/ viernes 9 de noviembre de 2018

Filosofía de la experiencia

El próximo jueves celebraremos el Día Mundial de la Filosofía, el saber que nos permite tener claros los principios fundamentales, que se encuentran a la base de las realidades que estudiamos, como objetos específicos, en la diversidad de ciencias.

La filosofía es un saber que no alcanza su trascendencia en el cúmulo de conocimientos que en la memoria pudieran elucubrarse. Es tendenciosamente reduccionista limitar la filosofía a la vida de los grandes pensadores, a sus obras o, en el peor de los casos, a sus frases. La filosofía va más allá de una división de las etapas de la historia o del recuerdo anecdótico de tipos raros que entraban en inauditas controversias.

La grandeza de la filosofía es que nos permite conocer los gozos, esperanzas, tristezas y frustraciones de quienes en todas las épocas han dicho algo respecto de la realidad que los rodeaba. La filosofía es el registro más humano del paso del hombre y su puesto en el cosmos. Por esta razón, para entender a profundidad el planteamiento de cada pensador, es preciso y muy relevante conocer el contexto en que se desarrolló cada uno de ellos, pues su entorno ha sido el caldo que ha cultivado sus planteamientos.

Con base en la afirmación anterior, sobre la grandeza de las circunstancias que rodean al hombre para que éste pueda pensar y elucubrar grandes realidades. En nuestra época se descubren dos cuestiones importantísimas de la filosofía de nuestros tiempos.

Hay una urgencia de una filosofía de nosotros y para nosotros, que ponga su mirada en el aquí y ahora, que hable a los hombres de este tiempo en categorías que nos permitan tener sentido claro del presente. Una filosofía que la sintamos nuestra porque nos define en los acentos precisos de nuestra época. En este sentido, los filósofos de ahora no los pensamos como el prototipo de grandes enciclopedistas, sino en la humildad de humanos verdaderamente humanos, que no sólo piensen, sino que también sientan. Que no elaboren sus cosmovisiones desde la biblioteca, considerándose los “que saben”, hablándole a quienes “no saben”. Urge que estén en la calle, como compañeros de camino.

Necesitamos dar el salto determinante de la filosofía a la filopraxis, es decir, a encarnar con la vida la grandeza de los pensamientos que cobijamos. De qué sirven las grandes ideas si se quedan sólo en ello, en delicados diagnósticos del presente al que no nos sentimos vinculados. Filopraxis es hacer únicamente lo que se ama.


El próximo jueves celebraremos el Día Mundial de la Filosofía, el saber que nos permite tener claros los principios fundamentales, que se encuentran a la base de las realidades que estudiamos, como objetos específicos, en la diversidad de ciencias.

La filosofía es un saber que no alcanza su trascendencia en el cúmulo de conocimientos que en la memoria pudieran elucubrarse. Es tendenciosamente reduccionista limitar la filosofía a la vida de los grandes pensadores, a sus obras o, en el peor de los casos, a sus frases. La filosofía va más allá de una división de las etapas de la historia o del recuerdo anecdótico de tipos raros que entraban en inauditas controversias.

La grandeza de la filosofía es que nos permite conocer los gozos, esperanzas, tristezas y frustraciones de quienes en todas las épocas han dicho algo respecto de la realidad que los rodeaba. La filosofía es el registro más humano del paso del hombre y su puesto en el cosmos. Por esta razón, para entender a profundidad el planteamiento de cada pensador, es preciso y muy relevante conocer el contexto en que se desarrolló cada uno de ellos, pues su entorno ha sido el caldo que ha cultivado sus planteamientos.

Con base en la afirmación anterior, sobre la grandeza de las circunstancias que rodean al hombre para que éste pueda pensar y elucubrar grandes realidades. En nuestra época se descubren dos cuestiones importantísimas de la filosofía de nuestros tiempos.

Hay una urgencia de una filosofía de nosotros y para nosotros, que ponga su mirada en el aquí y ahora, que hable a los hombres de este tiempo en categorías que nos permitan tener sentido claro del presente. Una filosofía que la sintamos nuestra porque nos define en los acentos precisos de nuestra época. En este sentido, los filósofos de ahora no los pensamos como el prototipo de grandes enciclopedistas, sino en la humildad de humanos verdaderamente humanos, que no sólo piensen, sino que también sientan. Que no elaboren sus cosmovisiones desde la biblioteca, considerándose los “que saben”, hablándole a quienes “no saben”. Urge que estén en la calle, como compañeros de camino.

Necesitamos dar el salto determinante de la filosofía a la filopraxis, es decir, a encarnar con la vida la grandeza de los pensamientos que cobijamos. De qué sirven las grandes ideas si se quedan sólo en ello, en delicados diagnósticos del presente al que no nos sentimos vinculados. Filopraxis es hacer únicamente lo que se ama.