/ domingo 16 de agosto de 2020

Francisco Ontiveros Gutiérrez

La confianza es una capacidad que se desarrolla con el pasar del tiempo y observando -con amor y gratitud-, la propia historia que nos ha tocado vivir. La confianza siempre empieza en uno mismo. Incluso, cuando en lo ordinario de las relaciones humanas escuchamos que alguien expresa: a esa persona no le tengo confianza, no es tanto que tenga ese sentimiento de la persona externa, cuando sí de ella misma. ¡La confianza siempre inicia en uno mismo!

Y ¿cómo se aprende a confiar?, a confiar se aprende confiando. Podemos desarrollar la habilidad de conocer el término en todas sus raíces etimológicas o haber leído tantos libros de confianza como hayamos encontrado o haber visitado gran cantidad de terapeutas. ¡Todo eso es muy noble!, pero nadie confiará por otro. La confianza es nuestra decisión.

La confianza no es una cuestión que se aprenda de una vez y para siempre. Los seres humanos somos personas históricas, en un espacio y tiempo concreto. En la confianza como en las demás habilidades de nuestra vida, siempre somos aprendices en desarrollo. La confianza es un talento que a cada uno le toca poner a trabajar, de tal modo que podamos sacarle el mayor provecho posible. Así pues, se confía siempre y en todo: en uno y en los demás. Aprendemos a confiar ante cada empresa que tenemos enfrente. Confiamos cuando amanece el sol y cuando anochece…

Las crisis -como a la que nos ha orillado el Covid-19- son experiencias humanas que se nos presentan una vez que hemos alcanzado un nivel objetivo de conciencia. Son maestras que están dispuestas a enseñarnos algo de nosotros mismos que tal vez por la prisa y ruidos de la vida, no hemos tenido el tiempo y la calma de observar. La crisis es la oportunidad de vernos, de sentirnos, de pensarnos. Es la turbulencia que nos hace confiar que pronto pasará. Pero la tribulación es, también, el derrotero de la confianza. Precisamente es ahí donde se hace más difícil confiar y es que la confianza no es una ilusión adolescente.

Confiar es correr un riesgo que vale la pena. Un filósofo sostuvo que la fe es la capacidad de soportar dudas. Pero, ¡la fe también es la escuela de la confianza! Es la seguridad de que, con nosotros va alguien más, incluso cuando mar y vientos estén en contra. La clave de la verdadera confianza está en no dejar de ver a lo alto, si lo perdemos de vista nos llenamos de miedo y nos hundimos. Cuando dejamos de mirar el horizonte de la esperanza es cuando la tribulación nos atemoriza y nos hunde.

La confianza es una capacidad que se desarrolla con el pasar del tiempo y observando -con amor y gratitud-, la propia historia que nos ha tocado vivir. La confianza siempre empieza en uno mismo. Incluso, cuando en lo ordinario de las relaciones humanas escuchamos que alguien expresa: a esa persona no le tengo confianza, no es tanto que tenga ese sentimiento de la persona externa, cuando sí de ella misma. ¡La confianza siempre inicia en uno mismo!

Y ¿cómo se aprende a confiar?, a confiar se aprende confiando. Podemos desarrollar la habilidad de conocer el término en todas sus raíces etimológicas o haber leído tantos libros de confianza como hayamos encontrado o haber visitado gran cantidad de terapeutas. ¡Todo eso es muy noble!, pero nadie confiará por otro. La confianza es nuestra decisión.

La confianza no es una cuestión que se aprenda de una vez y para siempre. Los seres humanos somos personas históricas, en un espacio y tiempo concreto. En la confianza como en las demás habilidades de nuestra vida, siempre somos aprendices en desarrollo. La confianza es un talento que a cada uno le toca poner a trabajar, de tal modo que podamos sacarle el mayor provecho posible. Así pues, se confía siempre y en todo: en uno y en los demás. Aprendemos a confiar ante cada empresa que tenemos enfrente. Confiamos cuando amanece el sol y cuando anochece…

Las crisis -como a la que nos ha orillado el Covid-19- son experiencias humanas que se nos presentan una vez que hemos alcanzado un nivel objetivo de conciencia. Son maestras que están dispuestas a enseñarnos algo de nosotros mismos que tal vez por la prisa y ruidos de la vida, no hemos tenido el tiempo y la calma de observar. La crisis es la oportunidad de vernos, de sentirnos, de pensarnos. Es la turbulencia que nos hace confiar que pronto pasará. Pero la tribulación es, también, el derrotero de la confianza. Precisamente es ahí donde se hace más difícil confiar y es que la confianza no es una ilusión adolescente.

Confiar es correr un riesgo que vale la pena. Un filósofo sostuvo que la fe es la capacidad de soportar dudas. Pero, ¡la fe también es la escuela de la confianza! Es la seguridad de que, con nosotros va alguien más, incluso cuando mar y vientos estén en contra. La clave de la verdadera confianza está en no dejar de ver a lo alto, si lo perdemos de vista nos llenamos de miedo y nos hundimos. Cuando dejamos de mirar el horizonte de la esperanza es cuando la tribulación nos atemoriza y nos hunde.