/ domingo 12 de julio de 2020

El sembrador y el terreno

En este día, 12 de julio de 2020, celebramos el domingo 15 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (13, 1-23): “Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla”.

Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: ‘Salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas.

Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”. El lenguaje en parábolas fue la forma de hablar y de enseñar más característica de Jesús. Mediante ellas trataba de impactar a sus oyentes y provocar en ellos una respuesta comprometida. Algunas se conservaron en el seno de las comunidades cristianas.

El terreno. Jesús presenta cuatro tipos de terreno: el de la orilla del camino, el pedregoso con poca tierra, el que está lleno de espinas y maleza y, finalmente, el buen terreno. Después explica que esos terrenos se refieren al corazón humano: superficial, árido y pedregoso, el que es disipado y el que es bueno y disponible ante la Palabra de Dios. Jesús se había dedicado intensamente a sembrar la semilla del Reino de los Cielos, pero los frutos no se dejaban ver.

Muchos de sus esfuerzos parecían caer en el vacío y la sensación de fracaso era inevitable. Sin embargo, el resultado de su trabajo no dependía del sembrador ni de la semilla, sino de la disponibilidad del terreno, que a veces era nula. Lo más llamativo de la parábola es la magnífica cosecha que produce la semilla que cae en tierra buena. También nosotros podemos preguntarnos: ¿A cuál tipo de terreno pertenece nuestro propio corazón para aceptar esa Palabra? El lenguaje de las Parábolas sirve para atraer la atención de todos los oyentes, pero su explicación sólo la hace Jesús para sus discípulos más cercanos. Por eso, debemos pedirle que nos conceda entrar en su intimidad para entenderlas.

Palabra y Corazón. En la Biblia, palabra y realidad están indisolublemente unidas. No hay palabra que no sea una realidad, y no hay una realidad que no implique la palabra. Palabra y acción van siempre unidas. Por eso, hablar es actuar, así es como Dios realiza la creación por medio de su palabra: “Y dijo Dios: que exista la luz. Y la luz existió” (Gn 1, 3). La palabra de Dios realiza lo que anuncia, es viva y eficaz como una espada afilada. Jesús, a diferencia de los profetas, no introduce sus discursos evocando la Palabra de Dios, sino que declara: ‘Pero yo les digo’. Su palabra realiza milagros, perdona los pecados, transmite su poder personal y perpetúa su presencia.

La palabra de Jesús interpela a los oyentes y les exige tomar partido a favor o en contra. La palabra de Jesucristo se convierte posteriormente en el mensaje del Evangelio de la predicación cristiana. La palabra corazón designa la sede de las fuerzas vitales, pero no significa exclusivamente la vida afectiva, sino que señala la fuente de las diversas manifestaciones del hombre interior, es el centro de las opciones decisivas, de la conciencia moral y del encuentro íntimo con Dios. El profeta Jeremías (15, 16) afirma: “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos”! El Apóstol Santiago (1, 22) dice: “Lleven a la práctica la palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos".

En este día, 12 de julio de 2020, celebramos el domingo 15 del tiempo ordinario, ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (13, 1-23): “Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla”.

Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: ‘Salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas.

Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”. El lenguaje en parábolas fue la forma de hablar y de enseñar más característica de Jesús. Mediante ellas trataba de impactar a sus oyentes y provocar en ellos una respuesta comprometida. Algunas se conservaron en el seno de las comunidades cristianas.

El terreno. Jesús presenta cuatro tipos de terreno: el de la orilla del camino, el pedregoso con poca tierra, el que está lleno de espinas y maleza y, finalmente, el buen terreno. Después explica que esos terrenos se refieren al corazón humano: superficial, árido y pedregoso, el que es disipado y el que es bueno y disponible ante la Palabra de Dios. Jesús se había dedicado intensamente a sembrar la semilla del Reino de los Cielos, pero los frutos no se dejaban ver.

Muchos de sus esfuerzos parecían caer en el vacío y la sensación de fracaso era inevitable. Sin embargo, el resultado de su trabajo no dependía del sembrador ni de la semilla, sino de la disponibilidad del terreno, que a veces era nula. Lo más llamativo de la parábola es la magnífica cosecha que produce la semilla que cae en tierra buena. También nosotros podemos preguntarnos: ¿A cuál tipo de terreno pertenece nuestro propio corazón para aceptar esa Palabra? El lenguaje de las Parábolas sirve para atraer la atención de todos los oyentes, pero su explicación sólo la hace Jesús para sus discípulos más cercanos. Por eso, debemos pedirle que nos conceda entrar en su intimidad para entenderlas.

Palabra y Corazón. En la Biblia, palabra y realidad están indisolublemente unidas. No hay palabra que no sea una realidad, y no hay una realidad que no implique la palabra. Palabra y acción van siempre unidas. Por eso, hablar es actuar, así es como Dios realiza la creación por medio de su palabra: “Y dijo Dios: que exista la luz. Y la luz existió” (Gn 1, 3). La palabra de Dios realiza lo que anuncia, es viva y eficaz como una espada afilada. Jesús, a diferencia de los profetas, no introduce sus discursos evocando la Palabra de Dios, sino que declara: ‘Pero yo les digo’. Su palabra realiza milagros, perdona los pecados, transmite su poder personal y perpetúa su presencia.

La palabra de Jesús interpela a los oyentes y les exige tomar partido a favor o en contra. La palabra de Jesucristo se convierte posteriormente en el mensaje del Evangelio de la predicación cristiana. La palabra corazón designa la sede de las fuerzas vitales, pero no significa exclusivamente la vida afectiva, sino que señala la fuente de las diversas manifestaciones del hombre interior, es el centro de las opciones decisivas, de la conciencia moral y del encuentro íntimo con Dios. El profeta Jeremías (15, 16) afirma: “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos”! El Apóstol Santiago (1, 22) dice: “Lleven a la práctica la palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos".