/ jueves 11 de noviembre de 2021

Algunos cambios dentro del lenguaje

Al querer expresarnos hacemos uso de construcciones lingüísticas que emergen de nuestros pensamientos y sentimientos, sin embargo, el vacío de contenido o la inclusión mixta de género puede hacer que confundamos al mismo idioma.

De 20 años atrás a la fecha se ha esgrimido una lucha por equilibrar la manera en la que hablamos, lo cual representa un desgaste enorme, pero al mismo tiempo una lucha por el reconocimiento en la preponderancia de la equidad entre los géneros. Hubo un presidente mexicano emergido como un genio, no de una lámpara mágica como la de Aladino, sino que salió de una espumeante botella de soda o refresco negro, muy popular y consumido, que contiene cafeína y otros ingredientes, todos químicos; me refiero a Vicente Fox.

Él vino a reforzar el uso de las palabras chiquillos y chiquillas, ciudadanos y ciudadanas; en un extremo pudo haber dicho ilegales e ilegalas. Promotor de un lenguaje carnavalesco, reconocido por su hilaridad, por ser muy parlanchín, ocurrente para muchos. Pues bien, no sólo es responsabilidad del sistema educativo nacional corregir o al menos, pulir el léxico de los estudiantes, de lo contrario las estudiantas ¿dónde quedarían? Aquí volvemos a lo mismo generado por la serpenteante lengua en su ironía por abarcar masculino y femenino a la vez.

Feminicidio es un término muy usado para designar el deceso de una mujer, generalmente por medios violentos, en cuyo caso también se generaría el fatal término “hombricidio” para resaltar que a un hombre también se le maltrata, atropella y mata. No hay necesidad. Con la palabra homicidio perpetrado en la persona de Verónica “N” o de Ignacio “N” es más que suficiente para designar la acción cometida y el hecho concluyente.

Así escuchamos también la presidenta, cuando es suficiente con decir “la presidente”. Uno más para no cansar a nadie: “En la marcha de los docentes faltaron las docentas, ya que no quisieron apoyar el movimiento”, y todos dirán: “no existe la palabra docentas”. Es muy cierto, sin embargo, se vienen acuñando términos que usamos e identificamos rápidamente, uno de ellos y con el que simpatizo es “sanitizar”, de hecho no existe en ningún diccionario y en su lugar se puede utilizar el término desinfectado, limpio, aseado, desintoxicado, pero de la imaginación de algunos ha salido esa palabra, muy bien aceptada, es decir, “sanitizado”.

En todo idioma hay cambios, resistencias a los mismos y controversia por la dislocación de sus componentes en la sintaxis, gramática y, por supuesto, la morfología del idioma. Nosotros como hispanoparlantes poseemos un lenguaje bello, muy amplio, que se luce en composiciones de canciones, cuentos, novelas, ensayos de todo tipo; en el periodismo, en el arte de la poesía, la rima, las coplas y demás. Y la pregunta obligada es ¿por qué echarlo a perder? En detrimento de las actuales y futuras generaciones que verán y tal vez, usarán un mini castellano, acotado, con muletas de guey, buey y otras más que no tiene caso mencionarlas.

Hoy, leer un libro o un periódico es un deleite y el Fondo de Cultura Económica ofrece un variado catálogo a su disposición.

Al querer expresarnos hacemos uso de construcciones lingüísticas que emergen de nuestros pensamientos y sentimientos, sin embargo, el vacío de contenido o la inclusión mixta de género puede hacer que confundamos al mismo idioma.

De 20 años atrás a la fecha se ha esgrimido una lucha por equilibrar la manera en la que hablamos, lo cual representa un desgaste enorme, pero al mismo tiempo una lucha por el reconocimiento en la preponderancia de la equidad entre los géneros. Hubo un presidente mexicano emergido como un genio, no de una lámpara mágica como la de Aladino, sino que salió de una espumeante botella de soda o refresco negro, muy popular y consumido, que contiene cafeína y otros ingredientes, todos químicos; me refiero a Vicente Fox.

Él vino a reforzar el uso de las palabras chiquillos y chiquillas, ciudadanos y ciudadanas; en un extremo pudo haber dicho ilegales e ilegalas. Promotor de un lenguaje carnavalesco, reconocido por su hilaridad, por ser muy parlanchín, ocurrente para muchos. Pues bien, no sólo es responsabilidad del sistema educativo nacional corregir o al menos, pulir el léxico de los estudiantes, de lo contrario las estudiantas ¿dónde quedarían? Aquí volvemos a lo mismo generado por la serpenteante lengua en su ironía por abarcar masculino y femenino a la vez.

Feminicidio es un término muy usado para designar el deceso de una mujer, generalmente por medios violentos, en cuyo caso también se generaría el fatal término “hombricidio” para resaltar que a un hombre también se le maltrata, atropella y mata. No hay necesidad. Con la palabra homicidio perpetrado en la persona de Verónica “N” o de Ignacio “N” es más que suficiente para designar la acción cometida y el hecho concluyente.

Así escuchamos también la presidenta, cuando es suficiente con decir “la presidente”. Uno más para no cansar a nadie: “En la marcha de los docentes faltaron las docentas, ya que no quisieron apoyar el movimiento”, y todos dirán: “no existe la palabra docentas”. Es muy cierto, sin embargo, se vienen acuñando términos que usamos e identificamos rápidamente, uno de ellos y con el que simpatizo es “sanitizar”, de hecho no existe en ningún diccionario y en su lugar se puede utilizar el término desinfectado, limpio, aseado, desintoxicado, pero de la imaginación de algunos ha salido esa palabra, muy bien aceptada, es decir, “sanitizado”.

En todo idioma hay cambios, resistencias a los mismos y controversia por la dislocación de sus componentes en la sintaxis, gramática y, por supuesto, la morfología del idioma. Nosotros como hispanoparlantes poseemos un lenguaje bello, muy amplio, que se luce en composiciones de canciones, cuentos, novelas, ensayos de todo tipo; en el periodismo, en el arte de la poesía, la rima, las coplas y demás. Y la pregunta obligada es ¿por qué echarlo a perder? En detrimento de las actuales y futuras generaciones que verán y tal vez, usarán un mini castellano, acotado, con muletas de guey, buey y otras más que no tiene caso mencionarlas.

Hoy, leer un libro o un periódico es un deleite y el Fondo de Cultura Económica ofrece un variado catálogo a su disposición.