/ domingo 28 de junio de 2020

AMLO no ha definido si quiere ser temido o amado

Escribió Maquiavelo hace más de 500 años en su obra clásica “El Príncipe”, las recomendaciones a los gobernantes de su época, con verdades insustituibles en el ejercicio de la política, vigentes hasta nuestros días, y señalaba que “es mejor ser amado que temido”, porque la clemencia abona en favor de quien detenta el poder y evita la crueldad para castigar a sus contrincantes, mientras que la crueldad irremediablemente se revierte en contra de quien la aplica. Sin embargo, el florentino recomendaba que lo ideal sería lograr ambas cosas, es decir, ganarse el respeto y el temor de su pueblo y ser amado por su base social.

El clima de polarización existente entre militantes y simpatizantes de los partidos políticos y grupos de presión a nadie favorece, porque en lugar de fijar la atención de gobernantes y gobernados en los problemas nacionales, como la inseguridad, la pandemia, la pobreza y el desempleo, los enfrentamientos entre quienes defienden a AMLO y sus críticos impiden la búsqueda de soluciones que requiere de unidad nacional para combatir esos males.

La confianza de los millones de votantes que sufragaron en favor de AMLO para llegar a la Presidencia de la República se comienza a perder en el abismo de todas las promesas incumplidas. Nadie olvida la promesa de acabar con la corrupción y devolver al pueblo lo robado; tampoco se olvida la promesa de acabar con la improvisación y corrupción de sus colaboradores, cuyos principales negocios se han puesto al descubierto con la celebración de contratos multimillonarios de obras y servicios públicos, como la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, la construcción del Tren Maya y la operación de la refinería de Dos Bocas, recurriendo a préstamos multimillonarios en dólares que han ampliado la deuda pública que el propio Andrés Manuel se comprometió a sanear, etcétera, etcétera, etcétera.

La alabanza en favor de los gobernantes que raramente han cumplido su palabra se convierte en vituperio en contra de aquellos que con astucia se han burlado del pueblo y han olvidado todo lo prometido, como le sucedió al expresidente López Portillo, responsable de la gran devaluación del peso, de la caída del ingreso petrolero y de la nacionalización de los bancos, males que orillaron a los mexicanos a vivir en una espantosa miseria, de la que pocos se pudieron recuperar.

Escribió Maquiavelo hace más de 500 años en su obra clásica “El Príncipe”, las recomendaciones a los gobernantes de su época, con verdades insustituibles en el ejercicio de la política, vigentes hasta nuestros días, y señalaba que “es mejor ser amado que temido”, porque la clemencia abona en favor de quien detenta el poder y evita la crueldad para castigar a sus contrincantes, mientras que la crueldad irremediablemente se revierte en contra de quien la aplica. Sin embargo, el florentino recomendaba que lo ideal sería lograr ambas cosas, es decir, ganarse el respeto y el temor de su pueblo y ser amado por su base social.

El clima de polarización existente entre militantes y simpatizantes de los partidos políticos y grupos de presión a nadie favorece, porque en lugar de fijar la atención de gobernantes y gobernados en los problemas nacionales, como la inseguridad, la pandemia, la pobreza y el desempleo, los enfrentamientos entre quienes defienden a AMLO y sus críticos impiden la búsqueda de soluciones que requiere de unidad nacional para combatir esos males.

La confianza de los millones de votantes que sufragaron en favor de AMLO para llegar a la Presidencia de la República se comienza a perder en el abismo de todas las promesas incumplidas. Nadie olvida la promesa de acabar con la corrupción y devolver al pueblo lo robado; tampoco se olvida la promesa de acabar con la improvisación y corrupción de sus colaboradores, cuyos principales negocios se han puesto al descubierto con la celebración de contratos multimillonarios de obras y servicios públicos, como la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, la construcción del Tren Maya y la operación de la refinería de Dos Bocas, recurriendo a préstamos multimillonarios en dólares que han ampliado la deuda pública que el propio Andrés Manuel se comprometió a sanear, etcétera, etcétera, etcétera.

La alabanza en favor de los gobernantes que raramente han cumplido su palabra se convierte en vituperio en contra de aquellos que con astucia se han burlado del pueblo y han olvidado todo lo prometido, como le sucedió al expresidente López Portillo, responsable de la gran devaluación del peso, de la caída del ingreso petrolero y de la nacionalización de los bancos, males que orillaron a los mexicanos a vivir en una espantosa miseria, de la que pocos se pudieron recuperar.