/ lunes 21 de mayo de 2018

El debate de los adjetivos

Los seguidores de Ricardo Anaya esperaban que AMLO perdiera, no fue así; los del tabasqueño deseaban que su candidato respondiera con argumentos sólidos, no fue así; los “pro Meade” soñaron que su “gallo” resultaría un genio, pero no le alcanzó; los admiradores de Jaime Rodríguez querían escuchar utopías de su Bronco, y el de Nuevo León les dio gusto al por mayor.

Soy de los que cree que López Obrador ganó sin ganar, pues el de Morena logró brincar un obstáculo más sin que alguno de sus adversarios lo hiriera de muerte. Mientras AMLO tenga la capacidad de sostener una ventaja arriba de los 8 puntos porcentuales, como la mayoría de las encuestas lo reflejan, podrá seguir cobijado en su eterna cantaleta de “la mafia del poder”.

El saldo después del segundo debate fue bueno para AMLO porque no lograron noquearlo, y Anaya necesita hacerlo si es que aspira a reducir la ventaja a menos de 5 puntos antes del último encuentro, allá en Mérida. Mientras el de Morena siga sorteando los rounds arriba del cuadrilátero, estará cada vez más cerca de cumplir aquella máxima de “la tercera es la vencida”.

En el encuentro de Tijuana, tanto Meade como Anaya desperdiciaron tiempo atacándose. Ya es notorio el problema personal que tienen, mismo que a su vez les impide dirigir totalmente su artillería al puntero en las encuestas.

Pensé que López Obrador no respondería ataques o permanecería como en el anterior debate: pasivo y hasta “lampareado” ante los golpes de Ricardo Anaya. No fue así, le enfrentó e incluso lo tildó de “cínico y farsante”, mientras lo mirada retadoramente. El AMLO del segundo debate, con sus bromas y ocurrencias, logró brincar el “Tijuana-Gate”.

No olvidemos que cada quien entra al debate sabiendo su lugar en las encuestas. Si Anaya fuera el puntero no buscaría exhibir a como dé lugar las limitantes de AMLO, por el contrario, adoptaría una actitud más expectante, administrando su ventaja. Recordemos al López Obrador que compitió con Peña Nieto, muy distinto al actual, pues en ese entonces estaba obligado a remontar, como intenta ahora el candidato del Frente.

Perder o ganar un debate no significa perder o ganar una elección; de hecho, suele ser muy difícil que posterior a un ejercicio como éstos se pierda una posición en las encuestas, tendría que “ventilarse” ahí, en cadena nacional y en vivo, un escándalo prácticamente de proporciones mayúsculas. El buen resultado de un debate debe acompañarse de una gran estrategia pos-debate.

En Tijuana, frente a un público participante en el foro, el tono de las descalificaciones entre candidatos se agudizó; predominaron los ataques y señalamientos directos. Fue el debate de los adjetivos calificativos. Veremos qué predomina en el último capítulo de la serie, el choque final en Mérida.

alejandroaguirre77@gmail.com


Los seguidores de Ricardo Anaya esperaban que AMLO perdiera, no fue así; los del tabasqueño deseaban que su candidato respondiera con argumentos sólidos, no fue así; los “pro Meade” soñaron que su “gallo” resultaría un genio, pero no le alcanzó; los admiradores de Jaime Rodríguez querían escuchar utopías de su Bronco, y el de Nuevo León les dio gusto al por mayor.

Soy de los que cree que López Obrador ganó sin ganar, pues el de Morena logró brincar un obstáculo más sin que alguno de sus adversarios lo hiriera de muerte. Mientras AMLO tenga la capacidad de sostener una ventaja arriba de los 8 puntos porcentuales, como la mayoría de las encuestas lo reflejan, podrá seguir cobijado en su eterna cantaleta de “la mafia del poder”.

El saldo después del segundo debate fue bueno para AMLO porque no lograron noquearlo, y Anaya necesita hacerlo si es que aspira a reducir la ventaja a menos de 5 puntos antes del último encuentro, allá en Mérida. Mientras el de Morena siga sorteando los rounds arriba del cuadrilátero, estará cada vez más cerca de cumplir aquella máxima de “la tercera es la vencida”.

En el encuentro de Tijuana, tanto Meade como Anaya desperdiciaron tiempo atacándose. Ya es notorio el problema personal que tienen, mismo que a su vez les impide dirigir totalmente su artillería al puntero en las encuestas.

Pensé que López Obrador no respondería ataques o permanecería como en el anterior debate: pasivo y hasta “lampareado” ante los golpes de Ricardo Anaya. No fue así, le enfrentó e incluso lo tildó de “cínico y farsante”, mientras lo mirada retadoramente. El AMLO del segundo debate, con sus bromas y ocurrencias, logró brincar el “Tijuana-Gate”.

No olvidemos que cada quien entra al debate sabiendo su lugar en las encuestas. Si Anaya fuera el puntero no buscaría exhibir a como dé lugar las limitantes de AMLO, por el contrario, adoptaría una actitud más expectante, administrando su ventaja. Recordemos al López Obrador que compitió con Peña Nieto, muy distinto al actual, pues en ese entonces estaba obligado a remontar, como intenta ahora el candidato del Frente.

Perder o ganar un debate no significa perder o ganar una elección; de hecho, suele ser muy difícil que posterior a un ejercicio como éstos se pierda una posición en las encuestas, tendría que “ventilarse” ahí, en cadena nacional y en vivo, un escándalo prácticamente de proporciones mayúsculas. El buen resultado de un debate debe acompañarse de una gran estrategia pos-debate.

En Tijuana, frente a un público participante en el foro, el tono de las descalificaciones entre candidatos se agudizó; predominaron los ataques y señalamientos directos. Fue el debate de los adjetivos calificativos. Veremos qué predomina en el último capítulo de la serie, el choque final en Mérida.

alejandroaguirre77@gmail.com