/ viernes 1 de octubre de 2021

Diferentes pero complementarios

De manera sorprendente resulta muy interesante que, con todas sus diferencias entre varón y mujer, sus cuerpos han sido diseñados por el Creador para el encuentro. Los ojos para mirar, los odios para escuchar, las manos para encontrarse, en fin. Muchas diferencias que gritan la natural complementariedad que existen entre ambos. ¡Uno para el otro!

El matrimonio ofrece la posibilidad de realización de los esposos en “una sola carne”. Juntos están llamados a crecer y desarrollarse. A construir acompañados el noble proyecto de la familia que están cultivando, abriéndose a la vida en la recepción amorosa de los hijos y en la delicada educación de éstos. El sacramento los vincula de tal manera que se integran en la construcción de un proyecto juntos. Por eso es importante que cada día los esposos se inquieten con la pregunta, ¿lo que hago contribuye a ser una sola carne?

Ser uno no anula la individualidad de las dos personas; no es que, con el sacramento desaparezca la particularidad de cada sujeto para ser mágicamente uno. El esposo vive y siente como varón, y está llamado a cultivarse, a sentir y pensar como varón, para poder desarrollarse como tal. Incluso su apertura y sensibilidad a lo divino ha de estar pincelada en su calidad de varón. Por su parte la mujer vive y siente como mujer, así está llamada a cultivarse y desarrollarse, hasta su espiritualidad se reviste con las notas de su ser de mujer.

Anular al otro es querer que mi esposo se relacione como yo lo hago como esposa. Esto es, que él tenga la sensibilidad a lo divino en las categorías en que yo lo concibo como mujer. O que mi esposa tenga una concepción del trabajo y la producción como yo la tengo de varón, o que resuelva las cosas con las notas que son típicas de un hombre. Una forma más de anular al otro es no buscar su desarrollo, o impedírselo. Ambos estamos en condiciones similares de desarrollo, los dos hemos de ser personas plenas, para que juntos podamos ser “una sola carne” en plenitud. Por la historia personal que a cada esposo lo ha tocado vivir es normal que no compartan la misma visión de las cosas, de la vida, de la fe. No es necesario que tengan la misma visión, y resulta muy peligroso que, con la intención de evitar enfrentamientos, cada uno “se trague”, su propia forma de pensar con tal de no contradecir. Ser una carne implica expresar la opinión diferente, para encontrar una vía de solución juntos. Mimetizarse no contribuye a la unidad.

De manera sorprendente resulta muy interesante que, con todas sus diferencias entre varón y mujer, sus cuerpos han sido diseñados por el Creador para el encuentro. Los ojos para mirar, los odios para escuchar, las manos para encontrarse, en fin. Muchas diferencias que gritan la natural complementariedad que existen entre ambos. ¡Uno para el otro!

El matrimonio ofrece la posibilidad de realización de los esposos en “una sola carne”. Juntos están llamados a crecer y desarrollarse. A construir acompañados el noble proyecto de la familia que están cultivando, abriéndose a la vida en la recepción amorosa de los hijos y en la delicada educación de éstos. El sacramento los vincula de tal manera que se integran en la construcción de un proyecto juntos. Por eso es importante que cada día los esposos se inquieten con la pregunta, ¿lo que hago contribuye a ser una sola carne?

Ser uno no anula la individualidad de las dos personas; no es que, con el sacramento desaparezca la particularidad de cada sujeto para ser mágicamente uno. El esposo vive y siente como varón, y está llamado a cultivarse, a sentir y pensar como varón, para poder desarrollarse como tal. Incluso su apertura y sensibilidad a lo divino ha de estar pincelada en su calidad de varón. Por su parte la mujer vive y siente como mujer, así está llamada a cultivarse y desarrollarse, hasta su espiritualidad se reviste con las notas de su ser de mujer.

Anular al otro es querer que mi esposo se relacione como yo lo hago como esposa. Esto es, que él tenga la sensibilidad a lo divino en las categorías en que yo lo concibo como mujer. O que mi esposa tenga una concepción del trabajo y la producción como yo la tengo de varón, o que resuelva las cosas con las notas que son típicas de un hombre. Una forma más de anular al otro es no buscar su desarrollo, o impedírselo. Ambos estamos en condiciones similares de desarrollo, los dos hemos de ser personas plenas, para que juntos podamos ser “una sola carne” en plenitud. Por la historia personal que a cada esposo lo ha tocado vivir es normal que no compartan la misma visión de las cosas, de la vida, de la fe. No es necesario que tengan la misma visión, y resulta muy peligroso que, con la intención de evitar enfrentamientos, cada uno “se trague”, su propia forma de pensar con tal de no contradecir. Ser una carne implica expresar la opinión diferente, para encontrar una vía de solución juntos. Mimetizarse no contribuye a la unidad.