/ viernes 3 de septiembre de 2021

Desafíos de la Universidad

Ahora que se ha dado un cambio de relevo en la Universidad Veracruzana el momento es propicio para hacer una reflexión sobre algunos de los propósitos que se establecen en la Nueva Ley General de Educación Superior: "Contribuir al desarrollo social, cultural, científico, tecnológico, humanístico, productivo y económico del país, a través de la formación de personas con capacidad creativa, innovadora y emprendedora con un alto compromiso social que pongan al servicio de la nación y de la sociedad sus conocimientos".

En ese contexto se puede decir que en las últimas dos décadas, la ciencia, la tecnología y la innovación adquirieron un papel primordial para el desarrollo de las naciones; se hizo énfasis en las ciencias físicas, de la naturaleza y en las ingenierías, lo cual condujo a subestimar las ciencias sociales y las humanidades como puente de comunicación entre disciplinas, y llevó a pensar que el beneficio social inmediato obtenido de éstas es limitado. Sin embargo, las dinámicas metodológicas, analíticas y narrativas propias de las ciencias sociales y las humanidades permiten explicar el desarrollo de las sociedades humanas.

La incorporación a la economía del conocimiento y la conformación de una ciudadanía planetaria y humanista dependen –entonces– de la democratización del conocimiento, labor que corresponde –en gran medida– a la Universidad y que es un llamado para revalorar la investigación científica y tecnológica en pro del progreso social.

De este modo la Universidad debe asumir la tarea central de establecer una comunicación transversal entre el conocimiento de las ciencias físicas y de la naturaleza con las humanidades, y motivar un proceso de reapropiación social de la ciencia. Lo anterior implicaría la sistematización de la lectura y la escritura, una actividad a través de la cual podría gestarse una sociedad bien informada que actuara en la toma de decisiones encaminadas a resolver problemas de política pública: educativos, ambientales, científicos y tecnológicos, como lo apuntara Rietti-Massarini.

Al democratizar la información en el horizonte de las comunicaciones virtuales, se cumple un deber fundamental: dar acceso a las fuentes de primera mano que motiven la problematización para formular nuevos saberes. La sociedad del conocimiento plantea el reto de la incorporación a una economía del conocimiento en la que debe participar la sociedad con aportaciones que respondan a sus problemas sociales. Así entonces la educación superior debe hacer circular los conocimientos y buscar soluciones comunes para fomentar competencias para la vida y el mercado.

La complejidad de los desafíos mundiales y nacionales impone a la educación superior la responsabilidad de comprender las problemas en sus dimensiones sociales, económicas, científicas y culturales, y de asumir, entonces, el liderazgo social relativo a la creación de conocimientos para hacer frente a los retos generales internacionales.

Al impulsar la democratización del conocimiento, la Universidad suscitará una reforma del pensamiento. Si bien la investigación básica, aplicada o experimental es un lenguaje común en las universidades, debe motivar la incursión de una masa potencial en otras disciplinas y otros niveles educativos, por lo cual la transferencia de conocimientos a la educación básica y media superior resulta prioritaria para el desarrollo y la innovación de la investigación y la expansión de la sociedad crítica. Bruner especifica que en las instituciones educativas recae, por tanto, la labor de acrecentar el capital humano y la competitividad, superar la pobreza, aumentar los niveles de cohesión social y fortalecer las instituciones de gobernabilidad.

El Estado habrá de reconocer que los sistemas educativos no responden del todo a la realidad del escenario socioeconómico y, junto con la Universidad, deberá alentar políticas y modelos educativos dirigidos a la inclusión del conocimiento en la economía como factor de orden y justicia social. Para ello se requiere de un rediseño curricular que lleve a la democratización de los conocimientos generados dentro de la Universidad; transversalizar el conocimiento científico, tecnológico y humanístico desde la educación básica y media superior. Propiciar una reforma educativa que promueva los valores del humanismo y el diálogo intercultural en la sociedad.

En fin, sin menoscabar la autonomía, facultades y responsabilidad de las universidades, desde la educación superior se deben crear las condiciones para el aprendizaje sustentado en el desarrollo ético del hacer colaborativo, participativo y responsable y en el cuidado de la condición de la persona, la naturaleza y el planeta, así como responder a la diversidad social y cultural para fomentar la unidad en la diversidad y la democracia cognitiva en la multiplicidad (Seminario Pablo Latapí). A ello se le puede llamar "Orientar los criterios para el desarrollo de las políticas públicas en materia de educación superior con visión de Estado".

Ahora que se ha dado un cambio de relevo en la Universidad Veracruzana el momento es propicio para hacer una reflexión sobre algunos de los propósitos que se establecen en la Nueva Ley General de Educación Superior: "Contribuir al desarrollo social, cultural, científico, tecnológico, humanístico, productivo y económico del país, a través de la formación de personas con capacidad creativa, innovadora y emprendedora con un alto compromiso social que pongan al servicio de la nación y de la sociedad sus conocimientos".

En ese contexto se puede decir que en las últimas dos décadas, la ciencia, la tecnología y la innovación adquirieron un papel primordial para el desarrollo de las naciones; se hizo énfasis en las ciencias físicas, de la naturaleza y en las ingenierías, lo cual condujo a subestimar las ciencias sociales y las humanidades como puente de comunicación entre disciplinas, y llevó a pensar que el beneficio social inmediato obtenido de éstas es limitado. Sin embargo, las dinámicas metodológicas, analíticas y narrativas propias de las ciencias sociales y las humanidades permiten explicar el desarrollo de las sociedades humanas.

La incorporación a la economía del conocimiento y la conformación de una ciudadanía planetaria y humanista dependen –entonces– de la democratización del conocimiento, labor que corresponde –en gran medida– a la Universidad y que es un llamado para revalorar la investigación científica y tecnológica en pro del progreso social.

De este modo la Universidad debe asumir la tarea central de establecer una comunicación transversal entre el conocimiento de las ciencias físicas y de la naturaleza con las humanidades, y motivar un proceso de reapropiación social de la ciencia. Lo anterior implicaría la sistematización de la lectura y la escritura, una actividad a través de la cual podría gestarse una sociedad bien informada que actuara en la toma de decisiones encaminadas a resolver problemas de política pública: educativos, ambientales, científicos y tecnológicos, como lo apuntara Rietti-Massarini.

Al democratizar la información en el horizonte de las comunicaciones virtuales, se cumple un deber fundamental: dar acceso a las fuentes de primera mano que motiven la problematización para formular nuevos saberes. La sociedad del conocimiento plantea el reto de la incorporación a una economía del conocimiento en la que debe participar la sociedad con aportaciones que respondan a sus problemas sociales. Así entonces la educación superior debe hacer circular los conocimientos y buscar soluciones comunes para fomentar competencias para la vida y el mercado.

La complejidad de los desafíos mundiales y nacionales impone a la educación superior la responsabilidad de comprender las problemas en sus dimensiones sociales, económicas, científicas y culturales, y de asumir, entonces, el liderazgo social relativo a la creación de conocimientos para hacer frente a los retos generales internacionales.

Al impulsar la democratización del conocimiento, la Universidad suscitará una reforma del pensamiento. Si bien la investigación básica, aplicada o experimental es un lenguaje común en las universidades, debe motivar la incursión de una masa potencial en otras disciplinas y otros niveles educativos, por lo cual la transferencia de conocimientos a la educación básica y media superior resulta prioritaria para el desarrollo y la innovación de la investigación y la expansión de la sociedad crítica. Bruner especifica que en las instituciones educativas recae, por tanto, la labor de acrecentar el capital humano y la competitividad, superar la pobreza, aumentar los niveles de cohesión social y fortalecer las instituciones de gobernabilidad.

El Estado habrá de reconocer que los sistemas educativos no responden del todo a la realidad del escenario socioeconómico y, junto con la Universidad, deberá alentar políticas y modelos educativos dirigidos a la inclusión del conocimiento en la economía como factor de orden y justicia social. Para ello se requiere de un rediseño curricular que lleve a la democratización de los conocimientos generados dentro de la Universidad; transversalizar el conocimiento científico, tecnológico y humanístico desde la educación básica y media superior. Propiciar una reforma educativa que promueva los valores del humanismo y el diálogo intercultural en la sociedad.

En fin, sin menoscabar la autonomía, facultades y responsabilidad de las universidades, desde la educación superior se deben crear las condiciones para el aprendizaje sustentado en el desarrollo ético del hacer colaborativo, participativo y responsable y en el cuidado de la condición de la persona, la naturaleza y el planeta, así como responder a la diversidad social y cultural para fomentar la unidad en la diversidad y la democracia cognitiva en la multiplicidad (Seminario Pablo Latapí). A ello se le puede llamar "Orientar los criterios para el desarrollo de las políticas públicas en materia de educación superior con visión de Estado".