/ domingo 14 de julio de 2019

Cómo ir a misa y no perder la fe

Parece un contrasentido. Se va a misa para aumentar la fe, para sentir la presencia de Dios y para recibir el alimento que sólo Dios puede conceder. No siempre se ha logrado percibir el valor fundamental que tiene la eucaristía y por eso algunos hermanos llegan a manifestar su incomodidad, su cansancio o sus dificultades para conectarse con el Señor durante la misa.

De ahí que haya surgido una reflexión teológica profunda, accesible y muy acorde con los tiempos que estamos viviendo para recuperar y promover una participación decorosa de parte de los fieles y una celebración digna de parte del sacerdote. “Cómo ir a misa y no perder la fe” es el libro que hace algunos años publicó monseñor Nicola Bux, con la colaboración del famoso periodista italiano Vittorio Messori (editorial Stella Maris).

Esta reflexión de los autores tiene como punto de referencia la preocupación que manifestó durante su pontificado el papa Benedicto XVI de devolver la dignidad a la liturgia, en orden a evitar las banalizaciones del culto y llegar a tocar el misterio, especialmente, en la celebración de la santa misa.

Las iglesias protestantes, por ejemplo, han quitado el altar y se han quedado sólo con la Palabra. A partir de esta realidad y de muchas otras cosas que pasan incluso dentro de nuestra propia iglesia, monseñor Nicola Bux va planteando de manera por demás sorprendente la necesidad de respetar el derecho de Dios.

En un tiempo en el que somos conscientes y exigimos que se respeten los derechos humanos tenemos que aprender a respetar el derecho de Dios. En este caso, Dios ha mostrado cómo tiene que ser adorado, cómo quiere ser alabado y celebrado.

No se trata de eliminar cosas que no nos gustan o porque no entendemos, sino respetar el derecho de Dios y en este caso no dejar nunca de asombrarnos de esos signos poderosos que nos presenta la liturgia de la iglesia para entrar en el ámbito de lo sagrado, para sumergirnos en el misterio y para adorar a Dios como Él quiere ser adorado.

El altar resalta el aspecto de sacrificio que tiene la eucaristía. Es como si sobre el altar estuviera tendido el cuerpo de Cristo que una vez más se ofrece por nosotros y derrama su sangre por nuestra salvación.

Tenemos que aprender amar a Dios y buscarlo donde Él ya se ha manifestado. Los sacerdotes podemos caer en la tentación de convertirnos en showman, o pretender hacernos populares, modernos y extravagantes, cambiando las formas más originales de la liturgia a través de las cuales se adora y se da culto a Dios como Él lo ha querido. Se trata, pues, de respetar el derecho de Dios y adorarlo como Él lo ha pedido.

Se le ha confiado a los sacerdotes y al pueblo de Dios este depósito de la fe para celebrarlo digna y fervorosamente, respetando los ritos y las formas que la tradición de la Iglesia ha establecido. No se trata, por lo tanto, de cambiar lo que no nos gusta o lo que se nos hace más difícil de comprender. No podemos caer en la tentación de banalizar y modernizar la santa misa con el pretexto de hacerla más atractiva. En la misa giramos en torno a Dios, no en torno a nosotros mismos, nuestros gustos y comodidades.

La eucaristía nos va llevando cuidadosa y paulatinamente hacia la contemplación del misterio de Dios, educando nuestros sentidos desde los cuales nos vemos inmersos en la gloria de Dios a través del sacrificio de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

“Cómo ir a misa y no perder la fe”, un libro que haría mucho bien en nuestras parroquias para recuperar la dignidad de la liturgia y para valorar la manera como Dios quiere ser adorado.

Parece un contrasentido. Se va a misa para aumentar la fe, para sentir la presencia de Dios y para recibir el alimento que sólo Dios puede conceder. No siempre se ha logrado percibir el valor fundamental que tiene la eucaristía y por eso algunos hermanos llegan a manifestar su incomodidad, su cansancio o sus dificultades para conectarse con el Señor durante la misa.

De ahí que haya surgido una reflexión teológica profunda, accesible y muy acorde con los tiempos que estamos viviendo para recuperar y promover una participación decorosa de parte de los fieles y una celebración digna de parte del sacerdote. “Cómo ir a misa y no perder la fe” es el libro que hace algunos años publicó monseñor Nicola Bux, con la colaboración del famoso periodista italiano Vittorio Messori (editorial Stella Maris).

Esta reflexión de los autores tiene como punto de referencia la preocupación que manifestó durante su pontificado el papa Benedicto XVI de devolver la dignidad a la liturgia, en orden a evitar las banalizaciones del culto y llegar a tocar el misterio, especialmente, en la celebración de la santa misa.

Las iglesias protestantes, por ejemplo, han quitado el altar y se han quedado sólo con la Palabra. A partir de esta realidad y de muchas otras cosas que pasan incluso dentro de nuestra propia iglesia, monseñor Nicola Bux va planteando de manera por demás sorprendente la necesidad de respetar el derecho de Dios.

En un tiempo en el que somos conscientes y exigimos que se respeten los derechos humanos tenemos que aprender a respetar el derecho de Dios. En este caso, Dios ha mostrado cómo tiene que ser adorado, cómo quiere ser alabado y celebrado.

No se trata de eliminar cosas que no nos gustan o porque no entendemos, sino respetar el derecho de Dios y en este caso no dejar nunca de asombrarnos de esos signos poderosos que nos presenta la liturgia de la iglesia para entrar en el ámbito de lo sagrado, para sumergirnos en el misterio y para adorar a Dios como Él quiere ser adorado.

El altar resalta el aspecto de sacrificio que tiene la eucaristía. Es como si sobre el altar estuviera tendido el cuerpo de Cristo que una vez más se ofrece por nosotros y derrama su sangre por nuestra salvación.

Tenemos que aprender amar a Dios y buscarlo donde Él ya se ha manifestado. Los sacerdotes podemos caer en la tentación de convertirnos en showman, o pretender hacernos populares, modernos y extravagantes, cambiando las formas más originales de la liturgia a través de las cuales se adora y se da culto a Dios como Él lo ha querido. Se trata, pues, de respetar el derecho de Dios y adorarlo como Él lo ha pedido.

Se le ha confiado a los sacerdotes y al pueblo de Dios este depósito de la fe para celebrarlo digna y fervorosamente, respetando los ritos y las formas que la tradición de la Iglesia ha establecido. No se trata, por lo tanto, de cambiar lo que no nos gusta o lo que se nos hace más difícil de comprender. No podemos caer en la tentación de banalizar y modernizar la santa misa con el pretexto de hacerla más atractiva. En la misa giramos en torno a Dios, no en torno a nosotros mismos, nuestros gustos y comodidades.

La eucaristía nos va llevando cuidadosa y paulatinamente hacia la contemplación del misterio de Dios, educando nuestros sentidos desde los cuales nos vemos inmersos en la gloria de Dios a través del sacrificio de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

“Cómo ir a misa y no perder la fe”, un libro que haría mucho bien en nuestras parroquias para recuperar la dignidad de la liturgia y para valorar la manera como Dios quiere ser adorado.