/ lunes 19 de noviembre de 2018

¡El apocalipsis ha llegado!

Con el inicio de un nuevo año litúrgico se proclaman textos apocalípticos. Sucede que la proclamación de estos textos coincide, providencialmente, con acontecimientos preocupantes y sumamente inquietantes, como los que vivimos en estos tiempos a nivel nacional e internacional, lo cual inconscientemente puede generar temor, incertidumbre y desesperanza.

La gente regularmente se eclipsa con estos textos apocalípticos que son tomados simple y fanáticamente como anuncios del fin del mundo o como mensajes que ocultan códigos secretos que hay que descifrar. De nosotros depende no rebajar ni tergiversar ni adulterar textos que se escribieron no para esconder secretos ni para infundir miedo sino para generar esperanza.

De entrada para alguien que ya ha fijado su postura respecto de estos textos puede resultar desconcertante saber que su finalidad consiste en generar esperanza y asegurar la gracia de Dios para los tiempos de tribulación. Como lo han hecho algunos grupos religiosos, es muy fácil desconocer la naturaleza de estos textos y utilizarlos sin escrúpulos para meter miedo y anunciar calamidades.

Delante de la tribulación y de las crisis que llegan a tener un poderoso impacto en nuestra vida cristiana, los textos apocalípticos vienen a fortalecernos en la fe y a sostenernos en la esperanza. Por muy desalentadores y peligrosos que sean los pronósticos vienen a asegurarnos que Dios camina con su pueblo e irá conduciendo la historia hacia su plenitud, que la historia tiene sentido porque está en manos de Dios y que el mal no tiene la última palabra en la historia de la humanidad.

Apocalipsis significa “revelación”, “quitar el velo”, “desvelar”. Por lo tanto, no es un sinónimo de “final catastrófico” sino de una revelación que da el verdadero sentido de la historia.

Uno de los temas que aparece en esta literatura apocalíptica es el fin del mundo. El entonces Cardenal Ratzinger explicaba que cuando en la Biblia “se habla del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo llegará a un final querido y realizado por Dios” (Introducción al Cristianismo, 264).

Aparece en esta literatura el símbolo de las convulsiones cósmicas donde el sol, la luna, las estrellas y la naturaleza en su conjunto cambian de modo extraordinario. La coincidencia de estos fenómenos con la venida de Jesucristo quiere significar que ante su presencia el cosmos entero se conmueve, se convulsiona la creación entera ante el poder de su creador.

Los textos bíblicos quieren resaltar quién es el que viene y no dar un informe de meteorología o una predicción de astrofísica. Los textos sobre el fin del mundo expresan, por tanto, su finalidad por lo que no revelan el futuro.

¡El apocalipsis ha llegado! Gracias a Dios, porque como lo hemos sostenido viene a mantenernos en la fe e infundirnos esperanza en la presencia de Dios en estos tiempos de desánimo y desolación, donde se puede perder la fe. Ha llegado para convencernos que ningún sufrimiento es infructuoso y que por muy graves y peligrosos que sean los pronósticos Dios está conduciendo la historia hacia su plenitud en la vida eterna.

Nos sobrecogen ciertamente muchos acontecimientos en el mundo y en nuestro país. Nos parte el corazón la pobreza, la violencia, la inseguridad y la promoción de la ideología de muerte que hasta nuestras autoridades enarbolan con la justificación del estado laico. Pensando en los niños, en los jóvenes y en las futuras generaciones es triste y desalentador constatar que la carta de presentación del nuevo gobierno sea el aborto, el populismo y la legalización de la marihuana.

Frente a este panorama que causa preocupación, desolación y tribulación el apocalipsis viene a correr el velo y deja que se asome con mayor claridad la revelación de Dios que ilumina, conforta y fortalece. Mientras aguardamos esta revelación nos toca decir al mundo atribulado las palabras de San Pablo:

“Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,18-23).

Con el inicio de un nuevo año litúrgico se proclaman textos apocalípticos. Sucede que la proclamación de estos textos coincide, providencialmente, con acontecimientos preocupantes y sumamente inquietantes, como los que vivimos en estos tiempos a nivel nacional e internacional, lo cual inconscientemente puede generar temor, incertidumbre y desesperanza.

La gente regularmente se eclipsa con estos textos apocalípticos que son tomados simple y fanáticamente como anuncios del fin del mundo o como mensajes que ocultan códigos secretos que hay que descifrar. De nosotros depende no rebajar ni tergiversar ni adulterar textos que se escribieron no para esconder secretos ni para infundir miedo sino para generar esperanza.

De entrada para alguien que ya ha fijado su postura respecto de estos textos puede resultar desconcertante saber que su finalidad consiste en generar esperanza y asegurar la gracia de Dios para los tiempos de tribulación. Como lo han hecho algunos grupos religiosos, es muy fácil desconocer la naturaleza de estos textos y utilizarlos sin escrúpulos para meter miedo y anunciar calamidades.

Delante de la tribulación y de las crisis que llegan a tener un poderoso impacto en nuestra vida cristiana, los textos apocalípticos vienen a fortalecernos en la fe y a sostenernos en la esperanza. Por muy desalentadores y peligrosos que sean los pronósticos vienen a asegurarnos que Dios camina con su pueblo e irá conduciendo la historia hacia su plenitud, que la historia tiene sentido porque está en manos de Dios y que el mal no tiene la última palabra en la historia de la humanidad.

Apocalipsis significa “revelación”, “quitar el velo”, “desvelar”. Por lo tanto, no es un sinónimo de “final catastrófico” sino de una revelación que da el verdadero sentido de la historia.

Uno de los temas que aparece en esta literatura apocalíptica es el fin del mundo. El entonces Cardenal Ratzinger explicaba que cuando en la Biblia “se habla del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo llegará a un final querido y realizado por Dios” (Introducción al Cristianismo, 264).

Aparece en esta literatura el símbolo de las convulsiones cósmicas donde el sol, la luna, las estrellas y la naturaleza en su conjunto cambian de modo extraordinario. La coincidencia de estos fenómenos con la venida de Jesucristo quiere significar que ante su presencia el cosmos entero se conmueve, se convulsiona la creación entera ante el poder de su creador.

Los textos bíblicos quieren resaltar quién es el que viene y no dar un informe de meteorología o una predicción de astrofísica. Los textos sobre el fin del mundo expresan, por tanto, su finalidad por lo que no revelan el futuro.

¡El apocalipsis ha llegado! Gracias a Dios, porque como lo hemos sostenido viene a mantenernos en la fe e infundirnos esperanza en la presencia de Dios en estos tiempos de desánimo y desolación, donde se puede perder la fe. Ha llegado para convencernos que ningún sufrimiento es infructuoso y que por muy graves y peligrosos que sean los pronósticos Dios está conduciendo la historia hacia su plenitud en la vida eterna.

Nos sobrecogen ciertamente muchos acontecimientos en el mundo y en nuestro país. Nos parte el corazón la pobreza, la violencia, la inseguridad y la promoción de la ideología de muerte que hasta nuestras autoridades enarbolan con la justificación del estado laico. Pensando en los niños, en los jóvenes y en las futuras generaciones es triste y desalentador constatar que la carta de presentación del nuevo gobierno sea el aborto, el populismo y la legalización de la marihuana.

Frente a este panorama que causa preocupación, desolación y tribulación el apocalipsis viene a correr el velo y deja que se asome con mayor claridad la revelación de Dios que ilumina, conforta y fortalece. Mientras aguardamos esta revelación nos toca decir al mundo atribulado las palabras de San Pablo:

“Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,18-23).