/ sábado 3 de octubre de 2020

Acedia ciudadana

Al observar el conjunto de reacciones que suscitan las diferentes movilizaciones ciudadanas, de las cuales unas están cargadas de una terrible ira contenida que poco a poco emerge con estruendosos estallidos, mientras otras enarbolan las banderas de la defensa del estado. Un complejo hervidero de emociones que dan rostro a la convulsionada estampa nacional. Una situación alarmante.

¡Se nos está muriendo la capacidad de indignación! Se ha debilitado el coraje para enfadarnos y comprometernos. Algo muy grave ha sucedido en la etapa última de nuestra historia, que la inmensa mayoría de los mexicanos no queremos correr riesgos. Por el contrario, tomando la bandera infecunda de la falsa prudencia, estrangulamos todo intento de mejora, nos mantenemos al margen, en la distancia indolente.

Estos son los tiempos de la globalización de la acedia. La acedia era el síntoma terrible contra el que todo esfuerzo espiritual luchaba encarada y decididamente allá en la época de oro de la vida monástica. Es un síntoma que primero ofrece un rostro inocente, pero que si no se le enfrenta a tiempo, acaba asfixiando todo, hasta llegar al conformismo somnoliento.

Desgraciadamente asistimos a una era que no soporta el dolor, hemos luchado y continuamos luchando para no toparnos con el dolor por ningún lado. Paradójicamente también asistimos a la era de la ausencia del cuidado. Una época indolora y desechable. Preferimos hablar de los pobres y de la supuesta justicia en favor de ellos, pero no queremos comprometernos demasiado para lograr el Estado de derecho en el que luchemos contra todos los vergonzosos tipos de pobreza que nos rodean.

Con el atragantamiento de tantos espectáculos a los que -por todos lados- asistimos, producto tal vez de la depravada hiperconexion, estamos perdiendo el gusto por las utopías y con tantas pesadillas perdemos los sueños de futuro. El diagnóstico es grave: insatisfacción crónica, apatía generalizada, desaliento degenerativo.

Las próximas generaciones serán muy duras con nosotros si no nos atrevemos a levantar la mirada de inmediato y a soñar con un futuro en el que la vida pueda ser una realidad para todos. Estamos en los días de hacer a un lado el miedo y sacudirnos la tibieza. Necesitamos con urgencia desparasitar la sociedad, desintoxicar nuestras vidas para vitaminarnos de tal modo que la pasión y el entusiasmo nos permitan ponernos en marcha y estar alertas. Indignarnos con provecho hasta lograr que nuestros ambientes sean generosamente habitables.

Al observar el conjunto de reacciones que suscitan las diferentes movilizaciones ciudadanas, de las cuales unas están cargadas de una terrible ira contenida que poco a poco emerge con estruendosos estallidos, mientras otras enarbolan las banderas de la defensa del estado. Un complejo hervidero de emociones que dan rostro a la convulsionada estampa nacional. Una situación alarmante.

¡Se nos está muriendo la capacidad de indignación! Se ha debilitado el coraje para enfadarnos y comprometernos. Algo muy grave ha sucedido en la etapa última de nuestra historia, que la inmensa mayoría de los mexicanos no queremos correr riesgos. Por el contrario, tomando la bandera infecunda de la falsa prudencia, estrangulamos todo intento de mejora, nos mantenemos al margen, en la distancia indolente.

Estos son los tiempos de la globalización de la acedia. La acedia era el síntoma terrible contra el que todo esfuerzo espiritual luchaba encarada y decididamente allá en la época de oro de la vida monástica. Es un síntoma que primero ofrece un rostro inocente, pero que si no se le enfrenta a tiempo, acaba asfixiando todo, hasta llegar al conformismo somnoliento.

Desgraciadamente asistimos a una era que no soporta el dolor, hemos luchado y continuamos luchando para no toparnos con el dolor por ningún lado. Paradójicamente también asistimos a la era de la ausencia del cuidado. Una época indolora y desechable. Preferimos hablar de los pobres y de la supuesta justicia en favor de ellos, pero no queremos comprometernos demasiado para lograr el Estado de derecho en el que luchemos contra todos los vergonzosos tipos de pobreza que nos rodean.

Con el atragantamiento de tantos espectáculos a los que -por todos lados- asistimos, producto tal vez de la depravada hiperconexion, estamos perdiendo el gusto por las utopías y con tantas pesadillas perdemos los sueños de futuro. El diagnóstico es grave: insatisfacción crónica, apatía generalizada, desaliento degenerativo.

Las próximas generaciones serán muy duras con nosotros si no nos atrevemos a levantar la mirada de inmediato y a soñar con un futuro en el que la vida pueda ser una realidad para todos. Estamos en los días de hacer a un lado el miedo y sacudirnos la tibieza. Necesitamos con urgencia desparasitar la sociedad, desintoxicar nuestras vidas para vitaminarnos de tal modo que la pasión y el entusiasmo nos permitan ponernos en marcha y estar alertas. Indignarnos con provecho hasta lograr que nuestros ambientes sean generosamente habitables.