/ viernes 23 de octubre de 2020

El centenario de la llegada

Exactamente en este día -24 de octubre-, celebramos la festividad de san Rafael Guízar Valencia, que en este año se enmarca dentro del júbilo por los cien años de la llegada de quien fuera el quinto obispo de Veracruz, en aquel enero de 1920.

Todo su ministerio estuvo marcado por la presencia de Dios, él tuvo la oportunidad de asociar sus persecuciones y sufrimientos a la pasión de Jesús. Su recuerdo entre nosotros sigue vibrando de tal manera que, su testimonio es una motivación muy grande por la forma tan clara en la que él ha vivido sus convicciones.

Tal como una vez lo dijo el maestro de maestros, que había venido al mundo a encender un fuego, Rafael Guízar se supo heredero de esa consigna, pues desde su llegada causó revuelo por la forma tan espontanea en la que él se quiso encarnar en los sufrimientos de su pueblo, de sus fieles, de sus hijos. Tal parece que el terremoto letal que sacudió gran parte del estado la noche del 3 de enero de 1920, lejos de desanimarlo y llevarlo a la frustración por la forma en la que iniciaría su ministerio, lo animó para encausarlo con los bríos de un pastor indomable, que cruzó el territorio que le fue confiado con tal de acercarse al sufrimiento de sus hijos y mostrar el amor de un padre solícito y compasivo que no deja de acercarse sobre todo cuando éstos más sufren.

Monseñor Rafael Guízar fue asistido por Dios con la creatividad que es signo de la acción del Espíritu, pues en los pueblos y comunidades en los que con frecuencia se encontraba misionando, de muchas maneras trataba de prendar y encantar a niños, jóvenes y adultos con tal de que en sus corazones abrigaran el deseo honesto de conocer su fe para amarla tanto como él la amó.

¡Un pastor valiente!, el coraje también es un don que viene de lo alto, sobre todo cuando las propias convicciones están honestamente fincadas, así, sin temor ni empacho, llevó su seminario de un lado para otro, con tal de proteger a sus seminaristas y permitirles formarse en las mejores condiciones posibles. Esa valentía fue la que le hizo dar la cara decidido, con el ímpetu profético a sus persecutores, hasta, como Jesús, plantárseles de frente, poniendo en sus manos la vida, seguro que la vida viene de lo alto.

El testimonio palpitante de un santo que estuvo entre nosotros, y aquí se quiso quedar, nos sigue animando para encender el mundo con el fuego que viene de lo alto. Celebrarlo es ya, una denuncia que nos sacude de nuestros letargos.

Exactamente en este día -24 de octubre-, celebramos la festividad de san Rafael Guízar Valencia, que en este año se enmarca dentro del júbilo por los cien años de la llegada de quien fuera el quinto obispo de Veracruz, en aquel enero de 1920.

Todo su ministerio estuvo marcado por la presencia de Dios, él tuvo la oportunidad de asociar sus persecuciones y sufrimientos a la pasión de Jesús. Su recuerdo entre nosotros sigue vibrando de tal manera que, su testimonio es una motivación muy grande por la forma tan clara en la que él ha vivido sus convicciones.

Tal como una vez lo dijo el maestro de maestros, que había venido al mundo a encender un fuego, Rafael Guízar se supo heredero de esa consigna, pues desde su llegada causó revuelo por la forma tan espontanea en la que él se quiso encarnar en los sufrimientos de su pueblo, de sus fieles, de sus hijos. Tal parece que el terremoto letal que sacudió gran parte del estado la noche del 3 de enero de 1920, lejos de desanimarlo y llevarlo a la frustración por la forma en la que iniciaría su ministerio, lo animó para encausarlo con los bríos de un pastor indomable, que cruzó el territorio que le fue confiado con tal de acercarse al sufrimiento de sus hijos y mostrar el amor de un padre solícito y compasivo que no deja de acercarse sobre todo cuando éstos más sufren.

Monseñor Rafael Guízar fue asistido por Dios con la creatividad que es signo de la acción del Espíritu, pues en los pueblos y comunidades en los que con frecuencia se encontraba misionando, de muchas maneras trataba de prendar y encantar a niños, jóvenes y adultos con tal de que en sus corazones abrigaran el deseo honesto de conocer su fe para amarla tanto como él la amó.

¡Un pastor valiente!, el coraje también es un don que viene de lo alto, sobre todo cuando las propias convicciones están honestamente fincadas, así, sin temor ni empacho, llevó su seminario de un lado para otro, con tal de proteger a sus seminaristas y permitirles formarse en las mejores condiciones posibles. Esa valentía fue la que le hizo dar la cara decidido, con el ímpetu profético a sus persecutores, hasta, como Jesús, plantárseles de frente, poniendo en sus manos la vida, seguro que la vida viene de lo alto.

El testimonio palpitante de un santo que estuvo entre nosotros, y aquí se quiso quedar, nos sigue animando para encender el mundo con el fuego que viene de lo alto. Celebrarlo es ya, una denuncia que nos sacude de nuestros letargos.