/ miércoles 27 de octubre de 2021

Con olor a tradición

Mañana inicia, como cada año, el peregrinar de las ánimas que vienen de otra dimensión para visitar lo que en vida fuera su hogar y su familia.

Algunas flotarán en el viento dejándose llevar cual etérea nube y para las que se colocará en el altar un vaso de agua y una luz que alumbre el camino de los desaparecidos y olvidados.

El sábado esperaremos a quienes fallecieron de manera trágica y para ellos se colocará agua fresca, se encenderá una vela para darles luz y un pan blanco; así esperaré a mi compadre Manolo y mi cuñado, así como a viejos amigos de la juventud y compañeros de la universidad.

El domingo me han de visitar mis queridos abuelos y mi bisabuela Joaquina, que se quedarán para degustar las viandas del altar y tomar energía de las ceras encendidas.

Ese mismo día hemos de colocar frutas y dulces, entre los que no podrá faltar la calabaza en tacha, el chocolate y el pan de muerto, para ser degustado el primero de noviembre por los niños fallecidos, recordando a algunos que he visto partir al paso de los años sin que pudiera haber hecho más para salvarles la vida.

El altar se seguirá vistiendo con papel de china picado, flores de cempasúchitl cuyo colorido y aroma visten esta celebración tan mexicana, pues curiosamente, que yo sepa, sólo en nuestro país y prácticamente del centro al sur, es que se colocan los altares; algunos serán sencillos, puestos en una cómoda o una mesa, otros tendrán varios pisos o escalones hasta llegar a nueve, que son los nueve lugares que un alma tendrá que pasar antes de llegar a gozar del descanso eterno en el Mitclán.

Con el aroma de la flor se mezclará el del incienso y el copal, cuyo humo, mientras arden, dará al hogar y en particular a lugar del altar, una imagen especial que sólo se repetirá un año después. Y para el día dos, las ánimas de nuestros familiares más queridos y cercanos nos visitarán, siguiendo el camino de pétalos amarillos y la luz de las velas que se dirigen a la ofrenda, donde habrá una o unas copas de los licores que les gustaban; también sus guisos predilectos, sin faltar los tradicionales tamales, pan, chocolate, frutas y hasta el cigarro, para los que fumaban.

Esa noche se cenará con nuestros familiares ya idos, haciéndoles saber que a pesar de su ausencia, su esencia sigue viva en nuestro hogar y nuestros corazones, y que a pesar del tiempo no se olvidan.

En algunos lugares se visitará el panteón acompañados de música, en otros se velarán las tumbas, en la mayoría se irá al panteón para pasar un rato con los fieles difuntos e incluso ahí se compartirán los guisos hechos exprofeso para la ocasión.

Hermosa y centenaria tradición que mantiene vivo el recuerdo de nuestros seres queridos y que se ha trasmitido de generación en generación, mucho más significativa y totalmente mexicana que esas fiestas importadas con disfraces y festejos ridículos. Así que bienvenidos nuestros muertos en estos días especiales.

Mañana inicia, como cada año, el peregrinar de las ánimas que vienen de otra dimensión para visitar lo que en vida fuera su hogar y su familia.

Algunas flotarán en el viento dejándose llevar cual etérea nube y para las que se colocará en el altar un vaso de agua y una luz que alumbre el camino de los desaparecidos y olvidados.

El sábado esperaremos a quienes fallecieron de manera trágica y para ellos se colocará agua fresca, se encenderá una vela para darles luz y un pan blanco; así esperaré a mi compadre Manolo y mi cuñado, así como a viejos amigos de la juventud y compañeros de la universidad.

El domingo me han de visitar mis queridos abuelos y mi bisabuela Joaquina, que se quedarán para degustar las viandas del altar y tomar energía de las ceras encendidas.

Ese mismo día hemos de colocar frutas y dulces, entre los que no podrá faltar la calabaza en tacha, el chocolate y el pan de muerto, para ser degustado el primero de noviembre por los niños fallecidos, recordando a algunos que he visto partir al paso de los años sin que pudiera haber hecho más para salvarles la vida.

El altar se seguirá vistiendo con papel de china picado, flores de cempasúchitl cuyo colorido y aroma visten esta celebración tan mexicana, pues curiosamente, que yo sepa, sólo en nuestro país y prácticamente del centro al sur, es que se colocan los altares; algunos serán sencillos, puestos en una cómoda o una mesa, otros tendrán varios pisos o escalones hasta llegar a nueve, que son los nueve lugares que un alma tendrá que pasar antes de llegar a gozar del descanso eterno en el Mitclán.

Con el aroma de la flor se mezclará el del incienso y el copal, cuyo humo, mientras arden, dará al hogar y en particular a lugar del altar, una imagen especial que sólo se repetirá un año después. Y para el día dos, las ánimas de nuestros familiares más queridos y cercanos nos visitarán, siguiendo el camino de pétalos amarillos y la luz de las velas que se dirigen a la ofrenda, donde habrá una o unas copas de los licores que les gustaban; también sus guisos predilectos, sin faltar los tradicionales tamales, pan, chocolate, frutas y hasta el cigarro, para los que fumaban.

Esa noche se cenará con nuestros familiares ya idos, haciéndoles saber que a pesar de su ausencia, su esencia sigue viva en nuestro hogar y nuestros corazones, y que a pesar del tiempo no se olvidan.

En algunos lugares se visitará el panteón acompañados de música, en otros se velarán las tumbas, en la mayoría se irá al panteón para pasar un rato con los fieles difuntos e incluso ahí se compartirán los guisos hechos exprofeso para la ocasión.

Hermosa y centenaria tradición que mantiene vivo el recuerdo de nuestros seres queridos y que se ha trasmitido de generación en generación, mucho más significativa y totalmente mexicana que esas fiestas importadas con disfraces y festejos ridículos. Así que bienvenidos nuestros muertos en estos días especiales.