/ viernes 22 de junio de 2018

Fiebre electorera

Estamos en la cuenta regresiva antes del sufragio de los electores para decantarse a favor del presidente de la República, del gobernador del estado y de los demás puestos de elección popular. El tiempo de campañas proselitistas ha terminado y ahora viene el tiempo de la conciencia de los votantes, el tiempo del silencio, el tiempo en que cada uno ha de recoger lo bueno y malo de cada uno y decidirse por quien esté mejor capacitado.

Una vez que han cesado los comerciales y las diversas formas de propaganda, todos los ciudadanos estamos en ocasión de hacer un serio discernimiento personal que nos permita elegir a la persona más indicada para representarnos en tan altos servicios. No podemos malbaratar el voto y decantarnos por “cualquier persona”, o por el partido por el que “siempre se ha votado”.

Una adicción se viste bajo apariencia de bondad. Es esto lo que sucede con el derroche de opciones que nos presentan las diferentes alternativas de poder. Ninguna de ellas se disfraza bajo aspecto de maldad. Todas son buenas y dibujan aspectos nobles. Se preocupan por aspectos importantes para el desarrollo de la vida. Sin embargo, detrás del aspecto de bondad, pueden estar agazapadas realidades que distan de lo noble y justo.

Una adicción saca de la realidad interior. Por situarnos es aspectos periféricos, que son los que se pueden observar a primera vista. Cuando se enfoca la atención sobre estos aspectos meramente laterales, se deja sin atención lo que está en lo más íntimo de la realidad. Puede ser que en lo profundo de nuestra situación actual estén heridas punzantes buscando ser atendidas.

Un adicto electoral es aquel que deja su liberalidad en manos de otro, y no goza de esa libertad que lo hace ser verdaderamente libre, sino que está a la deriva, en el vaivén del mejor postor. Que no se sitúa verdaderamente con los pies en su ambiente, que va detrás de quimeras que se erigen como opciones de redención apresurada. Como si la justicia, el amor y la verdad, fueran valores que le tocara instaurar únicamente a un bloque, al partidista.

La salud electoral es la que nos pone en sintonía con lo que sucede a nuestro alrededor, que nos hace capaces de tomar las riendas de la propia vida. Que nos permite tomar distancia de intereses partidistas y nos pone en empatía con los sueños realistas de mejora común.

Estamos en la cuenta regresiva antes del sufragio de los electores para decantarse a favor del presidente de la República, del gobernador del estado y de los demás puestos de elección popular. El tiempo de campañas proselitistas ha terminado y ahora viene el tiempo de la conciencia de los votantes, el tiempo del silencio, el tiempo en que cada uno ha de recoger lo bueno y malo de cada uno y decidirse por quien esté mejor capacitado.

Una vez que han cesado los comerciales y las diversas formas de propaganda, todos los ciudadanos estamos en ocasión de hacer un serio discernimiento personal que nos permita elegir a la persona más indicada para representarnos en tan altos servicios. No podemos malbaratar el voto y decantarnos por “cualquier persona”, o por el partido por el que “siempre se ha votado”.

Una adicción se viste bajo apariencia de bondad. Es esto lo que sucede con el derroche de opciones que nos presentan las diferentes alternativas de poder. Ninguna de ellas se disfraza bajo aspecto de maldad. Todas son buenas y dibujan aspectos nobles. Se preocupan por aspectos importantes para el desarrollo de la vida. Sin embargo, detrás del aspecto de bondad, pueden estar agazapadas realidades que distan de lo noble y justo.

Una adicción saca de la realidad interior. Por situarnos es aspectos periféricos, que son los que se pueden observar a primera vista. Cuando se enfoca la atención sobre estos aspectos meramente laterales, se deja sin atención lo que está en lo más íntimo de la realidad. Puede ser que en lo profundo de nuestra situación actual estén heridas punzantes buscando ser atendidas.

Un adicto electoral es aquel que deja su liberalidad en manos de otro, y no goza de esa libertad que lo hace ser verdaderamente libre, sino que está a la deriva, en el vaivén del mejor postor. Que no se sitúa verdaderamente con los pies en su ambiente, que va detrás de quimeras que se erigen como opciones de redención apresurada. Como si la justicia, el amor y la verdad, fueran valores que le tocara instaurar únicamente a un bloque, al partidista.

La salud electoral es la que nos pone en sintonía con lo que sucede a nuestro alrededor, que nos hace capaces de tomar las riendas de la propia vida. Que nos permite tomar distancia de intereses partidistas y nos pone en empatía con los sueños realistas de mejora común.