/ viernes 9 de agosto de 2019

Formación vs educación

La convulsión a la que nos vemos expuestos y que nos desborda de manera ingobernable confirma que la única ruta por la que podemos salir de este atolladero es la formación, la cual únicamente cuando se genera en un ambiente fecundo supone la educación. Esto quiere decir que la educación en cuanto instrucción técnica debe estar condicionada a la formación.

La formación mira al cambio de vida. Quien ha estado inmerso en un ambiente de formación ha adquirido las categorías, las herramientas y los hábitos suficientes para poder autoformarse en el futuro, ha descubierto que la formación es permanente. Toda persona que ha madurado en esta conciencia sabe que la formación alcanzará su objetivo cuando sus implicados sepan discernir sobre sus propias vidas; cuando sepan escuchar sus necesidades. Cuando estén en condiciones de sintonizar consigo mismos. Por esta razón, la formación es cansada y desgastante. No es una empresa fácil. Y es que, la formación está fincada en la persona, la mira y busca atenderla en lo que ella está viviendo en su ambiente concreto. La formación es un trabajo tan delicado que no puede ser puesto en manos de cualquiera. A muchos este sublime nombre los deja al descubierto.

La educación es una cuestión más sencilla respecto de la formación. La educación es fría, rígida, burocrática. Mira los planes y objetivos y adiestra desde los perfiles. Es víctima del tiempo, por esta razón basta con que se cumpla el proyecto marcado en el libelo, sin que por ningún lado preocupe la situación de la persona que está siendo educada. Quien educa castra, mutila, corta; educar de esa forma es herir sin remedio.

La llamada que nos hace nuestra sociedad es a tomar partido, a denunciar. Es un reclamo a superar las formas inhumanas de educación. Ésa que siempre rechazaron los grandes maestros de los siglos inmemorables y a buscar una formación más humana; una formación cálida y discreta que mire y escuche a la persona, que no quite su mirada a lo humano y se limite a dictar sentencias lapidarias. Que tome en cuenta la situación actual del sujeto y no suponga y trabaje desde la situación tétrica desde donde el sujeto tendría que estar.

Si seguimos buscando maestros seguiremos caminando en la ruta equivocada, nuestros ambientes ya han conocido grandes maestros. Estos son los tiempos en los que es necesario cultivar formadores. En los que la libertad y creatividad tome las riendas de nuestra maduración social.

La convulsión a la que nos vemos expuestos y que nos desborda de manera ingobernable confirma que la única ruta por la que podemos salir de este atolladero es la formación, la cual únicamente cuando se genera en un ambiente fecundo supone la educación. Esto quiere decir que la educación en cuanto instrucción técnica debe estar condicionada a la formación.

La formación mira al cambio de vida. Quien ha estado inmerso en un ambiente de formación ha adquirido las categorías, las herramientas y los hábitos suficientes para poder autoformarse en el futuro, ha descubierto que la formación es permanente. Toda persona que ha madurado en esta conciencia sabe que la formación alcanzará su objetivo cuando sus implicados sepan discernir sobre sus propias vidas; cuando sepan escuchar sus necesidades. Cuando estén en condiciones de sintonizar consigo mismos. Por esta razón, la formación es cansada y desgastante. No es una empresa fácil. Y es que, la formación está fincada en la persona, la mira y busca atenderla en lo que ella está viviendo en su ambiente concreto. La formación es un trabajo tan delicado que no puede ser puesto en manos de cualquiera. A muchos este sublime nombre los deja al descubierto.

La educación es una cuestión más sencilla respecto de la formación. La educación es fría, rígida, burocrática. Mira los planes y objetivos y adiestra desde los perfiles. Es víctima del tiempo, por esta razón basta con que se cumpla el proyecto marcado en el libelo, sin que por ningún lado preocupe la situación de la persona que está siendo educada. Quien educa castra, mutila, corta; educar de esa forma es herir sin remedio.

La llamada que nos hace nuestra sociedad es a tomar partido, a denunciar. Es un reclamo a superar las formas inhumanas de educación. Ésa que siempre rechazaron los grandes maestros de los siglos inmemorables y a buscar una formación más humana; una formación cálida y discreta que mire y escuche a la persona, que no quite su mirada a lo humano y se limite a dictar sentencias lapidarias. Que tome en cuenta la situación actual del sujeto y no suponga y trabaje desde la situación tétrica desde donde el sujeto tendría que estar.

Si seguimos buscando maestros seguiremos caminando en la ruta equivocada, nuestros ambientes ya han conocido grandes maestros. Estos son los tiempos en los que es necesario cultivar formadores. En los que la libertad y creatividad tome las riendas de nuestra maduración social.