/ viernes 5 de julio de 2019

Estrago ambiental

A estas alturas ya nos hemos convencido que el cuidado de la aldea es una tarea que corresponde a todos; cada uno es responsable de velar efectivamente el mundo en el que estamos de paso. Esta responsabilidad brota, precisamente, de la conciencia de sabernos peregrinos y habitantes de un mundo que hemos de conservar. En este sentido, las instituciones y todos los que izan la bandera del ecosistema no pueden realizar lo que compete hacer a cada uno.

El destrozo ambiental es una de las muchas manifestaciones del estrago generalizado en que nos hundimos, y de las pocas acciones contundentes que se realizan con la intención de mejorar las realidades en las que hemos sucumbido. El mundo es una realidad integral, de tal forma que el fulminante traqueteo al que se ve expuesto el ecosistema es la imagen de la brutalidad en la que nos hemos querido estancar. Así como la violencia, la mentira, la corrupción y la muerte han tomado carta de ciudadanía en nuestros ambientes, de la misma manera, la cultura de lo desechable, el maltrato a los animales, el destrozo de las áreas verdes con tal de favorecer la modernización, la exagerada cantidad de basura que emerge a diestra y siniestra, la contaminación, la tala inmoderada, en fin, todos los problemas ambientales tan serios, son una fuerte llamada a la humanización. Son una clara denuncia.

Cuidar el ecosistema no consiste en hacer correr ríos de tinta proambientalistas, ni en favorecer marchas, o en tomar carreteras cerrando vías de acceso, tampoco es elucubrar grandes discursos, finamente programados. Cuidar el ecosistema es tomar conciencia de nuestra propia vulnerabilidad. Es dar paso al realismo y salir del insomnio del que nos tiene preso el dinero y la ambición.

No se cuida el ecosistema dictando normas de acción a los demás; tampoco sacando de su justo medio este urgente problema. Es un cruel sofisma pensar que se cuida y defiende la tierra, volteando la mirada a los que ya habitan este mundo. En realidad, la apuesta ecológica es una apuesta antropológica, es una inversión a favor del hombre, de los vulnerables, de los pobres y desprotegidos, de los desconocidos. Incluso en favor de aquellos que aún no han llegado a poblar el mundo. Es la prueba más gentil de la verdadera solidaridad.

Este mundo que nos ha sido confiado nos llama a humanizarnos, y una senda de esta humanización es cuidando afectivamente la porción de tierra en la que nos encontramos, y dando fruto en ella.


A estas alturas ya nos hemos convencido que el cuidado de la aldea es una tarea que corresponde a todos; cada uno es responsable de velar efectivamente el mundo en el que estamos de paso. Esta responsabilidad brota, precisamente, de la conciencia de sabernos peregrinos y habitantes de un mundo que hemos de conservar. En este sentido, las instituciones y todos los que izan la bandera del ecosistema no pueden realizar lo que compete hacer a cada uno.

El destrozo ambiental es una de las muchas manifestaciones del estrago generalizado en que nos hundimos, y de las pocas acciones contundentes que se realizan con la intención de mejorar las realidades en las que hemos sucumbido. El mundo es una realidad integral, de tal forma que el fulminante traqueteo al que se ve expuesto el ecosistema es la imagen de la brutalidad en la que nos hemos querido estancar. Así como la violencia, la mentira, la corrupción y la muerte han tomado carta de ciudadanía en nuestros ambientes, de la misma manera, la cultura de lo desechable, el maltrato a los animales, el destrozo de las áreas verdes con tal de favorecer la modernización, la exagerada cantidad de basura que emerge a diestra y siniestra, la contaminación, la tala inmoderada, en fin, todos los problemas ambientales tan serios, son una fuerte llamada a la humanización. Son una clara denuncia.

Cuidar el ecosistema no consiste en hacer correr ríos de tinta proambientalistas, ni en favorecer marchas, o en tomar carreteras cerrando vías de acceso, tampoco es elucubrar grandes discursos, finamente programados. Cuidar el ecosistema es tomar conciencia de nuestra propia vulnerabilidad. Es dar paso al realismo y salir del insomnio del que nos tiene preso el dinero y la ambición.

No se cuida el ecosistema dictando normas de acción a los demás; tampoco sacando de su justo medio este urgente problema. Es un cruel sofisma pensar que se cuida y defiende la tierra, volteando la mirada a los que ya habitan este mundo. En realidad, la apuesta ecológica es una apuesta antropológica, es una inversión a favor del hombre, de los vulnerables, de los pobres y desprotegidos, de los desconocidos. Incluso en favor de aquellos que aún no han llegado a poblar el mundo. Es la prueba más gentil de la verdadera solidaridad.

Este mundo que nos ha sido confiado nos llama a humanizarnos, y una senda de esta humanización es cuidando afectivamente la porción de tierra en la que nos encontramos, y dando fruto en ella.