/ domingo 30 de diciembre de 2018

En Navidad pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre

En otros ambientes se espera quizá para descansar, para viajar y para festejar y sin que forme parte de nuestros intereses y prioridades la Navidad nos sorprende con la fuerza que tiene para inundarnos de su paz y para no dejarnos indiferentes.

A veces no aparecen como prioritarias en estas fechas las motivaciones religiosas, pero la Navidad termina por tocar nuestro corazón y mover muchas cosas en nuestra vida.

Hay recuerdos, encuentros especiales, nostalgia, buenas obras, llanto, tregua, arrepentimiento, emociones y renovación. La Navidad genera momentos de meditación, nos hace reflexionar y nos lleva a disfrutar muchas cosas que en otras circunstancias pasamos por alto. Aflora más nuestra humanidad y emerge con mayor claridad nuestra espiritualidad. Es decir, nos vemos más completos como personas, reconociendo que tendemos a reprimir y desdeñar la parte espiritual que es connatural a la naturaleza humana.

De acuerdo con algunos estudios, también en Navidad aparecen casos cada vez más crecientes de tristeza y depresión. Desde luego que hay casos que se explican de manera natural por las dificultades que pasan las familias, por los problemas recientes, por las situaciones inesperadas, por las enfermedades y por la muerte de nuestros seres queridos.

Pero la nostalgia que se deja sentir de manera generalizada en estas fiestas, así como la tristeza y la depresión que en algunos casos aparecen, nos ayudarían a confirmar el carácter esencial de la vida espiritual en la persona.

Más que tratarse de una cosa normal relacionada con estas fiestas tan especiales, los resultados que arrojan estos estudios estarían confirmando el descuido de la vida espiritual, el alejamiento de Dios y la necesidad de no reprimir la dimensión espiritual como constitutivo de la persona.

Plantea Juan Manuel de Prada en un artículo reciente que: “La Navidad nos trae el perfume de la nostalgia de la vida a la que hemos renunciado”. Hemos venido renegando de Dios y de los valores eternos, vamos construyendo nuestra vida y la vida de la sociedad pisoteando estos valores y actuando incluso en contra de ellos, por lo que se va apagando el sentido de la vida y la alegría de vivir; se va debilitando el alma hasta que en situaciones difíciles y en momentos de mayor sensibilidad como éste se enciende nuevamente nuestro espíritu y viene la añoranza de esa inocencia perdida.

Como sostiene nuestro autor, se puede ver que “es la nostalgia de un estado en que el alma estaba llena de divinidad”. Quedan, pues, dos tareas que debemos poner como prioritarias dentro del elenco de propósitos para este nuevo año.

En primer lugar, recuperar y cultivar la dimensión divina que hemos negado y que sustenta los anhelos más profundos de nuestra alma. Muchos no se pueden alegrar de golpe en Navidad porque se han distanciado de Dios y porque han perdido la sensibilidad a las cosas sagradas.

Monseñor José Ignacio Munilla plantea estas preguntas: “¿Acaso pueda ocurrirnos como al animal herido, que ataca a quien se acerca a socorrerle, porque no es capaz de distinguir entre quién le ha herido y quién quiere curarlo? ¿Acaso la acumulación de decepciones haya podido provocar en nosotros la desconfianza en la gratuidad del amor de Dios?”. La nostalgia que se experimenta es un llamado a recuperar lo que se ha perdido y a dejar que Dios llene ese vacío que hay en nuestra alma.

En segundo lugar, la Navidad nos invita a recuperar la infancia que está relacionada con la sencillez y la capacidad de asombro. Nos hace falta, como los niños, celebrar sin reticencias y complicaciones los grandes misterios de la vida que meten luz y alegría a nuestro corazón.

En el mismo artículo Juan Manuel de Prada comenta: “Aunque nos corroa la desesperación, la infancia siempre nos emociona y nos obliga a bajar, con vergüenza y humildad, la mirada ante su inocencia. La Navidad mete una brisa de inocencia en nuestras vidas corrompidas por la claudicación y la amargura, por los resabios y las purulencias que hemos ido acumulando a través de los años y que no hemos sido capaces de sacudirnos, por miedo o conveniencia”.

En un texto de Navidad Chesterton subraya: “Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad... Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre”.

Dos recomendaciones concretas para que verdaderamente sea un año nuevo y no otro año en el que traigamos las mismas actitudes y la misma visión de la vida que nos envejece y nos hace sufrir: recuperar la vida divina y recuperar la sencillez de nuestra infancia.

En otros ambientes se espera quizá para descansar, para viajar y para festejar y sin que forme parte de nuestros intereses y prioridades la Navidad nos sorprende con la fuerza que tiene para inundarnos de su paz y para no dejarnos indiferentes.

A veces no aparecen como prioritarias en estas fechas las motivaciones religiosas, pero la Navidad termina por tocar nuestro corazón y mover muchas cosas en nuestra vida.

Hay recuerdos, encuentros especiales, nostalgia, buenas obras, llanto, tregua, arrepentimiento, emociones y renovación. La Navidad genera momentos de meditación, nos hace reflexionar y nos lleva a disfrutar muchas cosas que en otras circunstancias pasamos por alto. Aflora más nuestra humanidad y emerge con mayor claridad nuestra espiritualidad. Es decir, nos vemos más completos como personas, reconociendo que tendemos a reprimir y desdeñar la parte espiritual que es connatural a la naturaleza humana.

De acuerdo con algunos estudios, también en Navidad aparecen casos cada vez más crecientes de tristeza y depresión. Desde luego que hay casos que se explican de manera natural por las dificultades que pasan las familias, por los problemas recientes, por las situaciones inesperadas, por las enfermedades y por la muerte de nuestros seres queridos.

Pero la nostalgia que se deja sentir de manera generalizada en estas fiestas, así como la tristeza y la depresión que en algunos casos aparecen, nos ayudarían a confirmar el carácter esencial de la vida espiritual en la persona.

Más que tratarse de una cosa normal relacionada con estas fiestas tan especiales, los resultados que arrojan estos estudios estarían confirmando el descuido de la vida espiritual, el alejamiento de Dios y la necesidad de no reprimir la dimensión espiritual como constitutivo de la persona.

Plantea Juan Manuel de Prada en un artículo reciente que: “La Navidad nos trae el perfume de la nostalgia de la vida a la que hemos renunciado”. Hemos venido renegando de Dios y de los valores eternos, vamos construyendo nuestra vida y la vida de la sociedad pisoteando estos valores y actuando incluso en contra de ellos, por lo que se va apagando el sentido de la vida y la alegría de vivir; se va debilitando el alma hasta que en situaciones difíciles y en momentos de mayor sensibilidad como éste se enciende nuevamente nuestro espíritu y viene la añoranza de esa inocencia perdida.

Como sostiene nuestro autor, se puede ver que “es la nostalgia de un estado en que el alma estaba llena de divinidad”. Quedan, pues, dos tareas que debemos poner como prioritarias dentro del elenco de propósitos para este nuevo año.

En primer lugar, recuperar y cultivar la dimensión divina que hemos negado y que sustenta los anhelos más profundos de nuestra alma. Muchos no se pueden alegrar de golpe en Navidad porque se han distanciado de Dios y porque han perdido la sensibilidad a las cosas sagradas.

Monseñor José Ignacio Munilla plantea estas preguntas: “¿Acaso pueda ocurrirnos como al animal herido, que ataca a quien se acerca a socorrerle, porque no es capaz de distinguir entre quién le ha herido y quién quiere curarlo? ¿Acaso la acumulación de decepciones haya podido provocar en nosotros la desconfianza en la gratuidad del amor de Dios?”. La nostalgia que se experimenta es un llamado a recuperar lo que se ha perdido y a dejar que Dios llene ese vacío que hay en nuestra alma.

En segundo lugar, la Navidad nos invita a recuperar la infancia que está relacionada con la sencillez y la capacidad de asombro. Nos hace falta, como los niños, celebrar sin reticencias y complicaciones los grandes misterios de la vida que meten luz y alegría a nuestro corazón.

En el mismo artículo Juan Manuel de Prada comenta: “Aunque nos corroa la desesperación, la infancia siempre nos emociona y nos obliga a bajar, con vergüenza y humildad, la mirada ante su inocencia. La Navidad mete una brisa de inocencia en nuestras vidas corrompidas por la claudicación y la amargura, por los resabios y las purulencias que hemos ido acumulando a través de los años y que no hemos sido capaces de sacudirnos, por miedo o conveniencia”.

En un texto de Navidad Chesterton subraya: “Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad... Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre”.

Dos recomendaciones concretas para que verdaderamente sea un año nuevo y no otro año en el que traigamos las mismas actitudes y la misma visión de la vida que nos envejece y nos hace sufrir: recuperar la vida divina y recuperar la sencillez de nuestra infancia.