/ martes 19 de mayo de 2020

Después de esto

El mundo se aproxima a un cambio mayúsculo. Esta guerra sólo puede ser ganada por dos factores: ciencia y conocimiento. Pese a ello, cuando triunfemos, quedarán saldos. Y no serán menores.

La orientación, amplitud y profundidad de ese cambio está aún por determinarse, pero ya se avizoran algunas tendencias.

En tanto la ciencia no logre encontrar una vacuna y en la medida en que entendamos mejor la naturaleza del virus, la humanidad tendrá que modificar muchos de sus patrones de vida.

La nueva normalidad se regirá por la cultura de la protección y la disminución del riesgo.

El distanciamiento físico se mantendrá como una constante y posiblemente vaya echando raíces. Se tendrá, entonces, que redefinir al espacio público y a los métodos de convivencia: los restaurantes, teatros, aviones, aeropuertos, estadios, tendrán nuevas reglas.

Se terminará por modificar el comportamiento.

La convivencia social se irá concentrando cada vez más en burbujas de protección.

Es altamente probable que entremos a una etapa de freno y arranque en todo: en la vida social, en la economía, en la producción, en la política.

La aparición de rebrotes, geográficos o estacionales, será una constante que irá dislocando, de una u otra forma, a distintas velocidades, las cadenas locales de producción, suministro, distribución y consumo.

El freno a una globalización desbocada habrá llegado finalmente por un instinto de supervivencia.

Es factible, entonces, que la frecuencia de los viajes físicos, de industrias potentes como el turismo, los espectáculos, el comercio internacional, la energía fósil se modifiquen sustantivamente.

Si los rebrotes se prolongan en el tiempo y en el espacio, el ajuste de la oferta a la demanda tardará y será drástico.

Tómese como ejemplo el daño a la economía estadounidense: la más potente del mundo. El desempleo ha golpeado a cerca de 23 millones de familias y los principales economistas estiman un daño para ellos que se extenderá una década.

El impacto laboral será profundo y no sólo por la vertiente de oferta y demanda. Algo sí sabemos: los robots no se contagian. Dependiendo de la extensión temporal de la pandemia, el futuro del trabajo será diferente. Las empresas tendrán que reorganizarse internamente: con mayor distanciamiento, en bloques de trabajadores por edades, con monitoreo permanente de la salud de los trabajadores y de sus contactos.

Habrá un impacto en la privacidad.

El mundo entrará en una recesión cuya extensión estará determinada por considerandos de salud pública. La Unión Europea se contrajo 3.8% el primer trimestre; Estados Unidos, 4.8. China no crecerá más de 3%.

De esta forma, los países no tendrán otra forma más que contar con escenarios de contingencia sanitaria y económica que vayan a la par.

Si se rompe el consumo mundial, si se cierran regiones enteras de países, las cadenas de producción que se habían integrado se fracturarán y tenderán a ser sustituidas localmente.

El alivio social, entonces, no será veloz ni contundente. Eso presionará la gobernabilidad, la estabilidad social y, en última instancia, modificará la integración política del mundo.

La ingeniería que sostiene a la Unión Europea —fronteras abiertas, libre tránsito— está en entredicho. La reelección de Trump se ve cada vez más lejana.

Hay que poner el ojo en el resurgimiento de los nacionalismos.

No será nada nuevo. Ya conocemos este patrón.

También en la segunda década del siglo XX vivimos algo similar. Terminó la primera guerra mundial. Se desató la pandemia de la gripe española. Vino la gran depresión de 1929. Surgió el fascismo y el nacionalsocialismo alemán. España se fracturó. Y estalló la segunda guerra mundial.

Es el drama de la confluencia de dos crisis: el fin de la normalidad.

Ojalá seamos más inteligentes que aquellos para moldear un nuevo destino sin tanto sufrimiento. Ojalá.

@fvazquezrig

El mundo se aproxima a un cambio mayúsculo. Esta guerra sólo puede ser ganada por dos factores: ciencia y conocimiento. Pese a ello, cuando triunfemos, quedarán saldos. Y no serán menores.

La orientación, amplitud y profundidad de ese cambio está aún por determinarse, pero ya se avizoran algunas tendencias.

En tanto la ciencia no logre encontrar una vacuna y en la medida en que entendamos mejor la naturaleza del virus, la humanidad tendrá que modificar muchos de sus patrones de vida.

La nueva normalidad se regirá por la cultura de la protección y la disminución del riesgo.

El distanciamiento físico se mantendrá como una constante y posiblemente vaya echando raíces. Se tendrá, entonces, que redefinir al espacio público y a los métodos de convivencia: los restaurantes, teatros, aviones, aeropuertos, estadios, tendrán nuevas reglas.

Se terminará por modificar el comportamiento.

La convivencia social se irá concentrando cada vez más en burbujas de protección.

Es altamente probable que entremos a una etapa de freno y arranque en todo: en la vida social, en la economía, en la producción, en la política.

La aparición de rebrotes, geográficos o estacionales, será una constante que irá dislocando, de una u otra forma, a distintas velocidades, las cadenas locales de producción, suministro, distribución y consumo.

El freno a una globalización desbocada habrá llegado finalmente por un instinto de supervivencia.

Es factible, entonces, que la frecuencia de los viajes físicos, de industrias potentes como el turismo, los espectáculos, el comercio internacional, la energía fósil se modifiquen sustantivamente.

Si los rebrotes se prolongan en el tiempo y en el espacio, el ajuste de la oferta a la demanda tardará y será drástico.

Tómese como ejemplo el daño a la economía estadounidense: la más potente del mundo. El desempleo ha golpeado a cerca de 23 millones de familias y los principales economistas estiman un daño para ellos que se extenderá una década.

El impacto laboral será profundo y no sólo por la vertiente de oferta y demanda. Algo sí sabemos: los robots no se contagian. Dependiendo de la extensión temporal de la pandemia, el futuro del trabajo será diferente. Las empresas tendrán que reorganizarse internamente: con mayor distanciamiento, en bloques de trabajadores por edades, con monitoreo permanente de la salud de los trabajadores y de sus contactos.

Habrá un impacto en la privacidad.

El mundo entrará en una recesión cuya extensión estará determinada por considerandos de salud pública. La Unión Europea se contrajo 3.8% el primer trimestre; Estados Unidos, 4.8. China no crecerá más de 3%.

De esta forma, los países no tendrán otra forma más que contar con escenarios de contingencia sanitaria y económica que vayan a la par.

Si se rompe el consumo mundial, si se cierran regiones enteras de países, las cadenas de producción que se habían integrado se fracturarán y tenderán a ser sustituidas localmente.

El alivio social, entonces, no será veloz ni contundente. Eso presionará la gobernabilidad, la estabilidad social y, en última instancia, modificará la integración política del mundo.

La ingeniería que sostiene a la Unión Europea —fronteras abiertas, libre tránsito— está en entredicho. La reelección de Trump se ve cada vez más lejana.

Hay que poner el ojo en el resurgimiento de los nacionalismos.

No será nada nuevo. Ya conocemos este patrón.

También en la segunda década del siglo XX vivimos algo similar. Terminó la primera guerra mundial. Se desató la pandemia de la gripe española. Vino la gran depresión de 1929. Surgió el fascismo y el nacionalsocialismo alemán. España se fracturó. Y estalló la segunda guerra mundial.

Es el drama de la confluencia de dos crisis: el fin de la normalidad.

Ojalá seamos más inteligentes que aquellos para moldear un nuevo destino sin tanto sufrimiento. Ojalá.

@fvazquezrig