/ lunes 17 de septiembre de 2018

Ah pa’ nombrecitos

En la secundaria tuve un maestro que se llamaba Gastón Timoteo Argote Hernández que mitad en broma, pero mitad en serio, decía que ese nombre se lo habían puesto sus padres cuando aún no hablaba y por lo tanto no podía defenderse.

Don Gastón era partidario de que fueran los hijos, ya mayorcitos, los que escogieran el nombre con el que cargarían todos los días de su vida. Y viendo los apelativos que algunos padres le endilgan a sus vástagos, su idea no era nada mala.

En tiempos de María Canica, cuando los padres se guiaban por el santoral católico, el asunto era realmente complicado para los pobres chamacos. Por ejemplo, si nacían el 1 de enero los orgullosos papás podían escoger entre Almaquio, Ponfilio, Concordio y Frodoberto como nombres con los que le desgraciarían la existencia a la criatura.

Si el chamaco nacía el 2 de ese mes corría el riesgo de llamarse: Airaldo, Argeo, Bladulfo, Nacianzo, Mainquino o Vicenciano. Si el nacimiento era el día 3 tenían para escoger entre Antero, Gordio, Sinesio, Teógeno, Teonas y Teopompo. Si nacían el día 4 de enero entre Abrúnculo, Cayo, Ferreol, Hermes y Rigomerio. Y así hasta el 31 de diciembre.

Toda mi vida he sostenido que estos pobres sujetos (convertidos en santos) se metieron a religiosos a ver si por ese camino se les quitaba el deseo de matar a sus padres.

En lo personal, pienso que todavía estaría en el bote purgando una condena por parricidio si mi papá y mi mamá me hubieran puesto un nombrecito de esos.

¿Acaso usted lector, andaría tan campante por la vida sabiendo que le puso a su hijo Alderico, Crispinino, Polieucto o Valeriviano?

Reitero, esto sucedía en tiempos de María Canica, cuando nuestros abuelos y bisabuelos se iban al santoral y cometían esas barrabasadas.

Pero los padres de ahora no cantan mal las rancheras.

Hace poco unos amigos muy queridos nos invitaron a mi esposa y a mi a bautizar a su nene y por supuesto aceptamos. Pero cuando mi mujer se enteró que a su futuro ahijado le iban a poner Bibiano Agripino, declinó cortésmente alegando que no sería cómplice de ese atentado.

Ya sin el auxilio del santoral los padres siguen empeñados en que sus inocentes criaturas los odien cuando crezcan al ponerles Brayan, Yaquelin, Britany, Alpha, Barbie, Leidis Bar o Bayron.

Como se verá los nombres castellanos están pasando a mejor vida. Aunque no todos.

Un matrimonio que ama el futbol, le quiso poner a su hijo el nombre de su equipo favorito.

El 21 de agosto, los padres del infeliz crío que son seguidores acérrimos de la Maquina Celeste, realizaron el trámite de solicitud en la oficialía número 7 de la Paz, Baja California, para ponerle a su pequeño el nombre de Cruz Azul.

Gracias a la cantidad de mensajes que recibieron por redes sociales donde incluso los acusan de infanticidio, la madre tuvo la sensatez de echarse para atrás y evitar que su hijo fuera buleado por toda la eternidad.

Si ya que alguien se llame Cruz debe ser un tormento, imagínese usted al pobre chiquillo con el color azul como complemento.

Felizmente la idea del profe Argote fructificó, ya que si antes uno tenía que apechugar toda la vida con el nombre que le endilgaban, ahora lo podemos cambiar en cualquier oficina del Registro Civil.

Aunque para que la felicidad sea completa, debería procesarse a los padres por abuso de autoridad, abuso infantil, bullying, tormento sicológico y, sobre todo, por pasarse de lanzas con sus pequeños.

bernardogup@hotmail.com


En la secundaria tuve un maestro que se llamaba Gastón Timoteo Argote Hernández que mitad en broma, pero mitad en serio, decía que ese nombre se lo habían puesto sus padres cuando aún no hablaba y por lo tanto no podía defenderse.

Don Gastón era partidario de que fueran los hijos, ya mayorcitos, los que escogieran el nombre con el que cargarían todos los días de su vida. Y viendo los apelativos que algunos padres le endilgan a sus vástagos, su idea no era nada mala.

En tiempos de María Canica, cuando los padres se guiaban por el santoral católico, el asunto era realmente complicado para los pobres chamacos. Por ejemplo, si nacían el 1 de enero los orgullosos papás podían escoger entre Almaquio, Ponfilio, Concordio y Frodoberto como nombres con los que le desgraciarían la existencia a la criatura.

Si el chamaco nacía el 2 de ese mes corría el riesgo de llamarse: Airaldo, Argeo, Bladulfo, Nacianzo, Mainquino o Vicenciano. Si el nacimiento era el día 3 tenían para escoger entre Antero, Gordio, Sinesio, Teógeno, Teonas y Teopompo. Si nacían el día 4 de enero entre Abrúnculo, Cayo, Ferreol, Hermes y Rigomerio. Y así hasta el 31 de diciembre.

Toda mi vida he sostenido que estos pobres sujetos (convertidos en santos) se metieron a religiosos a ver si por ese camino se les quitaba el deseo de matar a sus padres.

En lo personal, pienso que todavía estaría en el bote purgando una condena por parricidio si mi papá y mi mamá me hubieran puesto un nombrecito de esos.

¿Acaso usted lector, andaría tan campante por la vida sabiendo que le puso a su hijo Alderico, Crispinino, Polieucto o Valeriviano?

Reitero, esto sucedía en tiempos de María Canica, cuando nuestros abuelos y bisabuelos se iban al santoral y cometían esas barrabasadas.

Pero los padres de ahora no cantan mal las rancheras.

Hace poco unos amigos muy queridos nos invitaron a mi esposa y a mi a bautizar a su nene y por supuesto aceptamos. Pero cuando mi mujer se enteró que a su futuro ahijado le iban a poner Bibiano Agripino, declinó cortésmente alegando que no sería cómplice de ese atentado.

Ya sin el auxilio del santoral los padres siguen empeñados en que sus inocentes criaturas los odien cuando crezcan al ponerles Brayan, Yaquelin, Britany, Alpha, Barbie, Leidis Bar o Bayron.

Como se verá los nombres castellanos están pasando a mejor vida. Aunque no todos.

Un matrimonio que ama el futbol, le quiso poner a su hijo el nombre de su equipo favorito.

El 21 de agosto, los padres del infeliz crío que son seguidores acérrimos de la Maquina Celeste, realizaron el trámite de solicitud en la oficialía número 7 de la Paz, Baja California, para ponerle a su pequeño el nombre de Cruz Azul.

Gracias a la cantidad de mensajes que recibieron por redes sociales donde incluso los acusan de infanticidio, la madre tuvo la sensatez de echarse para atrás y evitar que su hijo fuera buleado por toda la eternidad.

Si ya que alguien se llame Cruz debe ser un tormento, imagínese usted al pobre chiquillo con el color azul como complemento.

Felizmente la idea del profe Argote fructificó, ya que si antes uno tenía que apechugar toda la vida con el nombre que le endilgaban, ahora lo podemos cambiar en cualquier oficina del Registro Civil.

Aunque para que la felicidad sea completa, debería procesarse a los padres por abuso de autoridad, abuso infantil, bullying, tormento sicológico y, sobre todo, por pasarse de lanzas con sus pequeños.

bernardogup@hotmail.com