/ viernes 22 de octubre de 2021

Carentes, latentes o emocionales

Ir al interior, viajar en nuestra propia avalancha discursiva, retorcer al pensamiento para luego dejarlo quieto, sin el movimiento de las olas bravías del pensamiento eufórico.

Es la temporada de otoño, va creciendo la esperanza, en el río de la añoranza que crujía en la desesperanza. Es otoño, hay un hueco en mi alma, hay una carencia en mi destino, hay una latencia que me provoca en lo breve del camino. Las emociones se van levantando en remolino, por aquellos amores que se vienen a mi pecho. Debido a que nunca han muerto o llegado al cruel destino del destierro del invierno, de las gélidas miradas que liquidan tus llamadas. Y así como el viento sopla frío, cruel e inmisericorde, así con valor y hombría respondo a los retos de mi día a día, en los ecos latentes, en las emociones inexistentes, que sólo son preludios para un mejor amanecer.

Cuando las emociones se carcajean, el pensamiento guarda silencio, pues las observa en su loca desbandada, y el criterio tal y como severo juez comienza a deliberar, así nace la justicia del alma, aquella que no la corrompen ni las palabras, las ilusiones pasajeras o las crueles enredaderas del tiempo y las simples circunstancias, convertidas en meros incidentes volubles, variables y fluctuantes. Es el anochecer del tiempo, en donde el refugio es la brisa magnética de las estrellas prometedoras de la bienaventuranza, en mi cosmos gravitan muchos satélites, laten, se emocionan, y algunos simplemente están carentes de sentido, porque ya han vivido lo suficiente y están aburridos, ya no pueden renovarse. Pero queda el presente pletórico de grandeza, alegría, lleno de propósitos, “desbordante en su propia naturaleza” e inconmensurable en su afecto de bienestar para conmigo, para contigo, para con todo el mundo que así lo abrace por voluntad y perseverancia, al darle en nuestro pecho un nido de poder, de firmeza y sentido hacia el sendero de nuestras estrellas cercanas, y aún aquellas que creemos ver lejanas.

Con esta poesía de mí propia autoría, ustedes pueden leer y releer, para ir entresacando lo filosófico, lo aplicable, lo valioso de nuestro latir y sentir, y de nuestras invenciones o maquinaciones mentales, como aquel ruido estrepitoso de la mente inquieta, resonante y que en muchas ocasiones nos perfila a creer aquello que queremos creer, desenfocándonos de una realidad latente y esperanzadora en el ahora. Amistades y gente conocida me han incitado con sus pláticas en nuestras conversaciones a escribir esto y no creo estar desenfocado, pero cada quien tiene un habitáculo perfecto, una habitación del bien y el mal, de lo oscuro, lo opaco y lo brillante. ¿Cuál será esa habitación? Lo es nuestra propia mente, la cual habita en un lugar intangible pero real, en un vehículo llamado “cuerpo humano”.

Y no escribiría tanto al respecto, pero me molesta y me duele la carencia de filósofos, poetas y escritores un tanto metafísicos, más revolucionarios de los estilos y de las corrientes actuales, que en ocasiones sólo nos van reteniendo en un burdo estancamiento existencial tanto del alma, como en las rutinas habituales en que las hemos convertido en leyes o manuales estrictos de mero paso.

De tal modo dejo estás líneas contextualizadas, tanto para su análisis, como para una holgada reflexión de vida, sin atarnos a nada ni a nadie, eso sí, sólo al magnetismo de un ser superior, a un arquitecto universal de todas las naturalezas humanas.

Ir al interior, viajar en nuestra propia avalancha discursiva, retorcer al pensamiento para luego dejarlo quieto, sin el movimiento de las olas bravías del pensamiento eufórico.

Es la temporada de otoño, va creciendo la esperanza, en el río de la añoranza que crujía en la desesperanza. Es otoño, hay un hueco en mi alma, hay una carencia en mi destino, hay una latencia que me provoca en lo breve del camino. Las emociones se van levantando en remolino, por aquellos amores que se vienen a mi pecho. Debido a que nunca han muerto o llegado al cruel destino del destierro del invierno, de las gélidas miradas que liquidan tus llamadas. Y así como el viento sopla frío, cruel e inmisericorde, así con valor y hombría respondo a los retos de mi día a día, en los ecos latentes, en las emociones inexistentes, que sólo son preludios para un mejor amanecer.

Cuando las emociones se carcajean, el pensamiento guarda silencio, pues las observa en su loca desbandada, y el criterio tal y como severo juez comienza a deliberar, así nace la justicia del alma, aquella que no la corrompen ni las palabras, las ilusiones pasajeras o las crueles enredaderas del tiempo y las simples circunstancias, convertidas en meros incidentes volubles, variables y fluctuantes. Es el anochecer del tiempo, en donde el refugio es la brisa magnética de las estrellas prometedoras de la bienaventuranza, en mi cosmos gravitan muchos satélites, laten, se emocionan, y algunos simplemente están carentes de sentido, porque ya han vivido lo suficiente y están aburridos, ya no pueden renovarse. Pero queda el presente pletórico de grandeza, alegría, lleno de propósitos, “desbordante en su propia naturaleza” e inconmensurable en su afecto de bienestar para conmigo, para contigo, para con todo el mundo que así lo abrace por voluntad y perseverancia, al darle en nuestro pecho un nido de poder, de firmeza y sentido hacia el sendero de nuestras estrellas cercanas, y aún aquellas que creemos ver lejanas.

Con esta poesía de mí propia autoría, ustedes pueden leer y releer, para ir entresacando lo filosófico, lo aplicable, lo valioso de nuestro latir y sentir, y de nuestras invenciones o maquinaciones mentales, como aquel ruido estrepitoso de la mente inquieta, resonante y que en muchas ocasiones nos perfila a creer aquello que queremos creer, desenfocándonos de una realidad latente y esperanzadora en el ahora. Amistades y gente conocida me han incitado con sus pláticas en nuestras conversaciones a escribir esto y no creo estar desenfocado, pero cada quien tiene un habitáculo perfecto, una habitación del bien y el mal, de lo oscuro, lo opaco y lo brillante. ¿Cuál será esa habitación? Lo es nuestra propia mente, la cual habita en un lugar intangible pero real, en un vehículo llamado “cuerpo humano”.

Y no escribiría tanto al respecto, pero me molesta y me duele la carencia de filósofos, poetas y escritores un tanto metafísicos, más revolucionarios de los estilos y de las corrientes actuales, que en ocasiones sólo nos van reteniendo en un burdo estancamiento existencial tanto del alma, como en las rutinas habituales en que las hemos convertido en leyes o manuales estrictos de mero paso.

De tal modo dejo estás líneas contextualizadas, tanto para su análisis, como para una holgada reflexión de vida, sin atarnos a nada ni a nadie, eso sí, sólo al magnetismo de un ser superior, a un arquitecto universal de todas las naturalezas humanas.