/ jueves 17 de febrero de 2022

Educar en función de las libertades

El acto educativo y el hecho educativo llevan al conocimiento, pero educar para la emancipación de las sociedades es crear un impulso rotor del movimiento nacional de nuestra patria.

La funcionalidad de nuestro sistema educativo se basa en no pocas ocasiones en la mera memorización de contenidos e ideas, de ello dan cuenta los más avezados juristas, que se saben los códigos que manejan tanto al derecho como al revés, e igual aplica en otras profesiones cuando se industrializa el conocimiento operativo de las funciones a desarrollar en los diversos ámbitos de competencias.

Desde luego que el aparato educativo nacional es un laberinto monstruoso por lo enorme, virtuoso en los mejores casos de sus resultados, adonde hablamos de educaciones de diversos aspectos, modos, estilos y propósitos enfocados a cambiar la dinámica social para beneficio de las colectividades. Así la libertad es considerada como la facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad. Pero aquí viene la parte interesante: ¿acaso nos hemos olvidado de la orientación vocacional? La respuesta es que creo que sí, y en un simple ejemplo lo pude constatar, ya que el hijo mayor de un magistrado de nuestro estado me afirmó: estudiaré la carrera de Derecho, puesto que mi padre me conseguirá el empleo en la judicatura. A rajatabla se nota que lo importante no es la vocación ni la carrera, sino el hecho de obtener un trabajo estable, mucho mejor remunerado, no importando en lo absoluto el hacer pruebas al educando en cuanto al comportamiento de preferencia y selección de carrera, dando margen con tan bárbara decisión a crear un futuro funcionario al que quizá le hubiera gustado mucho más ser agrónomo, pedagogo, ingeniero en sistemas computacionales, o hasta en ámbitos artísticos, que verán cómo un talento se pierde por sólo haberse atenido a aparecer en una nómina de carácter oficial.

La libertad de elegir es la misma que se usa para contribuir hacia la construcción de mejores esquemas del desarrollo nacional, en una conjunción de metas, habilidades, propiedades sustantivas, y no sólo para usar adjetivos calificativos que pudieran demeritar tanto la labor docente e igual la del alumno. Paulo Freire fue un eminente pedagogo que escribió “La pedagogía del oprimido”, y en una de sus frases dice: “Si no puedo por un lado, estimular los sueños imposibles, tampoco debo, por el otro, negar a quien sueña el derecho de soñar”.

Debe remarcarse que las aspiraciones de los educandos han de ser respetadas, al mismo tiempo guiadas, y no educar sólo para ganar un sueldo o salario, sino educar en la libertad del ser, del quehacer, del estilo propio del individuo, ya que no podemos ni debemos cortar las alas a las aspiraciones de bienestar y mejoría de los núcleos sociales que desean superación, equidad, justicia y enfáticamente, libertades. ¿Adónde iremos? Tal aspecto lo debe precisar el individuo, pero con auxilio de la orientación vocacional, de lo contrario habremos de crear perfiles educativos sin destino.

Viene a mi mente el célebre arquitecto alemán Albert Speer, quien fue un político del nazismo, pero ejerció su muy propia libertad. De tal forma es nuestro deber animar a nuestra juventud a mejorar el mundo, ya que la educación puede usarse desde un lado oscuro y funesto, hasta otro punto brillante y ejemplar como lo fue el ejemplo de Albert Einstein.

El acto educativo y el hecho educativo llevan al conocimiento, pero educar para la emancipación de las sociedades es crear un impulso rotor del movimiento nacional de nuestra patria.

La funcionalidad de nuestro sistema educativo se basa en no pocas ocasiones en la mera memorización de contenidos e ideas, de ello dan cuenta los más avezados juristas, que se saben los códigos que manejan tanto al derecho como al revés, e igual aplica en otras profesiones cuando se industrializa el conocimiento operativo de las funciones a desarrollar en los diversos ámbitos de competencias.

Desde luego que el aparato educativo nacional es un laberinto monstruoso por lo enorme, virtuoso en los mejores casos de sus resultados, adonde hablamos de educaciones de diversos aspectos, modos, estilos y propósitos enfocados a cambiar la dinámica social para beneficio de las colectividades. Así la libertad es considerada como la facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad. Pero aquí viene la parte interesante: ¿acaso nos hemos olvidado de la orientación vocacional? La respuesta es que creo que sí, y en un simple ejemplo lo pude constatar, ya que el hijo mayor de un magistrado de nuestro estado me afirmó: estudiaré la carrera de Derecho, puesto que mi padre me conseguirá el empleo en la judicatura. A rajatabla se nota que lo importante no es la vocación ni la carrera, sino el hecho de obtener un trabajo estable, mucho mejor remunerado, no importando en lo absoluto el hacer pruebas al educando en cuanto al comportamiento de preferencia y selección de carrera, dando margen con tan bárbara decisión a crear un futuro funcionario al que quizá le hubiera gustado mucho más ser agrónomo, pedagogo, ingeniero en sistemas computacionales, o hasta en ámbitos artísticos, que verán cómo un talento se pierde por sólo haberse atenido a aparecer en una nómina de carácter oficial.

La libertad de elegir es la misma que se usa para contribuir hacia la construcción de mejores esquemas del desarrollo nacional, en una conjunción de metas, habilidades, propiedades sustantivas, y no sólo para usar adjetivos calificativos que pudieran demeritar tanto la labor docente e igual la del alumno. Paulo Freire fue un eminente pedagogo que escribió “La pedagogía del oprimido”, y en una de sus frases dice: “Si no puedo por un lado, estimular los sueños imposibles, tampoco debo, por el otro, negar a quien sueña el derecho de soñar”.

Debe remarcarse que las aspiraciones de los educandos han de ser respetadas, al mismo tiempo guiadas, y no educar sólo para ganar un sueldo o salario, sino educar en la libertad del ser, del quehacer, del estilo propio del individuo, ya que no podemos ni debemos cortar las alas a las aspiraciones de bienestar y mejoría de los núcleos sociales que desean superación, equidad, justicia y enfáticamente, libertades. ¿Adónde iremos? Tal aspecto lo debe precisar el individuo, pero con auxilio de la orientación vocacional, de lo contrario habremos de crear perfiles educativos sin destino.

Viene a mi mente el célebre arquitecto alemán Albert Speer, quien fue un político del nazismo, pero ejerció su muy propia libertad. De tal forma es nuestro deber animar a nuestra juventud a mejorar el mundo, ya que la educación puede usarse desde un lado oscuro y funesto, hasta otro punto brillante y ejemplar como lo fue el ejemplo de Albert Einstein.