/ domingo 26 de julio de 2020

El Reino y sus parábolas

En este día, 26 de julio de 2020, celebramos el domingo 17 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (13, 44-52) el cual presenta las parábolas del tesoro y la perla, de la red de los pescadores y la conclusión del discurso parabólico.

El tesoro y la perla. El texto inicia: “Jesús dijo a sus discípulos: ‘El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”. Son dos parábolas propias de Mateo que manifiestan el misterio del Reino de Dios y resaltan el descubrimiento de algo tan valioso que provoca una reacción inmediata de los protagonistas. Descubrir el Reino de los cielos en todo su valor exige tomar una postura decidida, pues ningún precio resulta demasiado alto para obtenerlo. Ambas parábolas pueden situarse en el contexto de la invitación de Jesús a dejarlo todo y seguirlo, ya que el Reino de los cielos es la principal motivación para renunciar a todo lo que se consideraba de gran valor. Un texto del Eclesiástico (6, 14-15) sobre la amistad resulta muy iluminador: “Un amigo fiel es apoyo seguro, el que lo encuentra, descubre un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, es incalculable su valor”. Igualmente, las palabras de San Pablo (Flp 2, 7-8): “Lo que antes consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él”.

El Reino y la red. El relato evangélico continúa: “También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”. Esta parábola se parece a la del trigo y la cizaña que crecen juntos. Jesús invita a distinguir y separar lo bueno de lo malo, lo que lleva a la vida de lo que conduce a la muerte. Dios es el juez de vivos y muertos y el juicio se lo ha confiado a su Hijo Jesús, quien lo ejecutará al final de los tiempos. Este juicio se ejercerá ante todo en función del amor al prójimo y la acogida de la Palabra evangélica; en caso de no aprobación, la misma palabra juicio adquiere el significado de condenación.

Lo nuevo y lo antiguo. La narración evangélica concluye: “¿Han entendido todo esto? Ellos le contestaron: ‘Sí’. Entonces él les dijo: ‘Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”. Este diálogo de Jesús con sus seguidores al final de las parábolas presenta el modelo ideal del discípulo, capaz de entender los misterios del Reino, de enseñar lo antiguo y lo nuevo. La conclusión del discurso de las parábolas presenta a los escribas cristianos como personas instruidas en las cosas del Reino de Dios. Son como padres de familia que van sacando de ese tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. Son conocedores del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo centro es la persona y la enseñanza del Mesías, del Hijo de Dios vivo, de la Palabra hecha carne. Para todos los cristianos es necesario entender los nuevos tiempos y costumbres sin perder la gran riqueza de la Tradición, sin polarizar lo nuevo y lo antiguo.

En este día, 26 de julio de 2020, celebramos el domingo 17 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (13, 44-52) el cual presenta las parábolas del tesoro y la perla, de la red de los pescadores y la conclusión del discurso parabólico.

El tesoro y la perla. El texto inicia: “Jesús dijo a sus discípulos: ‘El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”. Son dos parábolas propias de Mateo que manifiestan el misterio del Reino de Dios y resaltan el descubrimiento de algo tan valioso que provoca una reacción inmediata de los protagonistas. Descubrir el Reino de los cielos en todo su valor exige tomar una postura decidida, pues ningún precio resulta demasiado alto para obtenerlo. Ambas parábolas pueden situarse en el contexto de la invitación de Jesús a dejarlo todo y seguirlo, ya que el Reino de los cielos es la principal motivación para renunciar a todo lo que se consideraba de gran valor. Un texto del Eclesiástico (6, 14-15) sobre la amistad resulta muy iluminador: “Un amigo fiel es apoyo seguro, el que lo encuentra, descubre un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, es incalculable su valor”. Igualmente, las palabras de San Pablo (Flp 2, 7-8): “Lo que antes consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él”.

El Reino y la red. El relato evangélico continúa: “También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”. Esta parábola se parece a la del trigo y la cizaña que crecen juntos. Jesús invita a distinguir y separar lo bueno de lo malo, lo que lleva a la vida de lo que conduce a la muerte. Dios es el juez de vivos y muertos y el juicio se lo ha confiado a su Hijo Jesús, quien lo ejecutará al final de los tiempos. Este juicio se ejercerá ante todo en función del amor al prójimo y la acogida de la Palabra evangélica; en caso de no aprobación, la misma palabra juicio adquiere el significado de condenación.

Lo nuevo y lo antiguo. La narración evangélica concluye: “¿Han entendido todo esto? Ellos le contestaron: ‘Sí’. Entonces él les dijo: ‘Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”. Este diálogo de Jesús con sus seguidores al final de las parábolas presenta el modelo ideal del discípulo, capaz de entender los misterios del Reino, de enseñar lo antiguo y lo nuevo. La conclusión del discurso de las parábolas presenta a los escribas cristianos como personas instruidas en las cosas del Reino de Dios. Son como padres de familia que van sacando de ese tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. Son conocedores del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo centro es la persona y la enseñanza del Mesías, del Hijo de Dios vivo, de la Palabra hecha carne. Para todos los cristianos es necesario entender los nuevos tiempos y costumbres sin perder la gran riqueza de la Tradición, sin polarizar lo nuevo y lo antiguo.