/ sábado 10 de julio de 2021

Elegidos y enviados

Los Doce es una expresión que se repite frecuentemente en el evangelio, como aludiendo a una realidad mayor a un simple grupo. A «Los Doce» los instituye, les explica las parábolas, los llama, les da ciertas instrucciones, les anuncia sobre su muerte y resurrección, camina con ellos y, por último, inicia con ellos su pasión. Esto sin contar los pasajes en los que se hace alusión indirecta a ellos.

Tal parece que son una figura que cruza transversalmente el evangelio.

Es con ellos con quienes Jesús inicia su camino y de quienes se acompaña en el momento de la prueba final. Los doce son la nueva creación, el nuevo pueblo de Israel con sus tribus de nuevo reedificadas.

Luego del encuentro con Cristo surge el deseo incandescente de seguirlo, de amar lo que Él ama, de vivir desde su perspectiva. Se comienza siguiendo a Jesús con trabas en la cuestión del amor, pero este seguimiento es el camino de los amantes: de saberse profundamente amado por el Señor y, desde esta conciencia, buscar el amor más grande, el verdadero amor.

Seguir a Jesús es buscar el amor auténtico. Amar hasta dar la vida, amar en serio, ir al extremo: es luchar por vivir libres y liberando. Pero no sólo se trata de ir al encuentro de los demás por el simple hecho de ir. Se les busca porque el amor de Cristo urge.

Quie sale al encuentro de alguien es porque le lleva algo, porque tiene algo que compartir. Jesús, el Maestro y Señor, insiste en la importancia tan grande que tiene llevar el evangelio.

Anunciar la luz y la buena Noticia. ¡Esa noticia que puede cambiar la vida! No deja a los suyos para ser agoreros de desgracias o profetas de infortunios, les prescribe que anuncien la Buena Noticia, el Reino, el nuevo y fresco estilo de vida inaugurado por Él.

Los instituye como mensajeros del amor, de la vida, de la paz, del perdón; como heraldos de la misericordia.

La sabiduría popular ha canonizado una verdad que nos desarma: “más predica fray ejemplo sin alborotar el templo”.

En medio de la sociedad aturdida por tantas voces, por tantos ruidos que ensordecen, los cristianos son llamados a ser verdaderamente cristianos, no por sus posiciones conceptuales, sino por el ejemplo con el que anuncian que el amor es posible porque el Amor vive y acampa entre nosotros.

Una vez dijo el Maestro, conocerán que son mis testigos, en que se aman los unos a los otros en la medida en que yo lo he hecho.

Los Doce es una expresión que se repite frecuentemente en el evangelio, como aludiendo a una realidad mayor a un simple grupo. A «Los Doce» los instituye, les explica las parábolas, los llama, les da ciertas instrucciones, les anuncia sobre su muerte y resurrección, camina con ellos y, por último, inicia con ellos su pasión. Esto sin contar los pasajes en los que se hace alusión indirecta a ellos.

Tal parece que son una figura que cruza transversalmente el evangelio.

Es con ellos con quienes Jesús inicia su camino y de quienes se acompaña en el momento de la prueba final. Los doce son la nueva creación, el nuevo pueblo de Israel con sus tribus de nuevo reedificadas.

Luego del encuentro con Cristo surge el deseo incandescente de seguirlo, de amar lo que Él ama, de vivir desde su perspectiva. Se comienza siguiendo a Jesús con trabas en la cuestión del amor, pero este seguimiento es el camino de los amantes: de saberse profundamente amado por el Señor y, desde esta conciencia, buscar el amor más grande, el verdadero amor.

Seguir a Jesús es buscar el amor auténtico. Amar hasta dar la vida, amar en serio, ir al extremo: es luchar por vivir libres y liberando. Pero no sólo se trata de ir al encuentro de los demás por el simple hecho de ir. Se les busca porque el amor de Cristo urge.

Quie sale al encuentro de alguien es porque le lleva algo, porque tiene algo que compartir. Jesús, el Maestro y Señor, insiste en la importancia tan grande que tiene llevar el evangelio.

Anunciar la luz y la buena Noticia. ¡Esa noticia que puede cambiar la vida! No deja a los suyos para ser agoreros de desgracias o profetas de infortunios, les prescribe que anuncien la Buena Noticia, el Reino, el nuevo y fresco estilo de vida inaugurado por Él.

Los instituye como mensajeros del amor, de la vida, de la paz, del perdón; como heraldos de la misericordia.

La sabiduría popular ha canonizado una verdad que nos desarma: “más predica fray ejemplo sin alborotar el templo”.

En medio de la sociedad aturdida por tantas voces, por tantos ruidos que ensordecen, los cristianos son llamados a ser verdaderamente cristianos, no por sus posiciones conceptuales, sino por el ejemplo con el que anuncian que el amor es posible porque el Amor vive y acampa entre nosotros.

Una vez dijo el Maestro, conocerán que son mis testigos, en que se aman los unos a los otros en la medida en que yo lo he hecho.