/ viernes 27 de noviembre de 2020

Decir la verdad es nombrar las cosas por su nombre

Alguna vez uno de sus alumnos le preguntó a don Miguel de Unamuno: “Maestro, usted cree en la existencia de Dios?”, y él le contestó: “Primero dígame usted qué es creer, qué es existencia y qué es Dios, y entonces le contesto”.

Muy buena aclaración que debería ser el prólogo de cualquier contestación, declaración o debate; ponerse de acuerdo si estamos hablando y entendiendo lo mismo.

Suelo oír con frecuencia, en las mañaneras, al presidente López Obrador decir que el neoliberalismo (NL) “ya se acabó”. Nadie le pregunta: “¿Qué entiende usted por neoliberalismo?”. Siguiendo el hilo de su discurso se da uno cuenta que para él el neoliberalismo son los gobiernos que lo antecedieron, desde Miguel de la Madrid hasta Peña Nieto. Omite que el NL es la última oleada conservadora del capitalismo, la privatización de todo lo público que signifique ganancia, eliminación de la función social del Estado, que quede como un mero administrador de los servicios públicos y diseñador de leyes que le permitan al capitalismo funcionar “legalmente”; que exacerba la competencia y el individualismo. Y desata una ofensiva feroz contra los derechos democráticos y laborales, crece el racismo, la xenofobia, la discriminación étnica y religiosa. Ese es el NL, forma eufemística de llamar al capitalismo. Un mal diagnóstico nos lleva a un mal tratamiento.

Efectivamente, si no decimos que el NL es el capitalismo y el generador de toda la maldad, la corrupción, el individualismo, la violencia, y además creemos y lo hacemos público, creyendo que se le está diciendo la verdad al pueblo, cuando se está apuntando a un diagnóstico equivocado.

La “mañanera” del jueves pasado, en la que se dio a conocer el comité destinado a redactar una cartilla moral, dirigida a la ciudadanía a modo del decálogo cristiano, aquí son veinte las propuestas de comportamiento moral; si esto se cumple, la sociedad vivirá más en armonía, sin violencia, sin estrés, motivado por la ambición del dinero y con amor al prójimo. El decálogo cristiano ofrece la trascendencia que no nos vamos a morir, de que venimos de un pasado inmemorial y vamos a un futuro inmemorial.

La cartilla moralizadora pretende ignorar que hay clases sociales, que hay lucha de clases, que hay explotación, que la riqueza se concentra en pocas manos y la pobreza se extiende; que toda la riqueza la crean los trabajadores y que es el trabajo el que hace el capital, no al revés, como dicen los explotadores. Entiendo que no es posible hoy, hoy, enfrentar directamente al capital nacional ni extranjero, pero si con el poder del pueblo hay que movilizarlo y apoyarlos en su lucha contra los charros sindicales cómplices de los gobiernos neoliberales en las privatizaciones.

No niego la buena intención del gobierno de López Obrador, un hombre de principios y honesto, que tiene la misma envoltura religiosa que ya mostraron su fracaso, la que conocemos más de cerca: el cat olicismo; dos mil años de experiencia lo atestiguan.

Hay que competir con el capital, no ir como furgón de cola de la estructura capitalista, hacer política propia, dirigida en beneficio de la clase trabajadora. Están bien todos esos programa sociales de beneficio a la población pobre, pero el Estado debe rescatar todas las empresas privatizadas por los gobiernos reaccionarios y reconstruir su propio capital. Por ejemplo, el mal manejo de los medicamentos, que tanto cuestan al gobierno, no es necesario estatizar la industria farmacéutica, pero sí es posible que el Estado cree su propia industria. Mientras el Estado no se convierta en un Estado Social y verdaderamente separe su política del capital, estará sometido a los intereses mercantiles de las grandes empresas nacionales y extranjeras.

Alguna vez uno de sus alumnos le preguntó a don Miguel de Unamuno: “Maestro, usted cree en la existencia de Dios?”, y él le contestó: “Primero dígame usted qué es creer, qué es existencia y qué es Dios, y entonces le contesto”.

Muy buena aclaración que debería ser el prólogo de cualquier contestación, declaración o debate; ponerse de acuerdo si estamos hablando y entendiendo lo mismo.

Suelo oír con frecuencia, en las mañaneras, al presidente López Obrador decir que el neoliberalismo (NL) “ya se acabó”. Nadie le pregunta: “¿Qué entiende usted por neoliberalismo?”. Siguiendo el hilo de su discurso se da uno cuenta que para él el neoliberalismo son los gobiernos que lo antecedieron, desde Miguel de la Madrid hasta Peña Nieto. Omite que el NL es la última oleada conservadora del capitalismo, la privatización de todo lo público que signifique ganancia, eliminación de la función social del Estado, que quede como un mero administrador de los servicios públicos y diseñador de leyes que le permitan al capitalismo funcionar “legalmente”; que exacerba la competencia y el individualismo. Y desata una ofensiva feroz contra los derechos democráticos y laborales, crece el racismo, la xenofobia, la discriminación étnica y religiosa. Ese es el NL, forma eufemística de llamar al capitalismo. Un mal diagnóstico nos lleva a un mal tratamiento.

Efectivamente, si no decimos que el NL es el capitalismo y el generador de toda la maldad, la corrupción, el individualismo, la violencia, y además creemos y lo hacemos público, creyendo que se le está diciendo la verdad al pueblo, cuando se está apuntando a un diagnóstico equivocado.

La “mañanera” del jueves pasado, en la que se dio a conocer el comité destinado a redactar una cartilla moral, dirigida a la ciudadanía a modo del decálogo cristiano, aquí son veinte las propuestas de comportamiento moral; si esto se cumple, la sociedad vivirá más en armonía, sin violencia, sin estrés, motivado por la ambición del dinero y con amor al prójimo. El decálogo cristiano ofrece la trascendencia que no nos vamos a morir, de que venimos de un pasado inmemorial y vamos a un futuro inmemorial.

La cartilla moralizadora pretende ignorar que hay clases sociales, que hay lucha de clases, que hay explotación, que la riqueza se concentra en pocas manos y la pobreza se extiende; que toda la riqueza la crean los trabajadores y que es el trabajo el que hace el capital, no al revés, como dicen los explotadores. Entiendo que no es posible hoy, hoy, enfrentar directamente al capital nacional ni extranjero, pero si con el poder del pueblo hay que movilizarlo y apoyarlos en su lucha contra los charros sindicales cómplices de los gobiernos neoliberales en las privatizaciones.

No niego la buena intención del gobierno de López Obrador, un hombre de principios y honesto, que tiene la misma envoltura religiosa que ya mostraron su fracaso, la que conocemos más de cerca: el cat olicismo; dos mil años de experiencia lo atestiguan.

Hay que competir con el capital, no ir como furgón de cola de la estructura capitalista, hacer política propia, dirigida en beneficio de la clase trabajadora. Están bien todos esos programa sociales de beneficio a la población pobre, pero el Estado debe rescatar todas las empresas privatizadas por los gobiernos reaccionarios y reconstruir su propio capital. Por ejemplo, el mal manejo de los medicamentos, que tanto cuestan al gobierno, no es necesario estatizar la industria farmacéutica, pero sí es posible que el Estado cree su propia industria. Mientras el Estado no se convierta en un Estado Social y verdaderamente separe su política del capital, estará sometido a los intereses mercantiles de las grandes empresas nacionales y extranjeras.