/ martes 13 de julio de 2021

Cuba, sin violencia oficial

La pobreza en la República de Cuba nunca se pudo superar bajo el régimen de la dictadura construida por el comandante Fidel Castro, su hermano Raúl y una veintena de militares que participaron en el derrocamiento del último presidente que fue electo en la isla caribeña, Fulgencio Batista.

El hartazgo social que envolvió a los cubanos, antes de la revolución castrista, se debió a la discriminación de los nacidos en Cuba, ocupados siempre en empleos menores, esclavisados otros al servicio de los señores “feudales”, con una concentración de la riqueza en unas cuantas manos, de los que sirvieron al capitalismo y concretamente a Estados Unidos de Norteamérica.

El comandante Fidel Castro y sus íntimos expulsados de Cuba encontraron respaldo para su sobrevivencia en México, arropados por el entonces expresidente Lázaro Cárdenas del Río y por los gobiernos en turno, cuando querían asumir poses ideológicas de izquierda. El pueblo cubano de la década de los 50, cansado de promesas incumplidas y de marginación social, fue presa fácil de los discursos populistas que prometían una justicia distributiva de igualdad social y acceso a la riqueza producida en la nación.

Al triunfo de la revolución cubana, los castristas empoderados asumieron los principales cargos de dirección política e impusieron un régimen militar que jamás prosperó para beneficio del pueblo cubano y sus luchas reivindicatorias quedaron escritas como promesas incumplidas.

El pasado domingo, miles de personas volvieron a las calles de por lo menos 20 municipalidades de Cuba, exigiendo con gritos, a voz en cuello “libertad”, el fin de la dictadura y pidiendo la salida del actual presidente Miguel Díaz-Canel. El presidente Díaz-Canel, a través de la televisión nacional, convocó a sus seguidores a salir a las calles y enfrentar a sus opositores, bajo el lema “la orden de combate está dada”, a la vez que exhortó a sus simpatizantes a tomar las calles y mantenerse en el poder.

Lo peor que pudo hacer el presidente de Cuba, en vez de conciliar y apaciguar los ánimos, es exhortar a la violencia, porque nadie en su sano juicio desea una revolución cubana en pleno siglo XXI.

La pobreza en la República de Cuba nunca se pudo superar bajo el régimen de la dictadura construida por el comandante Fidel Castro, su hermano Raúl y una veintena de militares que participaron en el derrocamiento del último presidente que fue electo en la isla caribeña, Fulgencio Batista.

El hartazgo social que envolvió a los cubanos, antes de la revolución castrista, se debió a la discriminación de los nacidos en Cuba, ocupados siempre en empleos menores, esclavisados otros al servicio de los señores “feudales”, con una concentración de la riqueza en unas cuantas manos, de los que sirvieron al capitalismo y concretamente a Estados Unidos de Norteamérica.

El comandante Fidel Castro y sus íntimos expulsados de Cuba encontraron respaldo para su sobrevivencia en México, arropados por el entonces expresidente Lázaro Cárdenas del Río y por los gobiernos en turno, cuando querían asumir poses ideológicas de izquierda. El pueblo cubano de la década de los 50, cansado de promesas incumplidas y de marginación social, fue presa fácil de los discursos populistas que prometían una justicia distributiva de igualdad social y acceso a la riqueza producida en la nación.

Al triunfo de la revolución cubana, los castristas empoderados asumieron los principales cargos de dirección política e impusieron un régimen militar que jamás prosperó para beneficio del pueblo cubano y sus luchas reivindicatorias quedaron escritas como promesas incumplidas.

El pasado domingo, miles de personas volvieron a las calles de por lo menos 20 municipalidades de Cuba, exigiendo con gritos, a voz en cuello “libertad”, el fin de la dictadura y pidiendo la salida del actual presidente Miguel Díaz-Canel. El presidente Díaz-Canel, a través de la televisión nacional, convocó a sus seguidores a salir a las calles y enfrentar a sus opositores, bajo el lema “la orden de combate está dada”, a la vez que exhortó a sus simpatizantes a tomar las calles y mantenerse en el poder.

Lo peor que pudo hacer el presidente de Cuba, en vez de conciliar y apaciguar los ánimos, es exhortar a la violencia, porque nadie en su sano juicio desea una revolución cubana en pleno siglo XXI.