/ sábado 27 de noviembre de 2021

El otro sentido

Los filósofos se han topado con el tema de la muerte; ha sido este -como muchos de los enigmas que ellos observaron y estudiaron-, uno de los que más dolores de cabeza les ha traído.

Por un lado, están los que opinan que no hay que tenerle ningún temor a la muerte porque cuando nosotros estamos ella no se atreve a venir y, cuando ella viene, por fortuna, nosotros ya no estamos. Otros, incluso, sugieren que comenzamos a morir el día en el que comenzamos a vivir, por eso, la vida solamente consiste en caminar hacia la muerte a toda prisa y sin poder librarnos de este destino que nos espera. En cambio, algunos otros consideran que el absurdo de la vida es la muerte, la vida carece de todo sentido que la muerte es la más grande expresión del absurdo y sin sentido que la vida implica. Así de variadas son las opiniones de los filósofos que, respecto de este tema se contrapuntean.

Jesucristo, por el contrario, se sale absolutamente de la comprensión de todos los pensadores, en nada se parece su postura a la de Gorgias, ni a la de Platón, tampoco a los existencialistas y su absurdo. Él resulta muy novedoso en su postura, más llena de esperanza y frescura. En todo momento Él aparece como Señor de la vida, esperanzado y esperanzador. Incluso cuando sus verdugos creen salirse con la suya en el momento que le están dando muerte, Él se duerme lleno de alegría y satisfacción en las manos amorosas de su Padre que tanto lo ama, el Padre de la vida, para quien todos sus hijos están vivos.

La muerte es el final de la vida terrena, y es que, nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el tiempo nosotros nacemos, crecemos, nos reproducimos, en el tiempo envejecemos. También en el tiempo gozamos, soñamos, anhelamos, esperamos, nos realizamos. La muerte nos hace comprender que tenemos un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida (cfr. CatIC 1007). Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. Gracias al bautismo hemos muerto con Cristo para vivir, incorporados a Él, una vida nueva (cfr. CatIC 1010).

Para los creyentes la vida no se termina, se transforma, así, una vez que se disuelve la morada terrenal se abren las puertas de la mansión del cielo. Cristo ha enseñado a mirar las cosas desde otra dimensión, desde una mirada de confianza en la misericordia de un Padre que ama profundamente y, en cada momento de la vida impulsa en el anhelo de llegar a su presencia gloriosa. Esta es una mirada distinta.

Los filósofos se han topado con el tema de la muerte; ha sido este -como muchos de los enigmas que ellos observaron y estudiaron-, uno de los que más dolores de cabeza les ha traído.

Por un lado, están los que opinan que no hay que tenerle ningún temor a la muerte porque cuando nosotros estamos ella no se atreve a venir y, cuando ella viene, por fortuna, nosotros ya no estamos. Otros, incluso, sugieren que comenzamos a morir el día en el que comenzamos a vivir, por eso, la vida solamente consiste en caminar hacia la muerte a toda prisa y sin poder librarnos de este destino que nos espera. En cambio, algunos otros consideran que el absurdo de la vida es la muerte, la vida carece de todo sentido que la muerte es la más grande expresión del absurdo y sin sentido que la vida implica. Así de variadas son las opiniones de los filósofos que, respecto de este tema se contrapuntean.

Jesucristo, por el contrario, se sale absolutamente de la comprensión de todos los pensadores, en nada se parece su postura a la de Gorgias, ni a la de Platón, tampoco a los existencialistas y su absurdo. Él resulta muy novedoso en su postura, más llena de esperanza y frescura. En todo momento Él aparece como Señor de la vida, esperanzado y esperanzador. Incluso cuando sus verdugos creen salirse con la suya en el momento que le están dando muerte, Él se duerme lleno de alegría y satisfacción en las manos amorosas de su Padre que tanto lo ama, el Padre de la vida, para quien todos sus hijos están vivos.

La muerte es el final de la vida terrena, y es que, nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el tiempo nosotros nacemos, crecemos, nos reproducimos, en el tiempo envejecemos. También en el tiempo gozamos, soñamos, anhelamos, esperamos, nos realizamos. La muerte nos hace comprender que tenemos un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida (cfr. CatIC 1007). Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. Gracias al bautismo hemos muerto con Cristo para vivir, incorporados a Él, una vida nueva (cfr. CatIC 1010).

Para los creyentes la vida no se termina, se transforma, así, una vez que se disuelve la morada terrenal se abren las puertas de la mansión del cielo. Cristo ha enseñado a mirar las cosas desde otra dimensión, desde una mirada de confianza en la misericordia de un Padre que ama profundamente y, en cada momento de la vida impulsa en el anhelo de llegar a su presencia gloriosa. Esta es una mirada distinta.