/ domingo 5 de julio de 2020

El revelador manso y humilde

Dios se revela a los sencillos. En este día, 5 de julio de 2020, celebramos el domingo 14 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (11, 25-30): “Jesús exclamó: ‘¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, ¡porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla!’ Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien”.

Jesús, después de múltiples incomprensiones ante su persona y su mensaje del Reino de Dios, percibe la predilección de su Padre Dios por la gente sencilla. Son los pequeños, los humildes e ignorantes, los destinatarios de la revelación del Padre. El fundamento de esta predilección es el amor libre y gratuito de Dios y ningún mérito humano lo condiciona. Los sabios y entendidos son los doctores de la Ley, los escribas y fariseos, que ocupan la cátedra de Moisés y atribuyen la obra de Jesús al poder del príncipe de los demonios. Ellos piensan que no tienen nada que aprender de un hombre tan sencillo y humilde como Jesús. Su soberbia los hace incapaces de recibir las revelaciones del Padre.

Jesús revela a Dios Padre. El texto evangélico prosigue: “El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. La revelación de que Dios es Padre, sobre todo de Jesús y, a través de él, de los creyentes, constituye el centro de la predicación de Jesús. En la paternidad divina se resume la relación de Dios con los hombres. En la filiación divina se resume la relación de los hombres con Dios. Es el mejor resumen del Evangelio fundamentado en la tradición y predicación de los orígenes. Jesús se revela a sí mismo como el revelador del Padre, la plenitud de la revelación que se justifica desde su peculiar relación con el Padre, por su vida de intimidad con él desde toda la eternidad. Los Apóstoles no alcanzaron a conocer plenamente la identidad de Jesús, su filiación divina y su mesianismo durante el tiempo de su ministerio terreno, sino hasta después de su Resurrección y de la efusión del Espíritu Santo.

La mansedumbre y humildad de Jesús. El relato evangélico continúa: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”. La imagen del yugo designa en el judaísmo la Ley de Dios escrita y oral. Para los judíos piadosos la Ley era dulce como la miel y lámpara para los pasos de quienes la meditan día y noche. Tomar el yugo designa también la aceptación y el reconocimiento de la doctrina de un maestro. Al hablar Jesús de su yugo, se refiere a sí mismo y al gozo de seguir sus pasos. En la frase aprendan de mí, Jesús pide a sus seguidores que se dejen instruir por él como discípulos y lo acepten como modelo del seguimiento: “Cristo padeció por nosotros; así dejó un ejemplo para que sus discípulos sigan sus huellas” (1Pe 2, 21-23).

La iglesia ante la pandemia. La Iglesia Católica ha estado muy atenta y comprometida durante estos meses difíciles de confinamiento, provocados por el Covid-19. Los pastores, ministros y diversos grupos eclesiales en su sencillez y pobreza han compartido sus bienes a través de la pastoral Social y de Cáritas. Se ha compartido el Pan de la Palabra de Dios y las celebraciones virtuales de la Eucaristía. Hemos defendido los valores esenciales como la vida desde el seno materno, la familia como célula primaria y esencial para la sociedad y la Iglesia, hemos colaborado en la educación integral de los niños, jóvenes y adultos. Además ahora es el momento de recomenzar prudentemente y de manera presencial las tareas pastorales y las celebraciones litúrgicas, observando las recomendaciones de las autoridades gubernamentales de salud y del sentido común.

Dios se revela a los sencillos. En este día, 5 de julio de 2020, celebramos el domingo 14 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (11, 25-30): “Jesús exclamó: ‘¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, ¡porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla!’ Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien”.

Jesús, después de múltiples incomprensiones ante su persona y su mensaje del Reino de Dios, percibe la predilección de su Padre Dios por la gente sencilla. Son los pequeños, los humildes e ignorantes, los destinatarios de la revelación del Padre. El fundamento de esta predilección es el amor libre y gratuito de Dios y ningún mérito humano lo condiciona. Los sabios y entendidos son los doctores de la Ley, los escribas y fariseos, que ocupan la cátedra de Moisés y atribuyen la obra de Jesús al poder del príncipe de los demonios. Ellos piensan que no tienen nada que aprender de un hombre tan sencillo y humilde como Jesús. Su soberbia los hace incapaces de recibir las revelaciones del Padre.

Jesús revela a Dios Padre. El texto evangélico prosigue: “El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. La revelación de que Dios es Padre, sobre todo de Jesús y, a través de él, de los creyentes, constituye el centro de la predicación de Jesús. En la paternidad divina se resume la relación de Dios con los hombres. En la filiación divina se resume la relación de los hombres con Dios. Es el mejor resumen del Evangelio fundamentado en la tradición y predicación de los orígenes. Jesús se revela a sí mismo como el revelador del Padre, la plenitud de la revelación que se justifica desde su peculiar relación con el Padre, por su vida de intimidad con él desde toda la eternidad. Los Apóstoles no alcanzaron a conocer plenamente la identidad de Jesús, su filiación divina y su mesianismo durante el tiempo de su ministerio terreno, sino hasta después de su Resurrección y de la efusión del Espíritu Santo.

La mansedumbre y humildad de Jesús. El relato evangélico continúa: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”. La imagen del yugo designa en el judaísmo la Ley de Dios escrita y oral. Para los judíos piadosos la Ley era dulce como la miel y lámpara para los pasos de quienes la meditan día y noche. Tomar el yugo designa también la aceptación y el reconocimiento de la doctrina de un maestro. Al hablar Jesús de su yugo, se refiere a sí mismo y al gozo de seguir sus pasos. En la frase aprendan de mí, Jesús pide a sus seguidores que se dejen instruir por él como discípulos y lo acepten como modelo del seguimiento: “Cristo padeció por nosotros; así dejó un ejemplo para que sus discípulos sigan sus huellas” (1Pe 2, 21-23).

La iglesia ante la pandemia. La Iglesia Católica ha estado muy atenta y comprometida durante estos meses difíciles de confinamiento, provocados por el Covid-19. Los pastores, ministros y diversos grupos eclesiales en su sencillez y pobreza han compartido sus bienes a través de la pastoral Social y de Cáritas. Se ha compartido el Pan de la Palabra de Dios y las celebraciones virtuales de la Eucaristía. Hemos defendido los valores esenciales como la vida desde el seno materno, la familia como célula primaria y esencial para la sociedad y la Iglesia, hemos colaborado en la educación integral de los niños, jóvenes y adultos. Además ahora es el momento de recomenzar prudentemente y de manera presencial las tareas pastorales y las celebraciones litúrgicas, observando las recomendaciones de las autoridades gubernamentales de salud y del sentido común.