/ martes 28 de abril de 2020

De sueños y pesadillas

Oscar Wilde decía que en la vida hay dos tragedias y sólo dos: la primera es no cumplir los sueños.

La segunda es cumplirlos.

Andrés Manuel López Obrador está viviendo su tragedia.

Desde joven se soñó en la historia, cambiándola, torciendo su camino como un aluvión. Quería reivindicar a la gente. Tenía una fibra social profunda que se nutría de lo que veía. Lo conmovía, con razón: el mundo de la necesidad. De la escasez perenne. Del abuso que nunca termina.

Para lograrlo, tenía que ser presidente.

Por 12 años, López Obrador vivió el drama de no cumplir su sueño. Perdió dos veces la elección. La primera por su arrogancia, sus errores estratégicos y por una campaña negativa muy efectiva.

La segunda porque enfrentó a un candidato superior en carisma, en imagen, en recursos: Enrique Peña Nieto.

En ese camino, en donde su sueño se evaporaba, pudo aprender de sus errores. Reflexionar. Tomar distancia de los acontecimientos. Ponderar sus fortalezas y corregir sus debilidades.

Hizo lo contrario. No se detuvo. Llegó la amargura. La cerrazón. El resentimiento.

La ideología hundió al pragmático que, como presidente del PRD, abrió el partido a externos, lanzó candidaturas competitivas, conquistó la capital y armó un bloque opositor en la Cámara aliándose con el PAN que arrebató al PRI la mayoría por primera vez en la historia.

Eso se perdió. Su peor tragedia estaba por llegar: cumplir su sueño.

Cuando conquistó la presidencia, la embriaguez del triunfo le nubló la vista y anuló el olfato.

Malinterpretó, primero, los alcances de su victoria. Nunca vio con frialdad las cifras ni entendió que el tsunami que había encabezado fue producto del enojo, por un lado, y de una distorsión legal, por otro.

El enojo fue el propulsor del voto por Morena. Las simpatías indudables que tenía y tiene, se magnificaron por el lamentable estado de la nación que se registró en 2018. Había mucha gente enojada, y con razón.

Pero las peores decisiones del ser humano se toman bajo la lava de la ira. Cuando el enojo pasa y regresa la frialdad, llega a menudo el arrepentimiento.

Así le ha ocurrido ya a más de 20 millones de personas. Vendrán más.

Por otro lado, López Obrador no quiso ver que la magnitud de su triunfo se debió a que, bajo el absurdo argumento de que la democracia mexicana era cara, había que juntar elecciones. Así se celebró la elección más grande la historia, con 18 mil cargos en disputa. Bajo el enojo y la esperanza que generó, más un sentimiento de venganza en el votante, Morena se llevó (casi) todo. Las dos cámaras. Una mayoría de capitales. 18 congresos estatales.

Una elección de esa magnitud le dio a Morena poderes que de otra forma no hubiera obtenido. Los intelectuales que pugnaron por unir elecciones se lamentan en silencio hoy: la democracia más cara es la que se destruye. Eso hicieron.

Pero la contundencia de los resultados instaló un espejismo en la mente del nuevo presidente.

Quiso tanto cumplir su sueño de ser presidente que no se preparó para saber qué hacer cuando lo consiguiera.

Él lo puede todo. Él puede decretar la creación de dos millones de empleos. Él puede derrotar al coronavirus con estampas. Él puede soltar a un capo sin costos. Él puede parar la violencia pidiéndolo. Él puede agredir a mujeres violentadas. Él puede repartir miles de millones de pesos que no tiene sin quebrar al país. Él puede romper un acuerdo mundial de petróleo sin consecuencias.

Su voluntad modifica la realidad porque, en su mente, su voluntad es la realidad.

En este sendero próximo a la locura, el presidente está arrumbando su verdadero sueño.

A los más pobres los volverá miserables. A la clase media la desaparecerá. Habrá convertido al país no en uno pujante, sino paupérrimo.

Su ímpetu de justicia social terminará, posiblemente, en estallido. Por desilusión. Por escasez. Por desespero.

El presidente sufre su gran tragedia: cumplió su sueño.

Nuestra pesadilla.

@fvazquezrig

Oscar Wilde decía que en la vida hay dos tragedias y sólo dos: la primera es no cumplir los sueños.

La segunda es cumplirlos.

Andrés Manuel López Obrador está viviendo su tragedia.

Desde joven se soñó en la historia, cambiándola, torciendo su camino como un aluvión. Quería reivindicar a la gente. Tenía una fibra social profunda que se nutría de lo que veía. Lo conmovía, con razón: el mundo de la necesidad. De la escasez perenne. Del abuso que nunca termina.

Para lograrlo, tenía que ser presidente.

Por 12 años, López Obrador vivió el drama de no cumplir su sueño. Perdió dos veces la elección. La primera por su arrogancia, sus errores estratégicos y por una campaña negativa muy efectiva.

La segunda porque enfrentó a un candidato superior en carisma, en imagen, en recursos: Enrique Peña Nieto.

En ese camino, en donde su sueño se evaporaba, pudo aprender de sus errores. Reflexionar. Tomar distancia de los acontecimientos. Ponderar sus fortalezas y corregir sus debilidades.

Hizo lo contrario. No se detuvo. Llegó la amargura. La cerrazón. El resentimiento.

La ideología hundió al pragmático que, como presidente del PRD, abrió el partido a externos, lanzó candidaturas competitivas, conquistó la capital y armó un bloque opositor en la Cámara aliándose con el PAN que arrebató al PRI la mayoría por primera vez en la historia.

Eso se perdió. Su peor tragedia estaba por llegar: cumplir su sueño.

Cuando conquistó la presidencia, la embriaguez del triunfo le nubló la vista y anuló el olfato.

Malinterpretó, primero, los alcances de su victoria. Nunca vio con frialdad las cifras ni entendió que el tsunami que había encabezado fue producto del enojo, por un lado, y de una distorsión legal, por otro.

El enojo fue el propulsor del voto por Morena. Las simpatías indudables que tenía y tiene, se magnificaron por el lamentable estado de la nación que se registró en 2018. Había mucha gente enojada, y con razón.

Pero las peores decisiones del ser humano se toman bajo la lava de la ira. Cuando el enojo pasa y regresa la frialdad, llega a menudo el arrepentimiento.

Así le ha ocurrido ya a más de 20 millones de personas. Vendrán más.

Por otro lado, López Obrador no quiso ver que la magnitud de su triunfo se debió a que, bajo el absurdo argumento de que la democracia mexicana era cara, había que juntar elecciones. Así se celebró la elección más grande la historia, con 18 mil cargos en disputa. Bajo el enojo y la esperanza que generó, más un sentimiento de venganza en el votante, Morena se llevó (casi) todo. Las dos cámaras. Una mayoría de capitales. 18 congresos estatales.

Una elección de esa magnitud le dio a Morena poderes que de otra forma no hubiera obtenido. Los intelectuales que pugnaron por unir elecciones se lamentan en silencio hoy: la democracia más cara es la que se destruye. Eso hicieron.

Pero la contundencia de los resultados instaló un espejismo en la mente del nuevo presidente.

Quiso tanto cumplir su sueño de ser presidente que no se preparó para saber qué hacer cuando lo consiguiera.

Él lo puede todo. Él puede decretar la creación de dos millones de empleos. Él puede derrotar al coronavirus con estampas. Él puede soltar a un capo sin costos. Él puede parar la violencia pidiéndolo. Él puede agredir a mujeres violentadas. Él puede repartir miles de millones de pesos que no tiene sin quebrar al país. Él puede romper un acuerdo mundial de petróleo sin consecuencias.

Su voluntad modifica la realidad porque, en su mente, su voluntad es la realidad.

En este sendero próximo a la locura, el presidente está arrumbando su verdadero sueño.

A los más pobres los volverá miserables. A la clase media la desaparecerá. Habrá convertido al país no en uno pujante, sino paupérrimo.

Su ímpetu de justicia social terminará, posiblemente, en estallido. Por desilusión. Por escasez. Por desespero.

El presidente sufre su gran tragedia: cumplió su sueño.

Nuestra pesadilla.

@fvazquezrig