/ lunes 4 de junio de 2018

Adiós abuela querida, allá nos veremos.

En Coatepec post revolucionario de 1926 nació “Pupis”, que fue madre, abuela, bisabuela y columna sustancial de una gran familia. Época agitada por conflictos del “Maximato”, las noticias del mundo tardaban en llegar y las familias se reunían en el hogar a escuchar noticias por la célebre emisora de radio la XEW, impulsadas por el padre y arropadas por la madre, ese ser fuerte, luchador, férreo ante los retos y tierno en las tristezas.

La abuela fue vital, sus seis hijos y numerosos nietos encontraron en ella consuelo o enérgica reprimenda, jamás una negativa o un consejo, pero sí un “lo que yo haría”; amorosa y sutil sugerencia de “esto debes de hacer”. Respetuosa de modales en la mesa y pulcritud en el vestir. La abuela fue para hijos, nietos y bisnietos ejemplo de energía, sabiduría vital en la toma de decisiones conscientes y congruentes. Con frecuencia la sentían dura, autoritaria, jamás indiferente ni intolerante, siempre solidaria y analítica.

Con hijos y nietos jamás fue la que apapacha, protege y oculta a espaldas de papá, siempre los animó con energía a resolver por ellos mismos el conflicto, sin temor o cobardía, no permitió la mentira. Amó a su manera, gozó de salud cabal, jamás una queja y menos un lamento. Guió, estimuló, confrontó y moldeó con sabia sensibilidad a sus seis hijos y a numerosos nietos.

El tiempo, verdugo implacable que con todo acaba, poco a poco llevó a la abuela a la pérdida de capacidad de comprensión y toma de decisiones equilibradas, hasta convertirla en una niña en su conducta, con plática y simpatía arrolladora causantes de sorpresa y ternura, siempre aparecía silenciosa con una frase de amor, aunque a veces no sabía ya con quién hablaba.

Los momentos de las comidas, en casa, con anfitriones o en restoranes “de mucha monta”, siempre fue una aventura estar a su lado en el momento de pedir, porque la abuela era primero quien lo hacía, después de leer detenidamente la carta de alimentos, solicitaba con solemne autoridad al mesero: “Muchacho, tráeme un platito de arroz con frijolitos”, o “dos quesadillas de queso, sin picante ni calientes y refresco al tiempo”. Cuando los comensales pedían vino, ella también, para que al llegar la copa, con naturalidad genial, le agregaba una larga lista de cucharadas de azúcar.

Cuando alguien llegaba a su aposento, una explosión brillaba en sus ojos, recibía con el más acendrado de los júbilos y si aquella persona pasaba varias veces ante ella el saludo era igual, un impacto de alegría con un dulce. “¡Guapísimo, qué bueno que te veo!”.

Dos etapas de la vida de la abuela. En la primera moldeó con férreo amor el carácter de sus hijos, la segunda fue un óleo de ternura por su alma inocente, beatificada por desapego total a la maldad y mezquinos intereses de la humanidad. Pupis murió el domingo.

Abuela, te fuiste como los justos hacia el lugar sin límites, en paz, sin sentirlo ni esperarlo, despidiéndote del mundo con tu eterna sonrisa apacible. Querida abuela, siempre te sentiremos aquí, y allá volveremos a encontrarnos.

hsilva_mendozahotmail.com

En Coatepec post revolucionario de 1926 nació “Pupis”, que fue madre, abuela, bisabuela y columna sustancial de una gran familia. Época agitada por conflictos del “Maximato”, las noticias del mundo tardaban en llegar y las familias se reunían en el hogar a escuchar noticias por la célebre emisora de radio la XEW, impulsadas por el padre y arropadas por la madre, ese ser fuerte, luchador, férreo ante los retos y tierno en las tristezas.

La abuela fue vital, sus seis hijos y numerosos nietos encontraron en ella consuelo o enérgica reprimenda, jamás una negativa o un consejo, pero sí un “lo que yo haría”; amorosa y sutil sugerencia de “esto debes de hacer”. Respetuosa de modales en la mesa y pulcritud en el vestir. La abuela fue para hijos, nietos y bisnietos ejemplo de energía, sabiduría vital en la toma de decisiones conscientes y congruentes. Con frecuencia la sentían dura, autoritaria, jamás indiferente ni intolerante, siempre solidaria y analítica.

Con hijos y nietos jamás fue la que apapacha, protege y oculta a espaldas de papá, siempre los animó con energía a resolver por ellos mismos el conflicto, sin temor o cobardía, no permitió la mentira. Amó a su manera, gozó de salud cabal, jamás una queja y menos un lamento. Guió, estimuló, confrontó y moldeó con sabia sensibilidad a sus seis hijos y a numerosos nietos.

El tiempo, verdugo implacable que con todo acaba, poco a poco llevó a la abuela a la pérdida de capacidad de comprensión y toma de decisiones equilibradas, hasta convertirla en una niña en su conducta, con plática y simpatía arrolladora causantes de sorpresa y ternura, siempre aparecía silenciosa con una frase de amor, aunque a veces no sabía ya con quién hablaba.

Los momentos de las comidas, en casa, con anfitriones o en restoranes “de mucha monta”, siempre fue una aventura estar a su lado en el momento de pedir, porque la abuela era primero quien lo hacía, después de leer detenidamente la carta de alimentos, solicitaba con solemne autoridad al mesero: “Muchacho, tráeme un platito de arroz con frijolitos”, o “dos quesadillas de queso, sin picante ni calientes y refresco al tiempo”. Cuando los comensales pedían vino, ella también, para que al llegar la copa, con naturalidad genial, le agregaba una larga lista de cucharadas de azúcar.

Cuando alguien llegaba a su aposento, una explosión brillaba en sus ojos, recibía con el más acendrado de los júbilos y si aquella persona pasaba varias veces ante ella el saludo era igual, un impacto de alegría con un dulce. “¡Guapísimo, qué bueno que te veo!”.

Dos etapas de la vida de la abuela. En la primera moldeó con férreo amor el carácter de sus hijos, la segunda fue un óleo de ternura por su alma inocente, beatificada por desapego total a la maldad y mezquinos intereses de la humanidad. Pupis murió el domingo.

Abuela, te fuiste como los justos hacia el lugar sin límites, en paz, sin sentirlo ni esperarlo, despidiéndote del mundo con tu eterna sonrisa apacible. Querida abuela, siempre te sentiremos aquí, y allá volveremos a encontrarnos.

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