/ viernes 5 de febrero de 2021

El enigma del dolor

Recientemente nos hemos visto introducidos en una serie de escenarios catastróficos, punzantes, lastimosos y lastimeros. Escenarios límite que nos llevan a una verdadera periferia de la existencia humana.

Todos los mitos antiguos y las grandes obras de la Grecia clásica, tratan de dar respuesta al complejo misterio del mal, del dolor, del sufrimiento. El hombre es un enigma tremendo. Es un misterio que sólo se entiende un poco con la mirada puesta en lo alto; en perspectiva de trascendencia.

La experiencia, la historia, la literatura, el arte, la religión…, todos a una, parecen informarnos que el sufrimiento es profundamente humano, y es que se puede decir que el hombre sufre cuando experimenta cualquier mal. En realidad, nuestra existencia es tremendamente vulnerable. La muerte, el dolor, en general el sufrimiento cuando se nos plantan sin maquillaje, nos permiten comprender la grandeza de la vida.

Dios se acerca al sufrimiento a lo largo de toda la historia. Haciendo de ella un escenario de sanidad. Dios que escucha el clamor de su pueblo y baja a liberarlo. Que viene en auxilio del pobre, del huérfano, de la viuda; que acompaña y nunca deja a nadie a su suerte. Jesús, la Palabra definitiva del Padre, enfatiza que, los pobres, los mansos, los que lloran, aquellos a quienes se ha tratado con injusticia, los perseguidos, todos los descartados y más vulnerables ¡son felices! Pero, si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué no destierra el sufrimiento?, por qué no acaba con él de un chasquido. Todos hacemos nuestro el reproche de Marta: “Señor, si hubieras estado aquí esto no nos habría sucedido”, cuánto nos cuesta comprender que Dios es el Señor de la vida y de la historia.

En el proyecto inicial el sufrimiento no tenía cabida, todo era abundancia y felicidad en un maravilloso paraíso que cultivó para la entera realización humana. Dios nunca abandona a nadie a su suerte.

El sufrimiento tiene un sentido profundamente humano, recibe una nueva connotación puesto que viene a ser participación en todo el dolor que sufre el mundo en nuestros días. Nos llama a ser la comunidad de la compasión y la misericordia, con la compasión que brota de nuestros propios dolores. Somos, en definitiva, la comunidad que, desde las propias heridas y sufrimientos, proclamamos la liberación, sacando de nuestras heridas una fuente de curación.

Recientemente nos hemos visto introducidos en una serie de escenarios catastróficos, punzantes, lastimosos y lastimeros. Escenarios límite que nos llevan a una verdadera periferia de la existencia humana.

Todos los mitos antiguos y las grandes obras de la Grecia clásica, tratan de dar respuesta al complejo misterio del mal, del dolor, del sufrimiento. El hombre es un enigma tremendo. Es un misterio que sólo se entiende un poco con la mirada puesta en lo alto; en perspectiva de trascendencia.

La experiencia, la historia, la literatura, el arte, la religión…, todos a una, parecen informarnos que el sufrimiento es profundamente humano, y es que se puede decir que el hombre sufre cuando experimenta cualquier mal. En realidad, nuestra existencia es tremendamente vulnerable. La muerte, el dolor, en general el sufrimiento cuando se nos plantan sin maquillaje, nos permiten comprender la grandeza de la vida.

Dios se acerca al sufrimiento a lo largo de toda la historia. Haciendo de ella un escenario de sanidad. Dios que escucha el clamor de su pueblo y baja a liberarlo. Que viene en auxilio del pobre, del huérfano, de la viuda; que acompaña y nunca deja a nadie a su suerte. Jesús, la Palabra definitiva del Padre, enfatiza que, los pobres, los mansos, los que lloran, aquellos a quienes se ha tratado con injusticia, los perseguidos, todos los descartados y más vulnerables ¡son felices! Pero, si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué no destierra el sufrimiento?, por qué no acaba con él de un chasquido. Todos hacemos nuestro el reproche de Marta: “Señor, si hubieras estado aquí esto no nos habría sucedido”, cuánto nos cuesta comprender que Dios es el Señor de la vida y de la historia.

En el proyecto inicial el sufrimiento no tenía cabida, todo era abundancia y felicidad en un maravilloso paraíso que cultivó para la entera realización humana. Dios nunca abandona a nadie a su suerte.

El sufrimiento tiene un sentido profundamente humano, recibe una nueva connotación puesto que viene a ser participación en todo el dolor que sufre el mundo en nuestros días. Nos llama a ser la comunidad de la compasión y la misericordia, con la compasión que brota de nuestros propios dolores. Somos, en definitiva, la comunidad que, desde las propias heridas y sufrimientos, proclamamos la liberación, sacando de nuestras heridas una fuente de curación.