/ martes 19 de enero de 2021

Cuando un amigo se va…

“¡¿Qué pasa querido amigo?!, noto tristeza en tu cara y sufro a la par contigo: ¡tampoco a mi se…! Buen día, apreciado lector. Perdón por el chistecito inconcluso referente a nuestra edad, pero así saludaba últimamente, de entrada, a Edmundo Martínez Zaleta, cada que hablábamos por teléfono.

A propósito de su aún inesperada partida al más allá, en la preocupación por su salud, desde que me enteré que el maldito virus se le metió al cuerpo estuve pendiente de su evolución. Su hermano Rafael me informó al mediodía del domingo por Whatsaap: “no se agrava, se observa ligera mejoría; tratarán de moverlo a área no Covid”, y con la esperanza apagué el móvil.

Pero algo me traía inquieto, lo encendí una hora después y recibí el comunicado: “Edmundo acaba de fallecer”. ¡Pero si estaba mejorando!

Como un proverbio africano que leí por ahí: "Los recuerdos son de agua y a veces se nos salen por los ojos. No me hagas llorar". Como la imponente cascada de Eyipantla tantos recuerdos afloraron: se murió “el muerto”. Reía aquél cuando recordaba el apodo que surgió después de un terrible accidente que tuvo por Río Frío, cuando iba de Xalapa a México con Teresita, su esposa, del que luego de salir de un pequeño barranco y auxiliados por un gallero tlaxcalteca, llegaron al hospital de Balbuena y casi permaneció 23 días en coma.

No es por presumir, lo conocí cuando en Diario de Xalapa me esforzaba por ser el mejor reportero de Veracruz.

Ya para entonces había cubierto la campaña para gobernador de don Agustín Acosta Lagunes, del que gané su amistad. Me pidió ir con Mundo, que era jefe de Acción Social, a Acayucan, a rescatar del autoexilio a mi padrino Yayo Gutiérrez, para su regreso a la política veracruzana.

Luego EMZ se fue al PRI, fue diputado federal y alcalde de Papantla. Antes había tenido muy importantes responsabilidades, una de ellas en el Aeropuerto de la Ciudad de México, que le permitió viajar por el planeta. Ya en el gobierno de Miguel Alemán, en diciembre de 1998 el subsecretario y secretario de Seguridad, Alejandro Montano Guzmán, le encargó la Dirección General de Tránsito y Transporte, y en enero de 1999 recibí la invitación: “Necesito a alguien como tú para la oficina de Relaciones Públicas”. Le acepté. Recorrimos el estado, tratamos de concientizar a delegados y agentes para trabajar con honestidad y se impulsó desde entonces el uso del cinturón de seguridad, se controló a los grueros, se evitaron en lo posible los parquímetros y se capacitó a choferes.

Como diputado federal gestionó mucho por su pueblo y su distrito: escuelas, caminos, electrificación. Por todo eso será muy bien recordado. La vida “comienza siempre llorando y así llorando se acaba”. Ni hablar, es la ley de la vida.

Sus familiares deben sentirse muy orgullosos de haber compartido la existencia con una persona honesta y de tal calidad humana.

QEPD.

“¡¿Qué pasa querido amigo?!, noto tristeza en tu cara y sufro a la par contigo: ¡tampoco a mi se…! Buen día, apreciado lector. Perdón por el chistecito inconcluso referente a nuestra edad, pero así saludaba últimamente, de entrada, a Edmundo Martínez Zaleta, cada que hablábamos por teléfono.

A propósito de su aún inesperada partida al más allá, en la preocupación por su salud, desde que me enteré que el maldito virus se le metió al cuerpo estuve pendiente de su evolución. Su hermano Rafael me informó al mediodía del domingo por Whatsaap: “no se agrava, se observa ligera mejoría; tratarán de moverlo a área no Covid”, y con la esperanza apagué el móvil.

Pero algo me traía inquieto, lo encendí una hora después y recibí el comunicado: “Edmundo acaba de fallecer”. ¡Pero si estaba mejorando!

Como un proverbio africano que leí por ahí: "Los recuerdos son de agua y a veces se nos salen por los ojos. No me hagas llorar". Como la imponente cascada de Eyipantla tantos recuerdos afloraron: se murió “el muerto”. Reía aquél cuando recordaba el apodo que surgió después de un terrible accidente que tuvo por Río Frío, cuando iba de Xalapa a México con Teresita, su esposa, del que luego de salir de un pequeño barranco y auxiliados por un gallero tlaxcalteca, llegaron al hospital de Balbuena y casi permaneció 23 días en coma.

No es por presumir, lo conocí cuando en Diario de Xalapa me esforzaba por ser el mejor reportero de Veracruz.

Ya para entonces había cubierto la campaña para gobernador de don Agustín Acosta Lagunes, del que gané su amistad. Me pidió ir con Mundo, que era jefe de Acción Social, a Acayucan, a rescatar del autoexilio a mi padrino Yayo Gutiérrez, para su regreso a la política veracruzana.

Luego EMZ se fue al PRI, fue diputado federal y alcalde de Papantla. Antes había tenido muy importantes responsabilidades, una de ellas en el Aeropuerto de la Ciudad de México, que le permitió viajar por el planeta. Ya en el gobierno de Miguel Alemán, en diciembre de 1998 el subsecretario y secretario de Seguridad, Alejandro Montano Guzmán, le encargó la Dirección General de Tránsito y Transporte, y en enero de 1999 recibí la invitación: “Necesito a alguien como tú para la oficina de Relaciones Públicas”. Le acepté. Recorrimos el estado, tratamos de concientizar a delegados y agentes para trabajar con honestidad y se impulsó desde entonces el uso del cinturón de seguridad, se controló a los grueros, se evitaron en lo posible los parquímetros y se capacitó a choferes.

Como diputado federal gestionó mucho por su pueblo y su distrito: escuelas, caminos, electrificación. Por todo eso será muy bien recordado. La vida “comienza siempre llorando y así llorando se acaba”. Ni hablar, es la ley de la vida.

Sus familiares deben sentirse muy orgullosos de haber compartido la existencia con una persona honesta y de tal calidad humana.

QEPD.