/ domingo 22 de abril de 2018

El tinte político de los edificios públicos

Cuando Fidel Herrera Beltrán era gobernador de Veracruz, y aún con Javier Duarte, casi todo se pintaba de rojo. Era el color distintivo en taxis, logotipos oficiales, franjas en algunas obras como puentes y plantas de tratamiento, gorras y chamarras que portaban los funcionarios, y esa obsesión compulsiva marcaba una definición política, el rojo del PRI que muchos cuestionaban, pero al Tío eso lo tenía sin cuidado, y hábil como solía serlo, y es, decía que él no había inventado el matiz de la sangre, o de las flores, el tinte de los corazones o hasta de la Coca Cola. Tenía ciertos límites, eso sí, pues nunca se tocaron los edificios públicos, y qué bueno, habría que imaginarlos pintados de ese tono chillante. En contraparte, cuando hace varios años el PAN comenzó a ganar en Boca del Río y Veracruz, los nuevos funcionarios hicieron desaparecer ese tinte rojizo y cambiaron al color azul las patrullas y hasta los uniformes de Tránsito, igual que los camiones recolectores y los logotipos en su papelería, como marca de que había cambio de partido en el nuevo gobierno. Vaya, hasta los tubos del alumbrado público se comenzaron a pintar con esa gama, al igual que postes de los semáforos que, por regla internacional, deben ser de color amarillo. Ahora, como ocurrió en algún momento en el municipio de la conurbación, en el puerto jarocho triunfó el PAN y comenzó la mutación del colorido, comenzando por la fachada del edificio del teatro Francisco J. Clavijero, una bella construcción artística que data del siglo XVIII que todo el tiempo lucía colores neutros como el topacio, coral o salmón, y comenzó a ser pintado de azul, lo que de plano recibió el rechazo y la crítica de la sociedad porteña porque claramente se advierte que es para tratar de hacer publicidad al partido en el poder en tiempos electorales. Que los funcionarios quieran pintar sus casas de ese color o que vistan ropa en ese tono, está bien, es muy su gusto, pero trasladar su afinidad política a un edificio público no puede ser correcto, por más que el Ayuntamiento responda en una carta --sin mostrar pruebas que lo avalen-- que antes ese construcción ya había tenido este color y que la decisión tomada (de pintarlo de azul) se hizo con autorización del Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, lo cual tampoco ha sido confirmado por el INAH; aunque eso no le quita el tinte político que tiene dicha acción. Ojalá prevalezca la sensatez y se de marcha atrás a esta barbaridad. ¿Qué necesidad hay de hacer algo tan obvio? ¿En qué favorece a los fines políticos pintarlo de azul? No se cree tal supuesto, y en cambio sí genera molestias y cuestionamientos. Veremos que deciden las autoridades municipales y del propio INAH que permite este atentado a un edificio artístico.


SE SALVA EL TIBURÓN, SIN MÉRITOS PROFESIONALES

+++Los alérgicos dirán que nada les gusta a quienes ejercemos la crítica, ni modo. Debe decirse que es una buena noticia la salvación de la franquicia de la primera división nacional del equipo de futbol Tiburones Rojos. Lo es porque hay millones de aficionados a este deporte en el estado, promueve el sano esparcimiento y la convivencia familiar y, acéptese o no, le da publicidad a Veracruz; pero más importante, genera riqueza y empleo, como también pasaba con los equipos de beisbol y basquetbol profesionales que debieron emigrar del puerto, lo cual es muy lamentable. ¿Quiénes se benefician del futbol? Todos: hoteleros, restauranteros, comerciantes, empresas aéreas, de autotransporte foráneo, taxistas, boleros, vendedores ambulantes e infinidad de personas, incluso la hacienda municipal, por más que haya diferendos entre el dueño priista del equipo y el Ayuntamiento panista boqueño. El estadio, además, recibe mantenimiento, parte del acuerdo del comodato firmado con el gobierno del estado; cosa distinta al abandono en que se encuentra el estadio de beisbol donde jugaba el Aguila y el auditorio Benito Juárez, la casa que fuera de los Halcones Rojos. Lo malo es que los escualos lograron quedarse en el balompié profesional por errores de otros, los Lobos de la BUAP que tuvieron una pésima campaña, y no por méritos profesionales, debido a que el equipo viene “arrastrando la cobija” desde hace varios torneos. Consulté con alguien que no sabe de negocios, pero sí de futbol, de lo que hay que cambiar en el equipo para que funcione. “Casi todo”, respondió, “pero principalmente al dueño”. ¿Usted que opina?

opedro2006@gmail.com



Cuando Fidel Herrera Beltrán era gobernador de Veracruz, y aún con Javier Duarte, casi todo se pintaba de rojo. Era el color distintivo en taxis, logotipos oficiales, franjas en algunas obras como puentes y plantas de tratamiento, gorras y chamarras que portaban los funcionarios, y esa obsesión compulsiva marcaba una definición política, el rojo del PRI que muchos cuestionaban, pero al Tío eso lo tenía sin cuidado, y hábil como solía serlo, y es, decía que él no había inventado el matiz de la sangre, o de las flores, el tinte de los corazones o hasta de la Coca Cola. Tenía ciertos límites, eso sí, pues nunca se tocaron los edificios públicos, y qué bueno, habría que imaginarlos pintados de ese tono chillante. En contraparte, cuando hace varios años el PAN comenzó a ganar en Boca del Río y Veracruz, los nuevos funcionarios hicieron desaparecer ese tinte rojizo y cambiaron al color azul las patrullas y hasta los uniformes de Tránsito, igual que los camiones recolectores y los logotipos en su papelería, como marca de que había cambio de partido en el nuevo gobierno. Vaya, hasta los tubos del alumbrado público se comenzaron a pintar con esa gama, al igual que postes de los semáforos que, por regla internacional, deben ser de color amarillo. Ahora, como ocurrió en algún momento en el municipio de la conurbación, en el puerto jarocho triunfó el PAN y comenzó la mutación del colorido, comenzando por la fachada del edificio del teatro Francisco J. Clavijero, una bella construcción artística que data del siglo XVIII que todo el tiempo lucía colores neutros como el topacio, coral o salmón, y comenzó a ser pintado de azul, lo que de plano recibió el rechazo y la crítica de la sociedad porteña porque claramente se advierte que es para tratar de hacer publicidad al partido en el poder en tiempos electorales. Que los funcionarios quieran pintar sus casas de ese color o que vistan ropa en ese tono, está bien, es muy su gusto, pero trasladar su afinidad política a un edificio público no puede ser correcto, por más que el Ayuntamiento responda en una carta --sin mostrar pruebas que lo avalen-- que antes ese construcción ya había tenido este color y que la decisión tomada (de pintarlo de azul) se hizo con autorización del Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, lo cual tampoco ha sido confirmado por el INAH; aunque eso no le quita el tinte político que tiene dicha acción. Ojalá prevalezca la sensatez y se de marcha atrás a esta barbaridad. ¿Qué necesidad hay de hacer algo tan obvio? ¿En qué favorece a los fines políticos pintarlo de azul? No se cree tal supuesto, y en cambio sí genera molestias y cuestionamientos. Veremos que deciden las autoridades municipales y del propio INAH que permite este atentado a un edificio artístico.


SE SALVA EL TIBURÓN, SIN MÉRITOS PROFESIONALES

+++Los alérgicos dirán que nada les gusta a quienes ejercemos la crítica, ni modo. Debe decirse que es una buena noticia la salvación de la franquicia de la primera división nacional del equipo de futbol Tiburones Rojos. Lo es porque hay millones de aficionados a este deporte en el estado, promueve el sano esparcimiento y la convivencia familiar y, acéptese o no, le da publicidad a Veracruz; pero más importante, genera riqueza y empleo, como también pasaba con los equipos de beisbol y basquetbol profesionales que debieron emigrar del puerto, lo cual es muy lamentable. ¿Quiénes se benefician del futbol? Todos: hoteleros, restauranteros, comerciantes, empresas aéreas, de autotransporte foráneo, taxistas, boleros, vendedores ambulantes e infinidad de personas, incluso la hacienda municipal, por más que haya diferendos entre el dueño priista del equipo y el Ayuntamiento panista boqueño. El estadio, además, recibe mantenimiento, parte del acuerdo del comodato firmado con el gobierno del estado; cosa distinta al abandono en que se encuentra el estadio de beisbol donde jugaba el Aguila y el auditorio Benito Juárez, la casa que fuera de los Halcones Rojos. Lo malo es que los escualos lograron quedarse en el balompié profesional por errores de otros, los Lobos de la BUAP que tuvieron una pésima campaña, y no por méritos profesionales, debido a que el equipo viene “arrastrando la cobija” desde hace varios torneos. Consulté con alguien que no sabe de negocios, pero sí de futbol, de lo que hay que cambiar en el equipo para que funcione. “Casi todo”, respondió, “pero principalmente al dueño”. ¿Usted que opina?

opedro2006@gmail.com