/ martes 12 de julio de 2022

Arcángeles de la transformación

El único problema es que los milagros, en política, por general son simples errores. Expertos en humanidad. Así terminé hace algún tiempo una columna y así quiero partir.

En esta lógica si observamos el contexto que nos rodea, encontramos grandes desafíos. Mirando a nuestro alrededor nos damos cuenta de que esto tiene varios puntos que catalizan el relativismo, los avances en la ciencia y la tecnología que influyen en la persona y los cambios en la forma de relacionarnos, etcétera.

La modernidad ha dado paso a la posmodernidad y el ser humano está en un momento inédito, en el que ya no basta tener conocimientos, integrarnos en el mundo laboral y forjar una familia. Todo está cambiando vertiginosamente y ante ello podemos incidir enriqueciendo el presente.

La pandemia, la digitalización, el aumento de la pobreza y las desigualdades, la libre elección de todo, el deterioro del concepto de la familia, la guerra que estamos viviendo. Todo ello se relaciona con la falta de relaciones personales, la dificultad para el diálogo y la ceguera ante lo diferente.

Estos retos invitan a una mayor comprensión de lo humano, su escalera existencial y relacional. De allí la necesidad de las humanidades. Los diferentes saberes como la física, la química, la ingeniería y muchas más, dan una visión rica de la persona, pero acostada. Se precisa bucear en saberes filosóficos y antropológicos para preservar lo humano y detectar actitudes, valores conductas y acciones que deshumanizan.

Debemos promocionar lo humano, descubrir la diferencia entre lo valioso y lo útil, moderar el pragmatismo para que no sea quien rija las decisiones éticas, y conocer el sentido humano de la existencia. ¿Qué visión del hombre prevalecerá en el tercer milenio? Algunas tendencias desean escabullirse del callejón sin salida en que ha quedado el ser humano tras su autonomía absoluta. Se buscan principios éticos que orienten las decisiones científicas. Se busca la conexión y la relación entre personas. Hay un hastío de las diferencias y de las luchas materiales e intelectuales.

La generación actual tiene este desafío, encontrarse para rehacerse y para defender lo más valioso: su humanidad. Esta crisis de la verdad puede subsanarse con la inmersión en las humanidades.

Aquí encuentra cabida la antropología cristiana, donde la criatura es libre y puede hacer uso responsable de su libertad. Seamos francos, ¿no quisiéramos recuperar la humanidad perdida? ¿No soñamos con dejar un mundo más humano a quienes vendrán? ¿No estamos cansados del permisivismo? ¿No queríamos que la paz, el amor, la libertad y la escucha fueran base de nuestras relaciones?

Ya palpamos la vulnerabilidad, ya vivimos el vacío. Ya lloramos al ver que el hombre es maltratado y que la mujer está lejos de ser considerada con la añorada igualdad de oportunidades. Ya hemos experimentado que las personas de buena voluntad no siempre sabemos hacia dónde caminar.

Podría escribir más, pero termino como me gusta con esperanza. Las crisis ideológicas nos motivan a revisar lo andado. Esta nueva época, como la flamado el Papa Francisco, nos invita a mirar atrás y a construir un futuro. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Hagámoslo desde lo que somos, seres humanos.

En otro orden de ideas la luz del Señor oscurece a sus iluminados, cada vez son más voces las que llaman a revisar la estrategia de seguridad del país. Los millones de mexicanos y mexicanas que desde hace décadas sufren miedo y violencia merecen que el tema sea abordado con toda seriedad por todos los actores que tienen alguna responsabilidad.

Balaceras, asesinatos, colgados, levantados, desaparecidos, secuestrados, robos, extorsiones, trata de personas, tráfico de migrantes, narcotráfico, femicidios, son palabras que hemos tenido que incorporar a nuestro lenguaje cotidiano porque son la realidad que vivimos.

La confrontación con la jerarquía de la Iglesia católica podría dar paso a la apertura de un diálogo que, por primera vez, siente el actual gobierno a discutir la estrategia de seguridad. Sus expresiones de disposición no son asunto menor cuando éste ha sido un territorio vedado a la discusión con cualquier sector. Entre los líderes religiosos piensan con moderado optimismo que de la violencia surge un atisbo de esperanza para tratar "conjuntamente" de recuperar la paz.

El país necesita abrir oportunidades a la paz, que permanece como una de las promesas incumplidas de López Obrador. Una rebelión desde los púlpitos es un riesgo que el Presidente no puede permitirse sin arriesgar su popularidad y abrir nuevo frente a la violencia para sumar más víctimas.

La Iglesia ha decidido no dejar pasar esta coyuntura por creer que la indignación por la violencia les abre una puerta para incidir en el esfuerzo de construir una paz estable y duradera.

Las encuestas indican una creciente reprobación a su política de abrazos, no balazos contra el crimen de varios puntos arriba (67% según El Financiero) sobre su popularidad (57%).

La Iglesia también ha moderado sus críticas desde las más ácidas que en las horas de dolor le reclamaron por el asesinato de los jesuitas, pero sin deponer la demanda de revisar la estrategia. Y éste es el punto en que las perspectivas del diálogo son más inciertas. La intolerancia con la crítica y la ausencia de matices para revisar sus resultados hace que el trabajo "conjunto" por la paz sea una tarea muy complicada.

La jerarquía y comunidad católica comparte hoy el mismo dolor que los grupos delictivos causan en las familias mexicanas. ¿Qué quieren los sacerdotes? Quieren lo que todo ciudadano exige: seguridad, paz, vivir sin miedo sin la angustia que provocan la extorsión, el secuestro o la amenaza. No quieren buscar los cuerpos de sus seres queridos, no quieren huir de sus comunidades ni abandonar sus hogares, porque los grupos criminales se apoderaron de la región. Quieren que se aplique la ley, combata la impunidad y garantice el Estado de derecho.

Las mayores confrontaciones políticas no provienen del enfrentamiento de ideologías, de partidos, de credos, y ni siquiera, de intereses, sino de las oposiciones entre la realpolitik y la política- ficción. Estas han provocado Las mayores crisis, revoluciones y guerras que han arrastrado a los seres humanos.

El único problema es que los milagros, en política, por general son simples errores. Expertos en humanidad. Así terminé hace algún tiempo una columna y así quiero partir.

En esta lógica si observamos el contexto que nos rodea, encontramos grandes desafíos. Mirando a nuestro alrededor nos damos cuenta de que esto tiene varios puntos que catalizan el relativismo, los avances en la ciencia y la tecnología que influyen en la persona y los cambios en la forma de relacionarnos, etcétera.

La modernidad ha dado paso a la posmodernidad y el ser humano está en un momento inédito, en el que ya no basta tener conocimientos, integrarnos en el mundo laboral y forjar una familia. Todo está cambiando vertiginosamente y ante ello podemos incidir enriqueciendo el presente.

La pandemia, la digitalización, el aumento de la pobreza y las desigualdades, la libre elección de todo, el deterioro del concepto de la familia, la guerra que estamos viviendo. Todo ello se relaciona con la falta de relaciones personales, la dificultad para el diálogo y la ceguera ante lo diferente.

Estos retos invitan a una mayor comprensión de lo humano, su escalera existencial y relacional. De allí la necesidad de las humanidades. Los diferentes saberes como la física, la química, la ingeniería y muchas más, dan una visión rica de la persona, pero acostada. Se precisa bucear en saberes filosóficos y antropológicos para preservar lo humano y detectar actitudes, valores conductas y acciones que deshumanizan.

Debemos promocionar lo humano, descubrir la diferencia entre lo valioso y lo útil, moderar el pragmatismo para que no sea quien rija las decisiones éticas, y conocer el sentido humano de la existencia. ¿Qué visión del hombre prevalecerá en el tercer milenio? Algunas tendencias desean escabullirse del callejón sin salida en que ha quedado el ser humano tras su autonomía absoluta. Se buscan principios éticos que orienten las decisiones científicas. Se busca la conexión y la relación entre personas. Hay un hastío de las diferencias y de las luchas materiales e intelectuales.

La generación actual tiene este desafío, encontrarse para rehacerse y para defender lo más valioso: su humanidad. Esta crisis de la verdad puede subsanarse con la inmersión en las humanidades.

Aquí encuentra cabida la antropología cristiana, donde la criatura es libre y puede hacer uso responsable de su libertad. Seamos francos, ¿no quisiéramos recuperar la humanidad perdida? ¿No soñamos con dejar un mundo más humano a quienes vendrán? ¿No estamos cansados del permisivismo? ¿No queríamos que la paz, el amor, la libertad y la escucha fueran base de nuestras relaciones?

Ya palpamos la vulnerabilidad, ya vivimos el vacío. Ya lloramos al ver que el hombre es maltratado y que la mujer está lejos de ser considerada con la añorada igualdad de oportunidades. Ya hemos experimentado que las personas de buena voluntad no siempre sabemos hacia dónde caminar.

Podría escribir más, pero termino como me gusta con esperanza. Las crisis ideológicas nos motivan a revisar lo andado. Esta nueva época, como la flamado el Papa Francisco, nos invita a mirar atrás y a construir un futuro. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Hagámoslo desde lo que somos, seres humanos.

En otro orden de ideas la luz del Señor oscurece a sus iluminados, cada vez son más voces las que llaman a revisar la estrategia de seguridad del país. Los millones de mexicanos y mexicanas que desde hace décadas sufren miedo y violencia merecen que el tema sea abordado con toda seriedad por todos los actores que tienen alguna responsabilidad.

Balaceras, asesinatos, colgados, levantados, desaparecidos, secuestrados, robos, extorsiones, trata de personas, tráfico de migrantes, narcotráfico, femicidios, son palabras que hemos tenido que incorporar a nuestro lenguaje cotidiano porque son la realidad que vivimos.

La confrontación con la jerarquía de la Iglesia católica podría dar paso a la apertura de un diálogo que, por primera vez, siente el actual gobierno a discutir la estrategia de seguridad. Sus expresiones de disposición no son asunto menor cuando éste ha sido un territorio vedado a la discusión con cualquier sector. Entre los líderes religiosos piensan con moderado optimismo que de la violencia surge un atisbo de esperanza para tratar "conjuntamente" de recuperar la paz.

El país necesita abrir oportunidades a la paz, que permanece como una de las promesas incumplidas de López Obrador. Una rebelión desde los púlpitos es un riesgo que el Presidente no puede permitirse sin arriesgar su popularidad y abrir nuevo frente a la violencia para sumar más víctimas.

La Iglesia ha decidido no dejar pasar esta coyuntura por creer que la indignación por la violencia les abre una puerta para incidir en el esfuerzo de construir una paz estable y duradera.

Las encuestas indican una creciente reprobación a su política de abrazos, no balazos contra el crimen de varios puntos arriba (67% según El Financiero) sobre su popularidad (57%).

La Iglesia también ha moderado sus críticas desde las más ácidas que en las horas de dolor le reclamaron por el asesinato de los jesuitas, pero sin deponer la demanda de revisar la estrategia. Y éste es el punto en que las perspectivas del diálogo son más inciertas. La intolerancia con la crítica y la ausencia de matices para revisar sus resultados hace que el trabajo "conjunto" por la paz sea una tarea muy complicada.

La jerarquía y comunidad católica comparte hoy el mismo dolor que los grupos delictivos causan en las familias mexicanas. ¿Qué quieren los sacerdotes? Quieren lo que todo ciudadano exige: seguridad, paz, vivir sin miedo sin la angustia que provocan la extorsión, el secuestro o la amenaza. No quieren buscar los cuerpos de sus seres queridos, no quieren huir de sus comunidades ni abandonar sus hogares, porque los grupos criminales se apoderaron de la región. Quieren que se aplique la ley, combata la impunidad y garantice el Estado de derecho.

Las mayores confrontaciones políticas no provienen del enfrentamiento de ideologías, de partidos, de credos, y ni siquiera, de intereses, sino de las oposiciones entre la realpolitik y la política- ficción. Estas han provocado Las mayores crisis, revoluciones y guerras que han arrastrado a los seres humanos.