/ viernes 12 de octubre de 2018

Del encuentro y sus placeres

Algunos afirman que la composición natural del ser humano está dispuesta para el encuentro, para “ser con los otros”. Todo nuestro ser goza plácidamente la gracia del encuentro, del contacto y del conocimiento de los demás. Cada oportunidad nos grita que solos no podemos vivir. Solos lo más que aspiramos es a sobrevivir, en un tétrico destierro poblado de aullidos.

La sociedad actual sufre por la “herida del encuentro”. Encontrarnos es un deseo grande e insaciable. Nos vamos haciendo a base de encuentros y desencuentros. Incluso los medios y redes sociales descubren esta primitiva necesidad en su forma más adolescente. Pues al acercar los encuentros lo único que consiguen es que estos encuentros realmente no se realicen y, tan sólo, se malbaraten. La rapidez y sonora trivialidad de estas formas hablan de terribles y dolorosos desencuentros. ¡Menuda paradoja!

Es en el encuentro en donde conocemos a los demás y es en este proceso del heteroconocimiento donde mejor se realiza el autoconocimiento. Nos conocemos en la media que conocemos a los demás; en la forma en que nos vinculamos, en nuestras acciones y reacciones. Escuchando al otro nos escuchamos a nosotros mismos, viéndoles nos vemos a nosotros. Aquí intervienen las representaciones que del otro nos hacemos, las cuales siempre nos remiten a nosotros mismos. El encuentro es una gracia que nos permite sintonizar mejor con nosotros mismos. En el otro siempre hay algo que habla de mí.

El encuentro es quien da lugar a todas las formas de convivencia social. Es el autor de las expresiones tan diversas y polifacéticas de moral. Es autor de la comunicación. Ha favorecido la ciencia y la técnica, para acercar las distancias y zanjar el contacto con el otro. Ha dado origen a las diversas psicologías que desfilan entre nosotros. En este sentido el encuentro con los demás es lo más humano de los hombres.

Esta realidad es tan sublime que no se reduce sólo a ser la mejor expresión de la experiencia humana, sino que el encuentro esconde un toque místico fascinante. La experiencia con los otros nos traslada a la experiencia con el otro y, de esta experiencia con el otro, brota la experiencia con los otros.

Definitivamente solos no podemos estar; nos hacemos en la escucha, en el respeto, en el amor y la solidaridad. Nos construimos construyendo. El encuentro es hondamente terapéutico, es el camino de la aceptación, la renuncia y la liberación. El encuentro es la vida.



Algunos afirman que la composición natural del ser humano está dispuesta para el encuentro, para “ser con los otros”. Todo nuestro ser goza plácidamente la gracia del encuentro, del contacto y del conocimiento de los demás. Cada oportunidad nos grita que solos no podemos vivir. Solos lo más que aspiramos es a sobrevivir, en un tétrico destierro poblado de aullidos.

La sociedad actual sufre por la “herida del encuentro”. Encontrarnos es un deseo grande e insaciable. Nos vamos haciendo a base de encuentros y desencuentros. Incluso los medios y redes sociales descubren esta primitiva necesidad en su forma más adolescente. Pues al acercar los encuentros lo único que consiguen es que estos encuentros realmente no se realicen y, tan sólo, se malbaraten. La rapidez y sonora trivialidad de estas formas hablan de terribles y dolorosos desencuentros. ¡Menuda paradoja!

Es en el encuentro en donde conocemos a los demás y es en este proceso del heteroconocimiento donde mejor se realiza el autoconocimiento. Nos conocemos en la media que conocemos a los demás; en la forma en que nos vinculamos, en nuestras acciones y reacciones. Escuchando al otro nos escuchamos a nosotros mismos, viéndoles nos vemos a nosotros. Aquí intervienen las representaciones que del otro nos hacemos, las cuales siempre nos remiten a nosotros mismos. El encuentro es una gracia que nos permite sintonizar mejor con nosotros mismos. En el otro siempre hay algo que habla de mí.

El encuentro es quien da lugar a todas las formas de convivencia social. Es el autor de las expresiones tan diversas y polifacéticas de moral. Es autor de la comunicación. Ha favorecido la ciencia y la técnica, para acercar las distancias y zanjar el contacto con el otro. Ha dado origen a las diversas psicologías que desfilan entre nosotros. En este sentido el encuentro con los demás es lo más humano de los hombres.

Esta realidad es tan sublime que no se reduce sólo a ser la mejor expresión de la experiencia humana, sino que el encuentro esconde un toque místico fascinante. La experiencia con los otros nos traslada a la experiencia con el otro y, de esta experiencia con el otro, brota la experiencia con los otros.

Definitivamente solos no podemos estar; nos hacemos en la escucha, en el respeto, en el amor y la solidaridad. Nos construimos construyendo. El encuentro es hondamente terapéutico, es el camino de la aceptación, la renuncia y la liberación. El encuentro es la vida.