/ viernes 29 de abril de 2022

Celebrar el Día del Niño

Esta celebración constituye la oportunidad perfecta para la reflexión y reconocimiento de los niños y niñas; para la promoción de sus valores, el reconocimiento de sus derechos y, por qué no, al recuerdo y apreciación de la propia infancia.

Podemos decir que un niño es un adulto en potencia. Sin embargo, con ello describimos lo que no es el niño, adeudando lo que sí es el infante.

Es verdaderamente prodigioso descubrir la importancia que la cultura ha dado a los niños: vemos cantidad inmensa de pinturas que hacen referencia a ellos; estampas verdaderas y coloridas que los retratan con tierna sonrisa. Los filósofos no han querido eludirlos e incluso, uno de ellos ha llegado a decir que en el niño radican todas las esperanzas del súper hombre. No podemos dejar de lado a los psicólogos que han llegado a las venturosas afirmaciones que nos llevan a sospechar que, en la infancia hunden sus raíces las heridas más hondas de cada uno.

Por eso algunos dicen que el encuentro con el propio niño es el principio de una verdadera sanación de raíz. También los pedagogos han centrado su atención en éstos, los vemos con posturas cruzadas: los que dicen que hay que civilizarlos en la infancia para no padecerlos en la adultez, frente a los que defienden que se les deje en el estado original para obtener de ellos un “buen salvaje” no contaminado, que sepa ofrecer lo mejor de sí. Incluso el mismo Jesús dijo que al recibir a un pequeño a Él mismo se le recibía. Sin más, ir a nuestra infancia nos llena de alegría y satisfacción, el recuerdo de ello evidencia una sonrisa en nuestro rostro, pues volvemos a vivir lo bueno que ha pasado con cada uno.

El niño es el hombre sencillo, sin complicaciones, es el que sabe vivir la experiencia que tiene enfrente con un extra de disfrute y diversión.

Es quien se comunica con claridad y contundencia, sin ambiguas consideraciones: cuando no le gusta algo lo expresa contundente, sin alarmarse por las formas y modos propios de la diplomacia del adulto.

Un niño sabe mirar con esperanza y sin prejuiciosos razonamientos fantasmales. No establece diferencias por status social, ni respeta a alguien por su atuendo. El niño se sabe amigo y confía. Sonríe, juega, acompaña, disfruta.

Celebrar el Día del Niño es reconocer que, en todos, hay un niño que desea emerger y contagiar de gozo las experiencias adultas de la vida, que algunas veces están a escala de grises. Celebrarlos es reconocer nuestra deuda y compromiso.

Esta celebración constituye la oportunidad perfecta para la reflexión y reconocimiento de los niños y niñas; para la promoción de sus valores, el reconocimiento de sus derechos y, por qué no, al recuerdo y apreciación de la propia infancia.

Podemos decir que un niño es un adulto en potencia. Sin embargo, con ello describimos lo que no es el niño, adeudando lo que sí es el infante.

Es verdaderamente prodigioso descubrir la importancia que la cultura ha dado a los niños: vemos cantidad inmensa de pinturas que hacen referencia a ellos; estampas verdaderas y coloridas que los retratan con tierna sonrisa. Los filósofos no han querido eludirlos e incluso, uno de ellos ha llegado a decir que en el niño radican todas las esperanzas del súper hombre. No podemos dejar de lado a los psicólogos que han llegado a las venturosas afirmaciones que nos llevan a sospechar que, en la infancia hunden sus raíces las heridas más hondas de cada uno.

Por eso algunos dicen que el encuentro con el propio niño es el principio de una verdadera sanación de raíz. También los pedagogos han centrado su atención en éstos, los vemos con posturas cruzadas: los que dicen que hay que civilizarlos en la infancia para no padecerlos en la adultez, frente a los que defienden que se les deje en el estado original para obtener de ellos un “buen salvaje” no contaminado, que sepa ofrecer lo mejor de sí. Incluso el mismo Jesús dijo que al recibir a un pequeño a Él mismo se le recibía. Sin más, ir a nuestra infancia nos llena de alegría y satisfacción, el recuerdo de ello evidencia una sonrisa en nuestro rostro, pues volvemos a vivir lo bueno que ha pasado con cada uno.

El niño es el hombre sencillo, sin complicaciones, es el que sabe vivir la experiencia que tiene enfrente con un extra de disfrute y diversión.

Es quien se comunica con claridad y contundencia, sin ambiguas consideraciones: cuando no le gusta algo lo expresa contundente, sin alarmarse por las formas y modos propios de la diplomacia del adulto.

Un niño sabe mirar con esperanza y sin prejuiciosos razonamientos fantasmales. No establece diferencias por status social, ni respeta a alguien por su atuendo. El niño se sabe amigo y confía. Sonríe, juega, acompaña, disfruta.

Celebrar el Día del Niño es reconocer que, en todos, hay un niño que desea emerger y contagiar de gozo las experiencias adultas de la vida, que algunas veces están a escala de grises. Celebrarlos es reconocer nuestra deuda y compromiso.