/ viernes 29 de octubre de 2021

Celebremos la vida

Rápido, abrupto, sin aviso, tropezado llegó noviembre. Casi acaba el año y la pandemia que sería controlada a un mes de su llegada, allá por abril del año pasado sigue, no se controla y menos se acaba…, el clima, las flores de muertos, los dulces típicos, las calabazas, los panes tradicionales, en fin. Por donde quiera que se mire se puede observar que estamos ya en los días de “todos santos y fieles difuntos”. La celebración de la vida, que se conmemora con danzas, cantos, flores, alimentos y demás formas de expresión coloridas y vivaces.

Ninguna de estas expresiones habla de muerte; por ningún lado se percibe la tristeza del sepulcro ni la frialdad del duelo. Más bien son locuciones de vida; enfáticas muestras del valor y la importancia que los hombres le damos a la vida. ¡Amamos la vida!, ¡nos enamora amanecer cada día!, nos regocijamos cuando experimentamos el calor del sol. Disfrutamos soñar, planear, amar, conocer. Y es que, la verdad, yendo un poco al fondo del asunto, ninguno de nosotros quiere morir. Los psicólogos se arriesgan al señalar que el único temor que enfrentamos es a morir, a desaparecer, a pasar por este mundo simplemente por pasar; que nuestros días pasen sin razón alguna que justifique nuestra existencia. Ninguno quiere caminar por el mundo a la deriva de cada día, siendo víctima de la rutina.

Nos damos cuenta que todos soñamos, hacemos planes a futuro, emprendemos proyectos y empresas con la certeza de que la vida será generosa con nosotros. Los enfermos se plantan decididos de cara a la enfermedad, los ancianos se visten de gala y se levantan apenas despuntando el alba para gozar de la vida, los esposos se afanan en el trabajo, las esposas elegantes preparan el día, los hijos juegan, aprenden, estudian. Es cierto: todos queremos estar vivos. Amamos la vida, la festejamos en los cumpleaños, la celebramos a la menor provocación.

Y cuando nos damos cuenta que uno de nuestros seres queridos ha muerto, queremos celebrar con él al estilo de los vivos. El único estilo que conocemos; esperamos su llegada, nos ilusiona saber que vendrá a compartir con nosotros un instante, lo recibimos a la luz de las velas, ponemos para éste la mesa bien servida, lo distinguimos con los alimentos y bebidas que más disfrutaba, incluso nos emocionamos poniendo para éste comida que le sirva como itacate. Celebramos su vida llenos de esperanza. Festejamos con ellos seguros de que la muerte sólo es cambiar de atuendo.

Rápido, abrupto, sin aviso, tropezado llegó noviembre. Casi acaba el año y la pandemia que sería controlada a un mes de su llegada, allá por abril del año pasado sigue, no se controla y menos se acaba…, el clima, las flores de muertos, los dulces típicos, las calabazas, los panes tradicionales, en fin. Por donde quiera que se mire se puede observar que estamos ya en los días de “todos santos y fieles difuntos”. La celebración de la vida, que se conmemora con danzas, cantos, flores, alimentos y demás formas de expresión coloridas y vivaces.

Ninguna de estas expresiones habla de muerte; por ningún lado se percibe la tristeza del sepulcro ni la frialdad del duelo. Más bien son locuciones de vida; enfáticas muestras del valor y la importancia que los hombres le damos a la vida. ¡Amamos la vida!, ¡nos enamora amanecer cada día!, nos regocijamos cuando experimentamos el calor del sol. Disfrutamos soñar, planear, amar, conocer. Y es que, la verdad, yendo un poco al fondo del asunto, ninguno de nosotros quiere morir. Los psicólogos se arriesgan al señalar que el único temor que enfrentamos es a morir, a desaparecer, a pasar por este mundo simplemente por pasar; que nuestros días pasen sin razón alguna que justifique nuestra existencia. Ninguno quiere caminar por el mundo a la deriva de cada día, siendo víctima de la rutina.

Nos damos cuenta que todos soñamos, hacemos planes a futuro, emprendemos proyectos y empresas con la certeza de que la vida será generosa con nosotros. Los enfermos se plantan decididos de cara a la enfermedad, los ancianos se visten de gala y se levantan apenas despuntando el alba para gozar de la vida, los esposos se afanan en el trabajo, las esposas elegantes preparan el día, los hijos juegan, aprenden, estudian. Es cierto: todos queremos estar vivos. Amamos la vida, la festejamos en los cumpleaños, la celebramos a la menor provocación.

Y cuando nos damos cuenta que uno de nuestros seres queridos ha muerto, queremos celebrar con él al estilo de los vivos. El único estilo que conocemos; esperamos su llegada, nos ilusiona saber que vendrá a compartir con nosotros un instante, lo recibimos a la luz de las velas, ponemos para éste la mesa bien servida, lo distinguimos con los alimentos y bebidas que más disfrutaba, incluso nos emocionamos poniendo para éste comida que le sirva como itacate. Celebramos su vida llenos de esperanza. Festejamos con ellos seguros de que la muerte sólo es cambiar de atuendo.