/ sábado 5 de octubre de 2019

Cosas malas que parecen buenas

Todos recordamos el sabio consejo de los mayores que, ante los impulsos sin discernir, o los fervores indiscretos, llamaban a la prudencia con un simple adagio que esconde una sabiduría grandísima: “no hagas cosas buenas que parezcan malas, ni hagas cosas malas que parezcan buenas”. Esta espontánea sabiduría es una brújula que marca el camino de la prevención ante los arranques impetuosos que no trascienden en fruto alguno. Ante las llamaradas de petate.

No deja de sorprendernos la terrible desgracia en la que se han convertido las manifestaciones que, bajo la bandera de la libertad de expresión no son más que circos que lastiman la estabilidad, dañando e hiriendo vergonzosamente el tejido social con llanto, drama, sangre y una serie de atropellos a la ley.

Mucho es el odio que se esconde tras esa pretensiosa libertad de expresión que utilizan algunos como estandarte de sus excusas para propugnar una cadena de irreverencias con las que dejan al descubierto la serie de heridas que cultivan a su paso. La grandeza de la libertad de expresión se traduce en la capacidad de dejar al descubierto objetiva y honestamente lo que se necesita expresar con la intención de mejorar la calidad de vida de las personas y el estado de derecho, las garantías individuales.

Esa libertad de expresión que infunde miedo y rechazo, que lastima a su paso llenando de sangre y tensión no es una comunicación que construye. Es una comunicación vandálica y enconada en el odio y la mentira. ¿Cuál es la intención de manifestarse con la finalidad de dañar los edificios, pintando en ellos una serie de mensajes lastimeros?, cuál es la intención de una manifestación que hiere y lastima a su paso, que no promueve valores, ni logra la edificación de una sociedad mejor. Más humana, noble, generosa; una sociedad fincada en un humanismo solidario. Una sociedad del respeto que se consolida en la paz y la verdad. Esa es la verdadera transformación que urge promover y no la metamorfosis de las arengas que a la hora de ejercer el derecho se muestra indiferente y permisiva.

Todo lo que hemos vivido apenas los días pasados, con la vorágine de manifestaciones y las mareas humanas que de suyo implicaron, aunado a toda la desconcertante movilización que éstas han traído, nos permite reconocer la importancia de erigir una sociedad resiliente. No una sociedad que resista el dolor, sino una sociedad que sea capaz de levantarse de las escenas de dolor.

Todos recordamos el sabio consejo de los mayores que, ante los impulsos sin discernir, o los fervores indiscretos, llamaban a la prudencia con un simple adagio que esconde una sabiduría grandísima: “no hagas cosas buenas que parezcan malas, ni hagas cosas malas que parezcan buenas”. Esta espontánea sabiduría es una brújula que marca el camino de la prevención ante los arranques impetuosos que no trascienden en fruto alguno. Ante las llamaradas de petate.

No deja de sorprendernos la terrible desgracia en la que se han convertido las manifestaciones que, bajo la bandera de la libertad de expresión no son más que circos que lastiman la estabilidad, dañando e hiriendo vergonzosamente el tejido social con llanto, drama, sangre y una serie de atropellos a la ley.

Mucho es el odio que se esconde tras esa pretensiosa libertad de expresión que utilizan algunos como estandarte de sus excusas para propugnar una cadena de irreverencias con las que dejan al descubierto la serie de heridas que cultivan a su paso. La grandeza de la libertad de expresión se traduce en la capacidad de dejar al descubierto objetiva y honestamente lo que se necesita expresar con la intención de mejorar la calidad de vida de las personas y el estado de derecho, las garantías individuales.

Esa libertad de expresión que infunde miedo y rechazo, que lastima a su paso llenando de sangre y tensión no es una comunicación que construye. Es una comunicación vandálica y enconada en el odio y la mentira. ¿Cuál es la intención de manifestarse con la finalidad de dañar los edificios, pintando en ellos una serie de mensajes lastimeros?, cuál es la intención de una manifestación que hiere y lastima a su paso, que no promueve valores, ni logra la edificación de una sociedad mejor. Más humana, noble, generosa; una sociedad fincada en un humanismo solidario. Una sociedad del respeto que se consolida en la paz y la verdad. Esa es la verdadera transformación que urge promover y no la metamorfosis de las arengas que a la hora de ejercer el derecho se muestra indiferente y permisiva.

Todo lo que hemos vivido apenas los días pasados, con la vorágine de manifestaciones y las mareas humanas que de suyo implicaron, aunado a toda la desconcertante movilización que éstas han traído, nos permite reconocer la importancia de erigir una sociedad resiliente. No una sociedad que resista el dolor, sino una sociedad que sea capaz de levantarse de las escenas de dolor.