/ miércoles 12 de diciembre de 2018

Deificación de un gobernante

A Porfirio Muñoz Ledo lo he observado en el escenario de la vida pública durante medio siglo. Nunca he cruzado palabra con él; pero lo tengo por un hombre inteligente, dueño de un sólido bagaje cultural y también, con fino olfato para ubicarse en primera fila junto de quién ostente el poder, sea quien sea. Sin embargo ahora cruzó la línea de la extrema adulación. Al día siguiente de la toma de posesión del nuevo presidente de la República dijo en dos Tuits que publicó El Universal en línea: “Desde la más intensa cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel López Obrador ha tenido una transfiguración: se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la gloria. Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado. La entrega que ofreció al pueblo de México fue total. Se ha dicho que es un protestante disfrazado. Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos”. Cayó en la ignominia en aras de seguir conservando un trozo del poder político. Pero no se vale; otros con menos inteligencia y cultura pueden llegar a creerlo. “Es un auténtico hijo laico de Dios”, dijo. Ninguno de los dictadores del siglo pasado llegó a tanto. Sólo en el Imperio Romano los emperadores elevaban a los altares a sus predecesores, para mostrarse ante el pueblo como descendientes de dioses. Julio César ubicaba su ascendencia en los fundadores de Roma y permitió en vida que se erigiera una estatua en su honor con una placa al pie donde podía leerse: “Dios Invicto”. Fue domiciano, emperador romano entre 81 y 96 el único que se declaró Dios en vida, se hacía llamar señor y Dios Domiciano. Como se ve, estos pretendidos orígenes divinos han servido para justificar el poder absoluto. Y nosotros vivimos en una democracia, donde el primer mandatario es un ser humano como cualquiera de nosotros, sujeto a equivocarse y sujeto también, al aplauso o a la crítica de sus actos. El presidente López Obrador parece querer destruir instituciones tan valiosas como el INAI y el INE; y tiene fobia al Poder Judicial —en esto se parece a Trump—. Y como éste, critica a los medios de comunicación que no coinciden con sus posturas. Sólo recordemos que sin prensa libre y sin un Poder Judicial independiente, no hay democracia ni Estado de derecho. Con mayoría absoluta en el Congreso y asumiéndose hijo de Dios, el actual presidente puede llevarnos de la democracia a la autocracia.

evaz2010@hotmail.com

A Porfirio Muñoz Ledo lo he observado en el escenario de la vida pública durante medio siglo. Nunca he cruzado palabra con él; pero lo tengo por un hombre inteligente, dueño de un sólido bagaje cultural y también, con fino olfato para ubicarse en primera fila junto de quién ostente el poder, sea quien sea. Sin embargo ahora cruzó la línea de la extrema adulación. Al día siguiente de la toma de posesión del nuevo presidente de la República dijo en dos Tuits que publicó El Universal en línea: “Desde la más intensa cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel López Obrador ha tenido una transfiguración: se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la gloria. Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado. La entrega que ofreció al pueblo de México fue total. Se ha dicho que es un protestante disfrazado. Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos”. Cayó en la ignominia en aras de seguir conservando un trozo del poder político. Pero no se vale; otros con menos inteligencia y cultura pueden llegar a creerlo. “Es un auténtico hijo laico de Dios”, dijo. Ninguno de los dictadores del siglo pasado llegó a tanto. Sólo en el Imperio Romano los emperadores elevaban a los altares a sus predecesores, para mostrarse ante el pueblo como descendientes de dioses. Julio César ubicaba su ascendencia en los fundadores de Roma y permitió en vida que se erigiera una estatua en su honor con una placa al pie donde podía leerse: “Dios Invicto”. Fue domiciano, emperador romano entre 81 y 96 el único que se declaró Dios en vida, se hacía llamar señor y Dios Domiciano. Como se ve, estos pretendidos orígenes divinos han servido para justificar el poder absoluto. Y nosotros vivimos en una democracia, donde el primer mandatario es un ser humano como cualquiera de nosotros, sujeto a equivocarse y sujeto también, al aplauso o a la crítica de sus actos. El presidente López Obrador parece querer destruir instituciones tan valiosas como el INAI y el INE; y tiene fobia al Poder Judicial —en esto se parece a Trump—. Y como éste, critica a los medios de comunicación que no coinciden con sus posturas. Sólo recordemos que sin prensa libre y sin un Poder Judicial independiente, no hay democracia ni Estado de derecho. Con mayoría absoluta en el Congreso y asumiéndose hijo de Dios, el actual presidente puede llevarnos de la democracia a la autocracia.

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