/ viernes 15 de enero de 2021

Desde el frío y mis recuerdos


Recuerdo el cálido aliento del nombrado chipi-chipi del Xalapa que el viento se ha llevado. En las calles empedradas de mi barrio brujo, del laberinto de mis sueños fugaces.

Vi, observé, miré a mis padres y a mis tíos jóvenes e inquietos, aprendí de una rueda en la calle, jugando con ella al rodarla en equilibrio e hicimos carreras de gusanos chinahuates; lástima que el mío era un tanto perezoso. Los tejados, llenos de gatos atiborrados de comida, maullaban por sí solos, ofreciendo una sinfonía gatuna, un extraño elemento con el encuentro del cielo oscurecido.

El frío era intenso, era húmedo, era el Xalapa de nuestros recuerdos, el lugar donde todo habitante conocía al resto de nuestro mundo. Llegué a pensar que los días eran muy largos y las tardes abrumadoras para un niño de primaria que apenas y leía con soltura. Me hice amigo de los clásicos griegos y sus maravillosos relatos: la Ilíada, el Cíclope, Medusa, Perseo, entre otros, eran mis compañeros de vida. Y la niña con el cabello de cascada ensortijada, esa niña de mis sueños, la que abrazaba dulcemente, con la que departía mis golosinas, escuchando música y el silbante ruido del viento entre la madera y las tejas de mi casa, era mi mejor compañía.

El aguacero afuera se reía, dejando impregnado el ambiente con el típico olor de la tierra mojada, tierra que evoca las fantasías y los sueños en torbellino para seguir nuestro propio camino. Así es Xalapa, así será igual que una madre que cobija a sus polluelos, y bajo sus alas aprendimos a ser hombres, otras, mujeres. Se le hablaba de usted a la gente mayor, se pedía permiso para muchas cosas, y lo hoy vivido era lo prohibido. Amo a mi bella ciudad, igual que todos ustedes, y quiero verla convertida, erigida como esa madre benefactora que a todos cobija no importándole el color, la edad, ni minucias fútiles de la vanidad que apaga a la vida aún en propia mano.

Las colonias Belisario Domínguez, la Salud y otras tantas conectan en directo con la zona centro o código 91000, así que como es de esperarse, el movimiento urbano es cercano. Recuerdo al primer gobernador al cual estreché su mano, era Rafael Hernández Ochoa, y lo conocí debido a un concurso de cuentos; fuimos varios pequeños a Palacio de Gobierno y otros lugares nos cedían la palabra al expresar nuestra narrativa; debo apuntar que aquel gobernador instituyó la materia de “Ecología” en todo el estado, era un hombre que amó su tierra, de pelo entrecano y con bigote, sonriente y amable; nunca he olvidado tal encuentro.

Hoy en día valoro muchísimo haber tenido tantas bellas experiencias aquí en nuestra Xalapa de ensueño. He sido testigo, al igual que muchos xalapeños de origen, del desarrollo hiperactivo y hasta crucificante de nuestra ciudad. Hoy muchos quieren mandar en ella, gobernarla, servirla, y aún creo en los buenos deseos, creo igual una vez en que me redujeron (por así decirlo) a la calidad de un hombre bueno, que me enorgullezco por aquel que publicó esa afirmación. Ser bondadoso es positivo, creer aún en la buena voluntad y aplicarla da calor humano, sentimental, vibracional, ante el gélido frío de la tormenta invernal, del grito en el silencio por aquellos que sólo piden “paz”.


Recuerdo el cálido aliento del nombrado chipi-chipi del Xalapa que el viento se ha llevado. En las calles empedradas de mi barrio brujo, del laberinto de mis sueños fugaces.

Vi, observé, miré a mis padres y a mis tíos jóvenes e inquietos, aprendí de una rueda en la calle, jugando con ella al rodarla en equilibrio e hicimos carreras de gusanos chinahuates; lástima que el mío era un tanto perezoso. Los tejados, llenos de gatos atiborrados de comida, maullaban por sí solos, ofreciendo una sinfonía gatuna, un extraño elemento con el encuentro del cielo oscurecido.

El frío era intenso, era húmedo, era el Xalapa de nuestros recuerdos, el lugar donde todo habitante conocía al resto de nuestro mundo. Llegué a pensar que los días eran muy largos y las tardes abrumadoras para un niño de primaria que apenas y leía con soltura. Me hice amigo de los clásicos griegos y sus maravillosos relatos: la Ilíada, el Cíclope, Medusa, Perseo, entre otros, eran mis compañeros de vida. Y la niña con el cabello de cascada ensortijada, esa niña de mis sueños, la que abrazaba dulcemente, con la que departía mis golosinas, escuchando música y el silbante ruido del viento entre la madera y las tejas de mi casa, era mi mejor compañía.

El aguacero afuera se reía, dejando impregnado el ambiente con el típico olor de la tierra mojada, tierra que evoca las fantasías y los sueños en torbellino para seguir nuestro propio camino. Así es Xalapa, así será igual que una madre que cobija a sus polluelos, y bajo sus alas aprendimos a ser hombres, otras, mujeres. Se le hablaba de usted a la gente mayor, se pedía permiso para muchas cosas, y lo hoy vivido era lo prohibido. Amo a mi bella ciudad, igual que todos ustedes, y quiero verla convertida, erigida como esa madre benefactora que a todos cobija no importándole el color, la edad, ni minucias fútiles de la vanidad que apaga a la vida aún en propia mano.

Las colonias Belisario Domínguez, la Salud y otras tantas conectan en directo con la zona centro o código 91000, así que como es de esperarse, el movimiento urbano es cercano. Recuerdo al primer gobernador al cual estreché su mano, era Rafael Hernández Ochoa, y lo conocí debido a un concurso de cuentos; fuimos varios pequeños a Palacio de Gobierno y otros lugares nos cedían la palabra al expresar nuestra narrativa; debo apuntar que aquel gobernador instituyó la materia de “Ecología” en todo el estado, era un hombre que amó su tierra, de pelo entrecano y con bigote, sonriente y amable; nunca he olvidado tal encuentro.

Hoy en día valoro muchísimo haber tenido tantas bellas experiencias aquí en nuestra Xalapa de ensueño. He sido testigo, al igual que muchos xalapeños de origen, del desarrollo hiperactivo y hasta crucificante de nuestra ciudad. Hoy muchos quieren mandar en ella, gobernarla, servirla, y aún creo en los buenos deseos, creo igual una vez en que me redujeron (por así decirlo) a la calidad de un hombre bueno, que me enorgullezco por aquel que publicó esa afirmación. Ser bondadoso es positivo, creer aún en la buena voluntad y aplicarla da calor humano, sentimental, vibracional, ante el gélido frío de la tormenta invernal, del grito en el silencio por aquellos que sólo piden “paz”.