/ domingo 21 de abril de 2019

Creer en la resurrección es como llevar un ‘pedazo de cielo’ sobre la cabeza

No quiero limitar todo el alcance que tiene el acontecimiento de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo que nos congrega estos días de pascua. Pero debo confesar que, en primer lugar, pienso en mi gente que se ha muerto: en mis padres, maestros, catequistas, directores espirituales, amigos y familiares. Esta noche y estas noches de vigilia, oración y alabanza me desvelo por ellos.

Creo en la resurrección de los muertos. No sólo creo como cuando alguien trata de distinguir entre creencia y ciencia para minusvalorar la verdad y capacidad objetiva de la primera. Cuando digo “creo”, que es una palabra con sabor más religioso, quiero decir: “lo sé”, “estoy convencido que los muertos resucitan porque Jesús está vivo”. No es un sentimiento, no es un buen deseo, no es una opinión, es una convicción.

Tengo mucha fe no porque sea una persona virtuosa y ejemplar sino porque Dios se ha apiadado de mí y me trata con su infinita misericordia al revelarse y asomarse cada vez más en mi vida. Y por esta fe estoy aquí celebrando la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Estoy por ellos, por familiares y amigos que se están adelantando para alcanzar la vida eterna. Tengo fe pero sigo siendo una persona que los extraña, que los necesita, que los echa de menos, que quisiera volver a abrazarlos y quizá decirles muchas cosas que no alcancé a expresar.

Pero por la fe entiendo y acepto que es más grande y definitivo el amor de Dios. Sé que el amor que le profesaba a esas personas les hacía mucho bien y le daba sentido a sus vidas, pero el amor de Dios les da la plenitud y les concede lo que yo humanamente hablando no podría ofrecerles. Estaban bien conmigo, estaban en general seguros conmigo, pero en las manos de Dios están más seguros y en paz. Sé que me amaban mucho pero su corazón apuntaba al cielo.

También estoy en esta vigilia por todos aquellos hermanos y hermanas que han sido asesinados en Veracruz y en México. Son miles de hermanos los que han muerto, los que siguen siendo asesinados en un ambiente de violencia y descomposición social que trae luto y sufrimiento a tantos pueblos y familias.

Formamos como Iglesia una gran familia que tiene a Jesús como cabeza donde nos alegra lo que favorece a los demás y nos duele lo que lastima la dignidad humana. Estoy aquí esta noche y estos días de pascua por estas almas benditas y por sus familias para que Dios consuele tanto dolor que parece que ya no cabe en el alma, por la barbarie y la extremada violencia que azota nuestro querido Estado de Veracruz.

Pero les decía que no quiero limitar el alcance de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En segundo lugar, estoy aquí porque creo que este acontecimiento no sólo mete una luz definitiva en el más allá sino en el más acá. Reconozco el potencial y la vida nueva que trae Cristo resucitado.

¡Creo que Jesús resucitó! El odio del mundo no pudo contra Él; la muerte fue muerta en su gloriosa resurrección. Por eso, los efectos de la resurrección los espero no sólo para después de mi muerte sino ya desde esta misma vida. Porque la resurrección trae alegría donde hay tristeza, esperanza donde hay desesperación, amor donde hay odio, unidad donde hay división, paz donde hay violencia, consuelo donde hay mucho dolor.

La resurrección viene a levantar los corazones y a hacernos entender que ya desde esta vida, aún con todos los calvarios que recorramos y con todas las injusticias que haya a nuestro alrededor, sin embargo tenemos un camino, un método para superar el mal y sumarnos al triunfo del amor. Dice el papa Francisco que: "La resurrección de Cristo dio a los cristianos una capacidad ilimitada de amar, como si llevaran un ‘pedazo de cielo’ sobre la cabeza".

Le suplicamos al Señor que podamos resucitar en vida, que podamos resurgir a una vida cristiana de alegría, entrega y perseverancia porque el Señor Jesús nos necesita para lo más duro de la batalla. Ante el sufrimiento, la muerte y la violencia que imperan en nuestra sociedad hay un sentido de urgencia para anunciar a Cristo resucitado que es la única esperanza para reconstruir la sociedad y tantos corazones desgarrados por la violencia.

Termino pidiendo al Señor la vida eterna para todos nuestros difuntos. Estoy convencido que estando con Dios no les falta nada. Bueno, sólo les falta una cosa: que nosotros también nos pongamos del lado del bien y de la justicia para que algún día lleguemos a la gloria y podamos estrecharnos en un gran abrazo en torno a Cristo resucitado. ¡Felices pascuas de resurrección!

No quiero limitar todo el alcance que tiene el acontecimiento de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo que nos congrega estos días de pascua. Pero debo confesar que, en primer lugar, pienso en mi gente que se ha muerto: en mis padres, maestros, catequistas, directores espirituales, amigos y familiares. Esta noche y estas noches de vigilia, oración y alabanza me desvelo por ellos.

Creo en la resurrección de los muertos. No sólo creo como cuando alguien trata de distinguir entre creencia y ciencia para minusvalorar la verdad y capacidad objetiva de la primera. Cuando digo “creo”, que es una palabra con sabor más religioso, quiero decir: “lo sé”, “estoy convencido que los muertos resucitan porque Jesús está vivo”. No es un sentimiento, no es un buen deseo, no es una opinión, es una convicción.

Tengo mucha fe no porque sea una persona virtuosa y ejemplar sino porque Dios se ha apiadado de mí y me trata con su infinita misericordia al revelarse y asomarse cada vez más en mi vida. Y por esta fe estoy aquí celebrando la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Estoy por ellos, por familiares y amigos que se están adelantando para alcanzar la vida eterna. Tengo fe pero sigo siendo una persona que los extraña, que los necesita, que los echa de menos, que quisiera volver a abrazarlos y quizá decirles muchas cosas que no alcancé a expresar.

Pero por la fe entiendo y acepto que es más grande y definitivo el amor de Dios. Sé que el amor que le profesaba a esas personas les hacía mucho bien y le daba sentido a sus vidas, pero el amor de Dios les da la plenitud y les concede lo que yo humanamente hablando no podría ofrecerles. Estaban bien conmigo, estaban en general seguros conmigo, pero en las manos de Dios están más seguros y en paz. Sé que me amaban mucho pero su corazón apuntaba al cielo.

También estoy en esta vigilia por todos aquellos hermanos y hermanas que han sido asesinados en Veracruz y en México. Son miles de hermanos los que han muerto, los que siguen siendo asesinados en un ambiente de violencia y descomposición social que trae luto y sufrimiento a tantos pueblos y familias.

Formamos como Iglesia una gran familia que tiene a Jesús como cabeza donde nos alegra lo que favorece a los demás y nos duele lo que lastima la dignidad humana. Estoy aquí esta noche y estos días de pascua por estas almas benditas y por sus familias para que Dios consuele tanto dolor que parece que ya no cabe en el alma, por la barbarie y la extremada violencia que azota nuestro querido Estado de Veracruz.

Pero les decía que no quiero limitar el alcance de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En segundo lugar, estoy aquí porque creo que este acontecimiento no sólo mete una luz definitiva en el más allá sino en el más acá. Reconozco el potencial y la vida nueva que trae Cristo resucitado.

¡Creo que Jesús resucitó! El odio del mundo no pudo contra Él; la muerte fue muerta en su gloriosa resurrección. Por eso, los efectos de la resurrección los espero no sólo para después de mi muerte sino ya desde esta misma vida. Porque la resurrección trae alegría donde hay tristeza, esperanza donde hay desesperación, amor donde hay odio, unidad donde hay división, paz donde hay violencia, consuelo donde hay mucho dolor.

La resurrección viene a levantar los corazones y a hacernos entender que ya desde esta vida, aún con todos los calvarios que recorramos y con todas las injusticias que haya a nuestro alrededor, sin embargo tenemos un camino, un método para superar el mal y sumarnos al triunfo del amor. Dice el papa Francisco que: "La resurrección de Cristo dio a los cristianos una capacidad ilimitada de amar, como si llevaran un ‘pedazo de cielo’ sobre la cabeza".

Le suplicamos al Señor que podamos resucitar en vida, que podamos resurgir a una vida cristiana de alegría, entrega y perseverancia porque el Señor Jesús nos necesita para lo más duro de la batalla. Ante el sufrimiento, la muerte y la violencia que imperan en nuestra sociedad hay un sentido de urgencia para anunciar a Cristo resucitado que es la única esperanza para reconstruir la sociedad y tantos corazones desgarrados por la violencia.

Termino pidiendo al Señor la vida eterna para todos nuestros difuntos. Estoy convencido que estando con Dios no les falta nada. Bueno, sólo les falta una cosa: que nosotros también nos pongamos del lado del bien y de la justicia para que algún día lleguemos a la gloria y podamos estrecharnos en un gran abrazo en torno a Cristo resucitado. ¡Felices pascuas de resurrección!