/ jueves 9 de diciembre de 2021

Estábamos mejor cuando estábamos peor

Los partidos políticos tienen una guía por el poder que jamás ocultan se muestran mermados ideológicamente y entre todos le han propinado una verdadera paliza a la ética. Evidentemente la política es un asunto terrenal de hombres y no dioses, sólo que los desfiguros se multiplican para que tengamos élites onerosas, opacas como decadentes.

En la actualidad nuestros partidos políticos navegan en la nada del pensamiento político, en día son aliados de ocasión al filo del más incomprensible pragmatismo, después se cuestionan y parece que su única misión es ganar poder al más típico estilo maquiavélico, como sea, diría un clásico. En estos tiempos, los cuadros de los diferentes partidos políticos exhiben sin pudor alguno su grado superlativo de ignorancia, los debates se anulan, las ideas palidecen ante la lluvia de exabruptos lanzados por doquier como sistema. La política como tal es ciencia, arte, teóricamente; es algo muy distinto a lo que ocurre en la práctica en donde prevalece la condición humana que tiene mucho de miserable.

No hay referentes intelectuales importantes, la formación de cuadros se posterga y por ello vemos las mismas caras, idénticos estilos, así hasta el hastío. Las ideologías están al borde de la extinción porque muchas las suplantan a través de su catarsis, por pragmatismo rampante.

Decía en líneas anteriores que en 2020, la periodista y escritora norteamericana Anne Applebaum traza un periplo político y personal que parte de una fiesta que ella y su esposo, un ministro en el gobierno de centroderecha de Polonia, Radosław Sikorski, ofrecieron a un grupo de liberales de derecha polacos, ingleses, norteamericanos y rusos en diciembre de 1999. Una fiesta de amigos que celebraban a una Europa del este que, como en la mansión en la que estaban, se reconstruía en democracia y libertad después del derrumbe de la cortina de hierro.

Hoy, veinte años después, muchos de los asistentes a esa fiesta se han sumado a las filas de apoyadores de los gobiernos populistas de Hungría y Polonia. Los mismos que antes eran demócratas liberales de centroderecha que apoyaban la integración comercial con occidente y promovían sus valores políticos, ahora defienden a líderes iliberales, a demagogos y déspotas que desprecian precisamente esos valores. Con la pérdida de las creencias liberales vino también el fin de la amistad. Applebaum explora muchas posibles explicaciones para entender la conversión de demócratas liberales que ahora apoyan a regímenes autoritarios y corruptos, y es posible que todas tengan algo de validez, pero un aspecto de esta corrida ideológica que preocupa a la autora es la imposibilidad de dialogar y debatir de entre quienes piensan distinto.

La política de hoy no solamente se discute o abarca el espacio propiamente político, sino que la polarización la ha llevado a invadir el ámbito personal. La polarización y el tribalismo no funcionan en un sistema democrático que fue construido e ideado para ciudadanos razonables que discuten y debaten con sentido crítico, respeto, tolerancia y civilidad.

En otro tema, me atrevo a pensar que el reto del cambio climático nos obliga a cambiar las visiones imperantes y adoptar relaciones transversales y cooperativas, entender que los recursos naturales son finitos.

Según la ONU y su claridoso secretario general, António Guterres, el mundo se acerca a los límites conocidos o conocibles para la existencia de la especie humana. Se trata, lo han dicho y enfatizado los estudios y científicos de prácticamente todo el orbe, de un panorama donde se cuecen perspectivas y certidumbres todas ominosas. Mucha educación y sensibilidad tendrá que desplegar la humanidad para enfrentar y superar tamaño desafío.

Estar a la altura de los cambios del mundo supone esfuerzos mayúsculos de políticos, científicos y capitalistas, así como de un acompañamiento cívico de gran envergadura y consistencia. Los sacrificios serán muchos y profundos, proporcionales al daño hecho a la naturaleza, porque a final de cuentas a lo que nos convoca el llamado angustioso de alerta hecho por la ONU es a cambiar nuestra formas de vida y a relacionarnos con la naturaleza. Porque en ello nos la jugamos toda.

No han sido las huellas aztecas en Glasgow las más promisorias y tranquilizantes, como expuso con claridad Enrique Provencio en Reforma 29-10-21: "Como país no contamos con una estrategia hacia la neutralidad del carbono, e incluso las metas insuficientes para 2030 están en riesgo de incumplimiento por el trato que se está dando a las energías renovables y por el crecimiento que vendrá en el uso de combustibles fósiles. No hay modo de ocultarlo".

La encrucijada no podía ser más transparente. Es indispensable que la hagamos divisa multidimensional para un cambio profundo que será largo y doloroso pero inevitable.

Ni el mundo ni México deben seguir recurriendo a soluciones cosméticas. Estamos obligados a repensar las mismas premisas, sobre las que hemos basado nuestras formas de trabajo, de producción y de consumo simplemente porque nos estamos jugando la vida.

Los partidos políticos tienen una guía por el poder que jamás ocultan se muestran mermados ideológicamente y entre todos le han propinado una verdadera paliza a la ética. Evidentemente la política es un asunto terrenal de hombres y no dioses, sólo que los desfiguros se multiplican para que tengamos élites onerosas, opacas como decadentes.

En la actualidad nuestros partidos políticos navegan en la nada del pensamiento político, en día son aliados de ocasión al filo del más incomprensible pragmatismo, después se cuestionan y parece que su única misión es ganar poder al más típico estilo maquiavélico, como sea, diría un clásico. En estos tiempos, los cuadros de los diferentes partidos políticos exhiben sin pudor alguno su grado superlativo de ignorancia, los debates se anulan, las ideas palidecen ante la lluvia de exabruptos lanzados por doquier como sistema. La política como tal es ciencia, arte, teóricamente; es algo muy distinto a lo que ocurre en la práctica en donde prevalece la condición humana que tiene mucho de miserable.

No hay referentes intelectuales importantes, la formación de cuadros se posterga y por ello vemos las mismas caras, idénticos estilos, así hasta el hastío. Las ideologías están al borde de la extinción porque muchas las suplantan a través de su catarsis, por pragmatismo rampante.

Decía en líneas anteriores que en 2020, la periodista y escritora norteamericana Anne Applebaum traza un periplo político y personal que parte de una fiesta que ella y su esposo, un ministro en el gobierno de centroderecha de Polonia, Radosław Sikorski, ofrecieron a un grupo de liberales de derecha polacos, ingleses, norteamericanos y rusos en diciembre de 1999. Una fiesta de amigos que celebraban a una Europa del este que, como en la mansión en la que estaban, se reconstruía en democracia y libertad después del derrumbe de la cortina de hierro.

Hoy, veinte años después, muchos de los asistentes a esa fiesta se han sumado a las filas de apoyadores de los gobiernos populistas de Hungría y Polonia. Los mismos que antes eran demócratas liberales de centroderecha que apoyaban la integración comercial con occidente y promovían sus valores políticos, ahora defienden a líderes iliberales, a demagogos y déspotas que desprecian precisamente esos valores. Con la pérdida de las creencias liberales vino también el fin de la amistad. Applebaum explora muchas posibles explicaciones para entender la conversión de demócratas liberales que ahora apoyan a regímenes autoritarios y corruptos, y es posible que todas tengan algo de validez, pero un aspecto de esta corrida ideológica que preocupa a la autora es la imposibilidad de dialogar y debatir de entre quienes piensan distinto.

La política de hoy no solamente se discute o abarca el espacio propiamente político, sino que la polarización la ha llevado a invadir el ámbito personal. La polarización y el tribalismo no funcionan en un sistema democrático que fue construido e ideado para ciudadanos razonables que discuten y debaten con sentido crítico, respeto, tolerancia y civilidad.

En otro tema, me atrevo a pensar que el reto del cambio climático nos obliga a cambiar las visiones imperantes y adoptar relaciones transversales y cooperativas, entender que los recursos naturales son finitos.

Según la ONU y su claridoso secretario general, António Guterres, el mundo se acerca a los límites conocidos o conocibles para la existencia de la especie humana. Se trata, lo han dicho y enfatizado los estudios y científicos de prácticamente todo el orbe, de un panorama donde se cuecen perspectivas y certidumbres todas ominosas. Mucha educación y sensibilidad tendrá que desplegar la humanidad para enfrentar y superar tamaño desafío.

Estar a la altura de los cambios del mundo supone esfuerzos mayúsculos de políticos, científicos y capitalistas, así como de un acompañamiento cívico de gran envergadura y consistencia. Los sacrificios serán muchos y profundos, proporcionales al daño hecho a la naturaleza, porque a final de cuentas a lo que nos convoca el llamado angustioso de alerta hecho por la ONU es a cambiar nuestra formas de vida y a relacionarnos con la naturaleza. Porque en ello nos la jugamos toda.

No han sido las huellas aztecas en Glasgow las más promisorias y tranquilizantes, como expuso con claridad Enrique Provencio en Reforma 29-10-21: "Como país no contamos con una estrategia hacia la neutralidad del carbono, e incluso las metas insuficientes para 2030 están en riesgo de incumplimiento por el trato que se está dando a las energías renovables y por el crecimiento que vendrá en el uso de combustibles fósiles. No hay modo de ocultarlo".

La encrucijada no podía ser más transparente. Es indispensable que la hagamos divisa multidimensional para un cambio profundo que será largo y doloroso pero inevitable.

Ni el mundo ni México deben seguir recurriendo a soluciones cosméticas. Estamos obligados a repensar las mismas premisas, sobre las que hemos basado nuestras formas de trabajo, de producción y de consumo simplemente porque nos estamos jugando la vida.