/ sábado 22 de enero de 2022

El símil del cuerpo

Entre los bautizados se establece un vínculo que los distingue, puesto que da la posibilidad de caminar juntos y no en lo distante.

Este lazo que se establece se llama eclesialidad. Imagen del pueblo que Cristo ha creado para su Padre Dios, el pueblo de la alianza. Lo que significa que por el bautismo se es un pueblo que camina hacia su patria verdadera. O en términos de Pablo, se forma parte de un cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Una bella analogía, profunda a la vez, con la que Pablo expresa eso en lo que consiste ser Iglesia.

Pero, ¿concretamente qué es ser Iglesia? Ser Iglesia es vivir animados por el Espíritu Santo, el cual da la capacidad de andar por la vida con un estilo diferente. El que está animado por el Espíritu de Dios, y el que se deja animar por ese Espíritu, no puede andar por la vida sin esperanza y lleno de cansancio. El Espíritu siempre pone en camino; en la vía de algo mejor. En este sentido, al decir que ser Iglesia implica vivir animados por el Espíritu de Dios quiere decir que los cristianos son los que pasan por el mundo haciendo el bien, esparciendo la fragancia de Cristo. Cristianizando sus realidades.

Ser Iglesia es caminar juntos. Aunque en el pueblo de Dios cada uno tenga un servicio distinto del otro, vamos juntos, al mismo paso, conservando el ritmo, porque a los cristianos no nos interesa quien llegue primero, lo que verdaderamente inquieta es que todos lleguen a donde está Cristo, la cabeza de este cuerpo y el principio fundamental de este pueblo. En este sentido podemos decir que los cristianos no emprenden una carrera al estilo de la superación de unos frente a otros, sino un camino juntos, en el cual cuando uno cae el otro está pronto para levantarlo. Ser Iglesia es soñar que esto puede cambiar, que las estructuras propias de la configuración actual no son definitivas, y por eso la Iglesia es la apuesta por el Reino de los cielos: una nueva forma de vida, más grande, más humana, más generosa. En el Reino de Dios no hay distinción entre los que más pueden y los que menos, entre los ricos y los pobres, entre los buenos y los malos. El Reino de Dios comporta la experiencia más fina de la eclesialidad, puesto que en él se puede soñar con un futuro lleno de esperanza que no es falaz sino real. En el Reino de Dios hay alegría por un pecador que se arrepiente, por un enfermo que cobre la salud, por un pobre que pueda liberarse de las estructuras opresoras.

Entre los bautizados se establece un vínculo que los distingue, puesto que da la posibilidad de caminar juntos y no en lo distante.

Este lazo que se establece se llama eclesialidad. Imagen del pueblo que Cristo ha creado para su Padre Dios, el pueblo de la alianza. Lo que significa que por el bautismo se es un pueblo que camina hacia su patria verdadera. O en términos de Pablo, se forma parte de un cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Una bella analogía, profunda a la vez, con la que Pablo expresa eso en lo que consiste ser Iglesia.

Pero, ¿concretamente qué es ser Iglesia? Ser Iglesia es vivir animados por el Espíritu Santo, el cual da la capacidad de andar por la vida con un estilo diferente. El que está animado por el Espíritu de Dios, y el que se deja animar por ese Espíritu, no puede andar por la vida sin esperanza y lleno de cansancio. El Espíritu siempre pone en camino; en la vía de algo mejor. En este sentido, al decir que ser Iglesia implica vivir animados por el Espíritu de Dios quiere decir que los cristianos son los que pasan por el mundo haciendo el bien, esparciendo la fragancia de Cristo. Cristianizando sus realidades.

Ser Iglesia es caminar juntos. Aunque en el pueblo de Dios cada uno tenga un servicio distinto del otro, vamos juntos, al mismo paso, conservando el ritmo, porque a los cristianos no nos interesa quien llegue primero, lo que verdaderamente inquieta es que todos lleguen a donde está Cristo, la cabeza de este cuerpo y el principio fundamental de este pueblo. En este sentido podemos decir que los cristianos no emprenden una carrera al estilo de la superación de unos frente a otros, sino un camino juntos, en el cual cuando uno cae el otro está pronto para levantarlo. Ser Iglesia es soñar que esto puede cambiar, que las estructuras propias de la configuración actual no son definitivas, y por eso la Iglesia es la apuesta por el Reino de los cielos: una nueva forma de vida, más grande, más humana, más generosa. En el Reino de Dios no hay distinción entre los que más pueden y los que menos, entre los ricos y los pobres, entre los buenos y los malos. El Reino de Dios comporta la experiencia más fina de la eclesialidad, puesto que en él se puede soñar con un futuro lleno de esperanza que no es falaz sino real. En el Reino de Dios hay alegría por un pecador que se arrepiente, por un enfermo que cobre la salud, por un pobre que pueda liberarse de las estructuras opresoras.