/ viernes 24 de septiembre de 2021

Ceder ante el demonio o hacerle frente

Jesús aprovecha toda situación para prevenir a los suyos de uno de los peores sentimientos que puede abrigar el corazón humano: la envidia. El Señor le contesta decidido a un discípulo, “todo aquel que no está contra nosotros está con nosotros” (Mc 9,39-40).

La primera forma de ceder al demonio es mirar con recelo a los demás y considerar que solo nosotros y los nuestros podemos hacer en nombre del Señor grandes cosas, cuando en realidad no lo hacemos nosotros, lo hace el nombre del Señor. A este propósito comenta san Agustín: “los no bautizados que realizan buenas acciones con los que todavía no están incorporados al cuerpo de Cristo pueden ser mejores siervos que los que, dentro de la Iglesia, arrastran a los demás a hacer actos malos”. La primera forma de hacer frente al demonio es fomentar todo lo bueno que hacen los demás.

Así como un árbol se conoce por sus frutos, una persona se conoce por sus actos; será buena si realiza actos buenos y será mala si realiza actos malos. Así de simple; la evidencia es el mejor argumento. La fe se muestra con obras tan simples como dar un vaso de agua a quien tiene sed. La segunda forma de hacer frente al demonio es salir de sí mismo para socorrer las necesidades de los demás, por tanto, la segunda forma de caer en las garras del enemigo sería el egoísmo, no socorrer ni con un vaso de agua a un sediento.

Jesús continúa su enseñanza mostrando la importancia del testimonio. Siempre y de muchas formas enfatizó en sus discípulos la importancia del testimonio, por eso la gravedad de ser ocasión de pecado para los demás. Resulta muy dura la expresión del Señor cuando sentencia al que es ocasión de pecado diciéndole que, a ese, más le valiera arrojarse al mar atado a una enorme piedra de molino. Cede al demonio quien con sus actos escandaliza a los más pequeños, hace frente al demonio quien con sus actos refleja la acción de Dios en su vida que le permite ser virtuoso y así manejarse ante los demás. Esta expresión del Señor es tan dura que sacude nuestra modorra y nos incomoda a ser cuidadosos.

La cuarta manera de hacer frente al demonio consiste en cortar de raíz, amputar aquello que nos daña, aquello que se convierte en el principio del pecado. Jamás podríamos entender literal este texto “nadie piense que el Señor ordenó la amputación de los miembros” (cfr. Clemente de Roma). El Señor no habla de una amputación física, pero sí de una amputación espiritual, quitar las entradas por las que el demonio pudiera hacer de nosotros presa fácil de sus insidias.

Jesús aprovecha toda situación para prevenir a los suyos de uno de los peores sentimientos que puede abrigar el corazón humano: la envidia. El Señor le contesta decidido a un discípulo, “todo aquel que no está contra nosotros está con nosotros” (Mc 9,39-40).

La primera forma de ceder al demonio es mirar con recelo a los demás y considerar que solo nosotros y los nuestros podemos hacer en nombre del Señor grandes cosas, cuando en realidad no lo hacemos nosotros, lo hace el nombre del Señor. A este propósito comenta san Agustín: “los no bautizados que realizan buenas acciones con los que todavía no están incorporados al cuerpo de Cristo pueden ser mejores siervos que los que, dentro de la Iglesia, arrastran a los demás a hacer actos malos”. La primera forma de hacer frente al demonio es fomentar todo lo bueno que hacen los demás.

Así como un árbol se conoce por sus frutos, una persona se conoce por sus actos; será buena si realiza actos buenos y será mala si realiza actos malos. Así de simple; la evidencia es el mejor argumento. La fe se muestra con obras tan simples como dar un vaso de agua a quien tiene sed. La segunda forma de hacer frente al demonio es salir de sí mismo para socorrer las necesidades de los demás, por tanto, la segunda forma de caer en las garras del enemigo sería el egoísmo, no socorrer ni con un vaso de agua a un sediento.

Jesús continúa su enseñanza mostrando la importancia del testimonio. Siempre y de muchas formas enfatizó en sus discípulos la importancia del testimonio, por eso la gravedad de ser ocasión de pecado para los demás. Resulta muy dura la expresión del Señor cuando sentencia al que es ocasión de pecado diciéndole que, a ese, más le valiera arrojarse al mar atado a una enorme piedra de molino. Cede al demonio quien con sus actos escandaliza a los más pequeños, hace frente al demonio quien con sus actos refleja la acción de Dios en su vida que le permite ser virtuoso y así manejarse ante los demás. Esta expresión del Señor es tan dura que sacude nuestra modorra y nos incomoda a ser cuidadosos.

La cuarta manera de hacer frente al demonio consiste en cortar de raíz, amputar aquello que nos daña, aquello que se convierte en el principio del pecado. Jamás podríamos entender literal este texto “nadie piense que el Señor ordenó la amputación de los miembros” (cfr. Clemente de Roma). El Señor no habla de una amputación física, pero sí de una amputación espiritual, quitar las entradas por las que el demonio pudiera hacer de nosotros presa fácil de sus insidias.