/ viernes 28 de septiembre de 2018

Cinismo pedagógico

Es verdad que la cuestión educativa no es un detalle menor. Es una tarea que exige vocación y compromiso. Es la misión delicada de quien se dispone aprender con el otro. Ésa es la verdadera tarea educativa: caminamos juntos, descubrimos cada uno un método propio de aprendizaje y llevamos la praxis lo que hemos aprendido. La que alcanza dar el paso seguro de la “ortopedagogía a la ortopraxis”, y es que, ¿para qué sirven las grandes ideas si con ellas no se hace algo?

Tal parece que, en la época actual, el tema de la educación está vilipendiado, es un estandarte que utilizan con tintes escatológicos, redentoristas y apocalípticos, que no alcanzan más que a rayar en lo verdaderamente trivial y fantasmagórico. En nombre de la educación se han realizado terribles hazañas, escenas vergonzosas y llenas de pusilanimidad. Nosotros tenemos conciencia de ellas, no podemos olvidarlas.

Escenas tales como las de aquellos que se creen los más destacados ilustrados, contenedores de los más exquisitos saberes y se erigen como verdaderos intelectuales, esos que, con aire vengativo se burlan de los alumnos con las formas más ridículas, tales como: la improvisación, la vana palabrería apabullante, el teorismo infructífero. Clases que no alcanzan a denominarse de esa forma, porque no se establece el verdadero proceso de enseñanza. Ése es el cinismo pedagógico de quienes se tienen por mucho. Estos son procesos inhumanos, sesgados por narcisismos destructores y egocentrismos amenazantes. Escenas, sin más ridículas.

El parque humano de hoy demuestra una verdadera necesidad, la necesidad de una educación que vaya a las fuentes, que se reinvente, que surja desde sus cenizas con lo más bello que la ha hecho ser lo que aun esperamos que sea. El humanismo del futuro no se construirá con el almacenamiento cognitivo de datos. Las fuentes del humanismo del futuro yacen en la experiencia humana de nuestros días, aquí nos está develando su necesidad.

La sociedad no se transformará, no alcanzará a valorar la vida con toda la belleza que ésta esconde. No lograremos ser verdaderamente solidarios y justos, afectivos y empáticos, en tanto no logremos descubrir que la educación no se satisface con lo meramente intelectual, y que tampoco puede ser reducida a ello.

La verdadera educación, ésa que esperamos pronto sea una realidad, es la que lleva a la transformación, la cual sólo es posible después de haber resuelto lo verdaderamente existencial en la vida.


Es verdad que la cuestión educativa no es un detalle menor. Es una tarea que exige vocación y compromiso. Es la misión delicada de quien se dispone aprender con el otro. Ésa es la verdadera tarea educativa: caminamos juntos, descubrimos cada uno un método propio de aprendizaje y llevamos la praxis lo que hemos aprendido. La que alcanza dar el paso seguro de la “ortopedagogía a la ortopraxis”, y es que, ¿para qué sirven las grandes ideas si con ellas no se hace algo?

Tal parece que, en la época actual, el tema de la educación está vilipendiado, es un estandarte que utilizan con tintes escatológicos, redentoristas y apocalípticos, que no alcanzan más que a rayar en lo verdaderamente trivial y fantasmagórico. En nombre de la educación se han realizado terribles hazañas, escenas vergonzosas y llenas de pusilanimidad. Nosotros tenemos conciencia de ellas, no podemos olvidarlas.

Escenas tales como las de aquellos que se creen los más destacados ilustrados, contenedores de los más exquisitos saberes y se erigen como verdaderos intelectuales, esos que, con aire vengativo se burlan de los alumnos con las formas más ridículas, tales como: la improvisación, la vana palabrería apabullante, el teorismo infructífero. Clases que no alcanzan a denominarse de esa forma, porque no se establece el verdadero proceso de enseñanza. Ése es el cinismo pedagógico de quienes se tienen por mucho. Estos son procesos inhumanos, sesgados por narcisismos destructores y egocentrismos amenazantes. Escenas, sin más ridículas.

El parque humano de hoy demuestra una verdadera necesidad, la necesidad de una educación que vaya a las fuentes, que se reinvente, que surja desde sus cenizas con lo más bello que la ha hecho ser lo que aun esperamos que sea. El humanismo del futuro no se construirá con el almacenamiento cognitivo de datos. Las fuentes del humanismo del futuro yacen en la experiencia humana de nuestros días, aquí nos está develando su necesidad.

La sociedad no se transformará, no alcanzará a valorar la vida con toda la belleza que ésta esconde. No lograremos ser verdaderamente solidarios y justos, afectivos y empáticos, en tanto no logremos descubrir que la educación no se satisface con lo meramente intelectual, y que tampoco puede ser reducida a ello.

La verdadera educación, ésa que esperamos pronto sea una realidad, es la que lleva a la transformación, la cual sólo es posible después de haber resuelto lo verdaderamente existencial en la vida.