/ viernes 30 de julio de 2021

Dios que es alimento

En su tiempo fue un escándalo que Jesús dijera que su cuerpo era alimento para la vida eterna. ¡Cómo es posible que debamos comer su cuerpo!, se consideró una terrible blasfemia y una ofensa tremenda para los suyos y a Dios, por supuesto. Aún ahora no hemos terminado de comprender la profundidad de estas expresiones.

Jesús, en el emblemático discurso del Pan de la vida, expresa palabras que se refieren perfectamente a Él: “es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo, pues el pan que Dios da baja del cielo y da la vida al mundo”. Con estas expresiones queda claro que, cuando habla del Pan que da el Padre, hace referencia directa a Él. En aquello de que es el Padre quien da el verdadero pan del cielo, indica que ha sido Dios quien lo ha dado como pan. Es decir, aquello que necesitamos consumir varias veces al día para poder estar fortalecidos. Con aquello de que “baja del cielo”, hace referencia a su encarnación, y con aquello de “da la vida al mundo”, refiere a su muerte redentora. ¡En Jesús tenemos el pan de la Vida!

Cuando Jesús observa a la gente que lo anda buscando descubre que todos sus afanes y desvelos están orientados a un pan que perece, entonces intenta trasladarlos al banquete que da la vida al mundo, al banquete imperecedero. ¡Jesús es el festín, el banquete de la vida! En este encuentro con Él, les insiste en la importancia de un pan que va más allá de la saciedad de los instintos, por un pan que vivifica, que llena de vida.

En la media en que lo consumimos despierta en nosotros más hambre y mayor sed. Jesús es el pan que nos traslada al encuentro de los demás, porque “cada que comemos de este pan que da la vida, somos creados para la vida eterna, con poder sobre la muerte”, como afirma Cirilo de Jerusalén. Y es que, este pan, es el banquete de los santos, siempre que nos acercamos a Él, pregustamos la fiesta de la resurrección. Al comer del Pan de la Vida, saciamos nuestros anhelos profundos, sentimos mayor hambre y deseos profundos de compartirlo.

Sorprende grandemente que Jesús entiende claramente su misión: “su misión no era llenar los estómagos de sus conciudadanos, pero muy bien sabía que su palabra redentora no saciaba el hambre. Sabía que dar de comer al hambriento era también una obligación para él y los suyos. En definitiva, su mandato de dar de comer es igual de vinculante que ir a predicar. (cfr. Martin Descalzo J.L., Vida y misterio de Jesús de Nazaret).

En su tiempo fue un escándalo que Jesús dijera que su cuerpo era alimento para la vida eterna. ¡Cómo es posible que debamos comer su cuerpo!, se consideró una terrible blasfemia y una ofensa tremenda para los suyos y a Dios, por supuesto. Aún ahora no hemos terminado de comprender la profundidad de estas expresiones.

Jesús, en el emblemático discurso del Pan de la vida, expresa palabras que se refieren perfectamente a Él: “es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo, pues el pan que Dios da baja del cielo y da la vida al mundo”. Con estas expresiones queda claro que, cuando habla del Pan que da el Padre, hace referencia directa a Él. En aquello de que es el Padre quien da el verdadero pan del cielo, indica que ha sido Dios quien lo ha dado como pan. Es decir, aquello que necesitamos consumir varias veces al día para poder estar fortalecidos. Con aquello de que “baja del cielo”, hace referencia a su encarnación, y con aquello de “da la vida al mundo”, refiere a su muerte redentora. ¡En Jesús tenemos el pan de la Vida!

Cuando Jesús observa a la gente que lo anda buscando descubre que todos sus afanes y desvelos están orientados a un pan que perece, entonces intenta trasladarlos al banquete que da la vida al mundo, al banquete imperecedero. ¡Jesús es el festín, el banquete de la vida! En este encuentro con Él, les insiste en la importancia de un pan que va más allá de la saciedad de los instintos, por un pan que vivifica, que llena de vida.

En la media en que lo consumimos despierta en nosotros más hambre y mayor sed. Jesús es el pan que nos traslada al encuentro de los demás, porque “cada que comemos de este pan que da la vida, somos creados para la vida eterna, con poder sobre la muerte”, como afirma Cirilo de Jerusalén. Y es que, este pan, es el banquete de los santos, siempre que nos acercamos a Él, pregustamos la fiesta de la resurrección. Al comer del Pan de la Vida, saciamos nuestros anhelos profundos, sentimos mayor hambre y deseos profundos de compartirlo.

Sorprende grandemente que Jesús entiende claramente su misión: “su misión no era llenar los estómagos de sus conciudadanos, pero muy bien sabía que su palabra redentora no saciaba el hambre. Sabía que dar de comer al hambriento era también una obligación para él y los suyos. En definitiva, su mandato de dar de comer es igual de vinculante que ir a predicar. (cfr. Martin Descalzo J.L., Vida y misterio de Jesús de Nazaret).