/ jueves 18 de noviembre de 2021

Creer para poder cambiar el tiempo

Los diversos sistemas de creencias existentes sólo manifiestan la naturaleza humana, sus cambios, devenires, evoluciones y fluctuaciones. En todo México la libertad de creencia es una realidad, no se condena a nadie por sus creencias religiosas, sin embargo, se critica ferozmente a todo personaje público por sus predilecciones y manifestaciones en las formas de ser.

Al señor presidente Andrés Manuel López Obrador, desde antes de arribar a la primera magistratura del país, se le tachaba de mesiánico, de ahí que un famoso intelectual le apodó “el mesías”. La persona se revela en sus actos, pero básicamente en sus hechos, y el primer mandatario no es la excepción al caso, ya que por sus antecedentes de vida, evolución y contexto formativo en lo profesional, lo humano y lo espiritual, resulta ser un hombre de fe que accede al poder y emana la vibración de sus valores más notorios.

Igual en el Estado de México gobierna Alfredo del Mazo, un hombre que como gobernador manifiesta su profunda devoción católico-cristiana, a lo cual se puede decir que si el Estado es laico y libre de servidumbres en la fe, resulta ser cierto, pero al mismo tiempo necesario que la libertad de expresión igual sea un derecho para los gobernantes. Veamos el caso de Joe Biden, declarado como ferviente católico y además “guadalupano”, ya que el presidente norteamericano así lo cree porque así le nace desde las entrañas. Creo poco ético querer despedazar a cualquier figura pública por su fe. Creer es vital para equilibrar nuestros tiempos actuales, ya en una cita bíblica del Salmo 43 dice: Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; líbrame de gente impía y del hombre engañoso e inicuo. Pues tú eres el Dios de mí fortaleza, ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo? Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.

Si estas palabras no penetran la conciencia del ser humano, dejaría de tener valores constructivos y edificantes, ya que los ateos, gracias a Dios, siguen las pautas de otras creencias, sólo se rebelan ante la divinidad de lo superior, pero el creyente, sea quien fuere, se apegará a ciertos lineamientos que lo hacen creer que podrá cambiar en gran medida sus circunstancias, al activar un cambio interno y externo dentro de lo posible, y no por ello lo tacharemos de lunático.

Los cambios de tiempo son cambios de ideas, así en un periódico inglés del siglo XIX decía: Un anciano de 42 años fue arrollado por una carreta en Londres; el anciano falleció en el lugar. Claro que ahora no aceptaremos la expresión “anciano”, cuando muchos rebasamos ese término de edad, pero en aquella época la esperanza de vida no era más allá de los 50 años.

Para redondear la idea, es necesario darnos cuenta que la esperanza de vida se elevó a más de 70 años y que además se ha diversificado el espacio temporal de nuestra existencia y límite de vida. Así que después de los cincuenta la palabra lo dice todo, sin cuenta, y dejamos de contar y aspiramos aún a cambiar el propio tiempo humano y lineal, constante y fugaz.

Los diversos sistemas de creencias existentes sólo manifiestan la naturaleza humana, sus cambios, devenires, evoluciones y fluctuaciones. En todo México la libertad de creencia es una realidad, no se condena a nadie por sus creencias religiosas, sin embargo, se critica ferozmente a todo personaje público por sus predilecciones y manifestaciones en las formas de ser.

Al señor presidente Andrés Manuel López Obrador, desde antes de arribar a la primera magistratura del país, se le tachaba de mesiánico, de ahí que un famoso intelectual le apodó “el mesías”. La persona se revela en sus actos, pero básicamente en sus hechos, y el primer mandatario no es la excepción al caso, ya que por sus antecedentes de vida, evolución y contexto formativo en lo profesional, lo humano y lo espiritual, resulta ser un hombre de fe que accede al poder y emana la vibración de sus valores más notorios.

Igual en el Estado de México gobierna Alfredo del Mazo, un hombre que como gobernador manifiesta su profunda devoción católico-cristiana, a lo cual se puede decir que si el Estado es laico y libre de servidumbres en la fe, resulta ser cierto, pero al mismo tiempo necesario que la libertad de expresión igual sea un derecho para los gobernantes. Veamos el caso de Joe Biden, declarado como ferviente católico y además “guadalupano”, ya que el presidente norteamericano así lo cree porque así le nace desde las entrañas. Creo poco ético querer despedazar a cualquier figura pública por su fe. Creer es vital para equilibrar nuestros tiempos actuales, ya en una cita bíblica del Salmo 43 dice: Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; líbrame de gente impía y del hombre engañoso e inicuo. Pues tú eres el Dios de mí fortaleza, ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo? Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.

Si estas palabras no penetran la conciencia del ser humano, dejaría de tener valores constructivos y edificantes, ya que los ateos, gracias a Dios, siguen las pautas de otras creencias, sólo se rebelan ante la divinidad de lo superior, pero el creyente, sea quien fuere, se apegará a ciertos lineamientos que lo hacen creer que podrá cambiar en gran medida sus circunstancias, al activar un cambio interno y externo dentro de lo posible, y no por ello lo tacharemos de lunático.

Los cambios de tiempo son cambios de ideas, así en un periódico inglés del siglo XIX decía: Un anciano de 42 años fue arrollado por una carreta en Londres; el anciano falleció en el lugar. Claro que ahora no aceptaremos la expresión “anciano”, cuando muchos rebasamos ese término de edad, pero en aquella época la esperanza de vida no era más allá de los 50 años.

Para redondear la idea, es necesario darnos cuenta que la esperanza de vida se elevó a más de 70 años y que además se ha diversificado el espacio temporal de nuestra existencia y límite de vida. Así que después de los cincuenta la palabra lo dice todo, sin cuenta, y dejamos de contar y aspiramos aún a cambiar el propio tiempo humano y lineal, constante y fugaz.