/ viernes 4 de enero de 2019

El Día de Reyes

La celebración tan arraigada entre nosotros de la epifanía, es decir, de la manifestación de Dios a todas las gentes, mejor conocida como del Día de Reyes, es la ocasión que nos permite reflexionar profundamente sobre la sensibilidad a lo divino de los eruditos.

Los magos del Oriente representan a todos los sabios que llegan al conocimiento de Dios por el camino de la ciencia, ellos son el prototipo de los intelectuales, que, venidos de los confines del mundo adoran a Dios en la fragilidad de un niño recostado en el pesebre. La ciencia es uno de los caminos seguros que nos llevan a la contemplación de lo divino. Pero no en una contemplación efímera y superficial, sino en el reconocimiento de la divinidad en todas sus facetas. Eso es lo que dejan al descubierto los dones ofrecidos: oro, incienso y mirra.

Estos sabios no sólo reconocen la divinidad sin más, lo que no es poca cosa, sino que sus ofrendas son una verdadera profesión de fe, así pues, por reconocer en la fragilidad del infante a Dios se le ofrece incienso: el perfume que llega hasta las nubes y se dedica a Dios, él esconde un carácter sagrado. Pero no sólo se reconoce que es Dios, sino que en este niño se reconoce la vulnerable fragilidad de un hombre que va a morir, por esta razón se le ofrece mirra: perfume con el que el cuerpo podrá ser embalsamado, esto al morir el verdadero hombre que también es el verdadero Dios. También se reconoce en él un rey, por esta razón se le ofrece el oro; digno de un soberano. Ésa es la fuente histórica que descansa en el fondo de la celebración del Día de Reyes.

Estos caminantes del Oriente ofrecen un testimonio al que no se puede voltear la mirada, con su gesta no dejan de aguijonear nuestras formas y estilos, y no dejan de encarar la fragilidad del modo tan reducido en que hacemos recuerdo de este hecho.

Celebrar el Día de Reyes es la invitación a no cansarse de caminar, a emprender un camino por un encuentro que valga la pena, por un encuentro con lo verdaderamente humano que esconde en sí lo verdaderamente divino, un encuentro ante el que se reconoce la propia pobreza y no resta más que ofrecer lo poco que se tiene.

El Día de Reyes es la ocasión para despertar en todas las sociedades el deseo de ver más allá de lo superficial, de emprender un camino y de regresar a la propia vida con el conocimiento de un Dios que no deja de sorprender, que no deja de poner en marcha.

La celebración tan arraigada entre nosotros de la epifanía, es decir, de la manifestación de Dios a todas las gentes, mejor conocida como del Día de Reyes, es la ocasión que nos permite reflexionar profundamente sobre la sensibilidad a lo divino de los eruditos.

Los magos del Oriente representan a todos los sabios que llegan al conocimiento de Dios por el camino de la ciencia, ellos son el prototipo de los intelectuales, que, venidos de los confines del mundo adoran a Dios en la fragilidad de un niño recostado en el pesebre. La ciencia es uno de los caminos seguros que nos llevan a la contemplación de lo divino. Pero no en una contemplación efímera y superficial, sino en el reconocimiento de la divinidad en todas sus facetas. Eso es lo que dejan al descubierto los dones ofrecidos: oro, incienso y mirra.

Estos sabios no sólo reconocen la divinidad sin más, lo que no es poca cosa, sino que sus ofrendas son una verdadera profesión de fe, así pues, por reconocer en la fragilidad del infante a Dios se le ofrece incienso: el perfume que llega hasta las nubes y se dedica a Dios, él esconde un carácter sagrado. Pero no sólo se reconoce que es Dios, sino que en este niño se reconoce la vulnerable fragilidad de un hombre que va a morir, por esta razón se le ofrece mirra: perfume con el que el cuerpo podrá ser embalsamado, esto al morir el verdadero hombre que también es el verdadero Dios. También se reconoce en él un rey, por esta razón se le ofrece el oro; digno de un soberano. Ésa es la fuente histórica que descansa en el fondo de la celebración del Día de Reyes.

Estos caminantes del Oriente ofrecen un testimonio al que no se puede voltear la mirada, con su gesta no dejan de aguijonear nuestras formas y estilos, y no dejan de encarar la fragilidad del modo tan reducido en que hacemos recuerdo de este hecho.

Celebrar el Día de Reyes es la invitación a no cansarse de caminar, a emprender un camino por un encuentro que valga la pena, por un encuentro con lo verdaderamente humano que esconde en sí lo verdaderamente divino, un encuentro ante el que se reconoce la propia pobreza y no resta más que ofrecer lo poco que se tiene.

El Día de Reyes es la ocasión para despertar en todas las sociedades el deseo de ver más allá de lo superficial, de emprender un camino y de regresar a la propia vida con el conocimiento de un Dios que no deja de sorprender, que no deja de poner en marcha.