luz que nos da la vida. La luz que se traduce en un compromiso serio y sincero en favor de la vida, de la familia, de la seguridad, del cuidado y de la promoción del desarrollo de todos. Sólo así, rompiendo las ataduras de la muerte y saliendo de la esclavitud de una vida que se conforma con ver las sombras, es como todos podremos gozar de la savia de la vida. Entonces podremos disfrutar de la vida por la cual estamos en el mundo y no alcanzaremos sosiego hasta vibrar con una vida abundante, generosa y honesta.

El camino se empieza a andar con pasos muy pequeños pero firmes y decididos, uno de estos pasos, el primero, consiste en ver la vida con gratitud y en abrazar lo que esta vida nos está dando. Esto es, agradecer los susurros de vida con los que a diario somos distinguidos y con los que nos sale al paso lo bueno de esta vida. No todo es malo, de hecho, hay más bien que mal. Más dulzura que amargura. Más sonrisa que llanto, más vida que muerte…

Si ponemos atención, nos daremos cuenta que la grandeza con la que la vida nos sale al paso, del gran número de bendiciones con las que nos distingue y con las que a diario nos invita a ser más humanos, a ser mejores personas; a reconocer que nuestro paso por el mundo es la oportunidad perfecta de hacer el bien a los demás, porque precisamente para eso estamos en el mundo, no para ser profetas apocalípticos y trasnochados, sino para moler el trigo de lo bueno, para anunciar y extender lo noble de la vida que nos ha sido confiada.